Qatar es el centro de atención 2022 porque allí tendrá lugar en noviembre el mundial de fútbol, algo que arrastra la atención de miles de millones de personas en el planeta. Debajo de una deslumbrante infraestructura, que promete hacer de Qatar 2022 un Mundial para el asombro, subyace una siniestra situación denunciada por organismos internacionales y desestimada con desprecio, soberbia e impunidad por el país anfitrión y los responsables de escuchar los reclamos: la muerte de miles de trabajadores migrantes de la construcción y la explotación a la que han sido sometidos los obreros para que ahora existan estadiosfastuosos.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) informó recientemente que durante el año 2021, 50 trabajadores murieron, 506 resultaron gravemente heridos y otros 37.600 sufrieron accidentes en situación de trabajo.En febrero de este año, el diario británico TheGuardian calculó en más de 6.500 el número de migrantes muertos en Qatar desde 2010, en base a informaciones recogidas de las embajadas de India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka y Pakistán en Doha.
El emirato se negó obviamente a confirmar oficialmente esa cifra y no le importó lo señalado por otras organizaciones humanitarias que denunciaron que además de la muerte, los obreros han vivido en condiciones de hacinamiento, impedidos de abandonar las obras, recibieron amenazas y han sido víctimas de tareas forzosas.El ministro de Finanzas, Ali Shareef Al-Emadi, estimó que el gasto total de organización del Mundial 2022 rondará los 200.000 millones de dólares, y el presidente de FIFA Gianni Infantino, con su cinismo habitual declaró: “Nunca vi un país en el mundo preparado con tanto adelanto, será como una tienda de juguetes para los aficionados”. FIFA espera recaudar 3.500 millones de dólares, y los muertos para construir el circo no parece preocuparle a casi nadie.
Qatar, además de financiar el terrorismo, en especial el de Hamas, comprar un Mundial, dejar que mueran miles en las obras de los estadios y saber que tiene complicidades varias, es la sede también de Al Jazeera, el medio de difusión que a través de los miles de millones que le dan los dueños de Qatar (decir gobernantes puede ser una tropelía contra el lenguaje) difunde sus noticias, a su manera, a su conveniencia, siguiendo las directivas de sus amos y esparciéndose por el mundo como si fuera una vía de información cuando es en realidad una poderosa herramienta poseedora de todos los instrumentos tecnológicos necesarios para ser el Der Sturmer que ya hubieran querido tener en la Alemania de 1930.
Shireen Abu Akleh fue una periodista estrella de Al Jazeera. Nació en una familia de cristianos de Belén el 3 de enero de 1971. Asistió al instituto en Beit Yanina y posteriormente cursó arquitectura en la Universidad Jordana de Ciencia y Tecnología. A continuación, siguió sus estudios en la Universidad de Yarmouk, situada también en Jordania, donde se graduó en periodismo y regresó a Palestina. Como periodista trabajó en calidad de reportera para Al Jazeera durante 25 años, y murió hace 9 días en Jenín cuando recibió un tiro en la cabeza en momentos que pretendía cubrir un enfrentamiento entre las Fuerzas de Defensa de Israel y un grupo de terroristas fuertemente armados.
Al Jazeera acusó a Israel de asesinarla. Sin pruebas, sin investigación, la acusación fue inmediata. El sistema Al Jazeera y Qatar funcionó públicamente.Aunque el forense palestino que la atendió en el hospital dijo que no tenía pruebas de balística para determinar culpabilidades, Al Jazeera condenó. A pesar de que la Autoridad Palestina hizo que se la enterrara en menos de 24 horas, que no aceptó una investigación con Israel, que ha hecho desaparecer la bala que la mató, la acusación contra Israel fue inamovible. Hasta el Consejo de Seguridad se reunió en sesión especial para expresar su horror y culpar sin pruebas.
¿Al Jazeera planteó periodísticamente (ya que se considera un medio de difusión y no un panfleto con dinero al servicio de propaganda) por qué había un enfrentamiento en Jenín? Por supuesto que no. Menos lo hizo el Consejo de Seguridad. 19 ciudadanos israelíes asesinados en los quince días previos por terroristas que partieron en su mayoría desde Jenín no es un tema que mueva a nadie ni en la ONU ni en ningún lado. Es un problema de Israel. Y como Israel sabe que está solo en la lucha contra los terroristas bajo comando de Hamas, Jihad Islámica y obviamente los que operan bajo la ceguera y complicidad de Abbas y compañía, el 11 de mayo estaba enfrentándose a un comando para encontrar a alguno de los asesinos de las víctimas israelíes, una de ellas ultimada a hachazos.
Shireen Abu Akleh solía cubrir estos combates. A riesgo de su vida, sin duda, porque a pesar de tener la identificación de periodista que debe respetarse, cuando hay búsqueda y captura de terroristas, ¿Hamas o Al Fatah van a garantizar la vida de un periodista? En Ucrania hay más de 25 periodistas asesinados hasta ahora, y varios atrapados por los rusos, torturados y luego asesinados. ¿Al Jazeera publicó algo? ¿El Consejo de Seguridad le dijo algo en la cara al representante ruso? Porque en Ucrania sí se sabe quienes son los asesinos de periodistas. Pero nadie ha probado quien mató a Akleh en Jenín. Acusar a Rusia es peligroso para el acusador. Acusar sin pruebas a Israel es un deporte internacional practicado con fruición por los antisemitas.
Pero ni siquiera el entierro de la periodista pudo hacerse como corresponde, en paz y respeto. Y una nueva narrativa en el estilo Al Jazeera apareció allí también.El Patriarca Latino de Jerusalén, PierbattistaPizzaballa,en uso de su absoluta libertad de movimiento y expresión, que jamás tuvo antes de 1967 cuando Jordania estaba allí, hizo una conferencia el viernes 13 de mayo y sin un ápice ni de vergüenza y menos de respeto, dijo que la policía israelí había hecho uso desproporcionado de la fuerza contra los que llevaban el féretro para que tuviera sepultura en el cementerio cristiano y que con ello se habían violado los derechos de libertad de culto. ¿Por qué mintió? Aunque la respuesta es obvia, cabe hacer las precisiones del caso. La familia de la periodista había solicitado un entierro en paz en el cementerio cristiano. La policía debía cuidar que así fuera. Una turba de palestinos de Hamas y Al Fatah musulmanes todos pretendieron secuestrar el féretro y hacer una manifestación de violencia. La policía lo impidió como pudo. Pero el Patriarca se olvidó de la turba musulmana armada de piedras. Y mintió. Igual que la familia de la periodista. Igual que Al Jazeera y quienes lo siguen. Igual que el secretario general de la ONU que desde Nueva York opinó de algo lejano de lo cual vio videos no profesionales colgados en las redes.
De nuevo. Los israelíes asesinados por terroristas quizás y a veces provocan declaraciones de condena que nadie lee ni escucha. Asesinato de periodistas en Ucrania (zona de conflicto) y en México (sin conflicto y mucho más que en Ucrania) no merecen ser tema para quienes apoyan satrapías amorales como Qatar. La desgraciada muerte de Shireen Abu Akleh sí ha servido para condenar sin pruebas, para otra vez soslayar el terrorismo de Hamas y Al Fatah, y en suma, para disparar más ola de antisemitismo. Mientras tanto, sigamos comprando pasajes y televisores para el Mundial de Qatar. Los periodistas que vayan recuerden – si pueden – que verán una competencia manchada con la sangre de más de 6 mil víctimas, ocultas bajo la miseria de la inmoralidad.