Durante miles de años, desde los días en que la Torá se transmitía a las comunidades judías a través de letras meticulosamente escritas a mano en rollos de pergamino, hasta la actualidad, cuando puedes deslizar un dedo sobre la pantalla y de forma instantánea acceder a hipervínculos en tu teléfono, los judíos interactuaron con las historias de la Torá casi exclusivamente a través de la palabra escrita. Sin la ayuda de ilustraciones, los lectores confiaron en la fuerza de su imaginación para visualizar los dramas que relata la Torá.
Hace algunos años, el artista judío chileno Mauricio Avayu decidió cambiar esto. Tras dedicar años a refinar sus habilidades artísticas, y a través de un programa intensivo de estudio personalizado bajo la supervisión de un rabino, Avayu dedicó su talento para dar vida a las historias y a los personajes de la Torá a través de una serie de coloridos murales.
Su trabajo fue encargado por ex jefes de estado latinoamericanos y fue exhibido en galerías de arte por todo el continente. Recientemente estuvo trabajando en los toques finales de una serie de tres murales de dos metros de altura que representan escenas del Génesis. Las pinturas fueron encargadas por el Centro Comunitario Judío Jeffrey D. Schwartz, en Taipei, Taiwan, y se exhibirán de forma permanente en el Centro. El Centro es una iniciativa de la Asociación Cultural Judía de Taiwan Jeffrey D. Schwartz y Na Tang (JTCA), una organización sin fines de lucro destinada a promover la vida y la cultura judía y la observancia de las mitzvot en Taiwan y en el mundo.
En una conversación vía Zoom con Glenn Leibowitz, directora de comunicaciones globales de JTCA, Avayu explicó desde su estudio en Aventura, Florida, cómo da vida a las historias y a los símbolos de la Tora a través de sus pinturas, el riguroso entrenamiento que recibió de uno de los más grandes maestros de la pintura, los rituales y las rutinas que tiene para que fluya su creatividad, y por qué cree que su arte puede ayudar a frenar el aumento del antisemitismo. Sus declaraciones fueron ligeramente editadas por razones de espacio y claridad.
¿Qué fue lo que te inspiró a pintar las historias de la Torá?
Comencé pintando historias de la mitología porque me encanta la magia. Pero un día, de repente mi mente se secó. Mi corazón estaba seco. Sentí que necesitaba ir más profundo, sumergirme en mi interior. Estaba leyendo un libro sobre Miguel Ángel, y observé los detalles de su mural en la Capilla Sixtina. Él pintó a Adam y Javá con la serpiente, pero entendí que nos estaba contando una historia errada. En la Capilla Sixtina, la serpiente está alrededor del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero el castigo de la serpiente fue que tenía que arrastrarse por la tierra, así que esto es un error. Cuando cambias la historia, cambias la Biblia, cambias la Torá. No puedes hacer eso.
Todo el mundo piensa que Dios dio vida a Adam con Su dedo. Es una imagen que la mayoría de las personas tienen a partir de su pintura. Pero Dios le dio vida a Adam con Su aliento, no con Su dedo. Miguel Ángel también mezcló algunas de las historias de la mitología griega con las historias del nuevo Testamento.
Todo el mundo piensa que el fruto prohibido en el Jardín del Edén era una manzana. Pero en verdad era un higo. Por eso decidí que iba a pintar la Torá. Asumí que si buscaba en Google podía encontrar muchos murales de Torá. Pero, para mi sorpresa, no encontré a nadie que ya lo hubiera hecho. Y eso se debe a que necesitas saber cómo pintar además de estudiar Torá. Algunas personas se dedican a estudiar y otras se dedican a pintar. Pero yo necesitaba hacer ambas cosas.
Mi esposa me preguntó: “¿Por qué quieres pintar la Torá? ¡No sabes nada de Torá!” Le dije que tenía dos posibles soluciones para ese problema: o no pintaba murales o comenzaba a estudiar Torá. Así que decidí estudiar.
Fui a Jabad y el dije al Rabino que no sabía nada y que necesitaba que me ayudara a aprender. Él me dijo que todos los martes a la mañana nos encontraríamos durante una hora y que podría preguntarle todo lo que necesitara saber. Así fue que comencé a ir a lo del rabino. También comencé a leer, y conseguí una excelente traducción al español de la versión de la Torá en inglés que publicó Arye Kaplan. No tiene comentarios, pero es una traducción muy exacta, y como yo no entendía hebreo me ayudó a obtener un entendimiento básico de la Torá.
Pero entonces comprendí que seguía sin entender realmente la Torá. Porque cuando te quedas sólo con el significado literal de la Torá, en realidad no entiendes el significado subyacente. Así que tuve que leer más libros. Acudí a las historias del Midrash y a los comentarios de Rashi sobre la Torá.
Además de enseñarte Torá, ¿el rabino te guió también en lo que pintabas?
En un momento estaba pintando y se me ocurrió una imagen. Enseguida llamé al rabino porque no quería pintar algo que estuviera prohibido. Estaba dibujando a Caín y Ével y de repente quise pintar la oveja de Ével. Quería ponerle dos cuernos, como un shofar.
“Quiero pintar esto de la forma correcta, ¿está prohibido hacerlo?”, le pregunté. El Rabino me dijo: “Debes haber leído eso en un Midrash”. Pero yo no había leído nada. Simplemente lo sentí. Él me dijo: “No, es imposible [que no lo hubiera leído]. Eso está escrito en un Midrash que dice que el Mashíaj tocará el shofar de la oveja de Ével”.
Esta clase de ejemplos se encuentran por todas partes en el mural, por todos mis cuadros. Es como una segunda voz que me dice poner esto aquí, hacer aquello allí, corregir lo otro. A veces cuando pintas pierdes una semana dibujando algo, y luego lo miras y decides que está mal y que tienes que borrarlo. A veces entras en un flujo y la semana pasa como si fuera un solo día. Las personas que estudian en las academias de arte tratan de repetir lo que ven en un cuadro. Yo trabajo de la forma contraria. Me paro frente a la tela y siento.
Obviamente antes necesito leer, porque tengo que conocer la historia. No quiero cambiar la historia, pero las formas, las proporciones, las cosas que aparecen en la tela no las preparo de antemano. Lo llamo un “accidente divino“. Al comienzo, un mural es un misterio. Uno realmente no sabe cómo se va a ver cuando esté terminado.
Cuando leo algo, puedo verlo en mi mente como una película. Primero lo dibujo, y al dibujar repito la imagen que vi en mi mente cuando leía. No uso muchos bocetos. Coloco el lienzo en la pared y comienzo a pintar. Ya sé cómo se va a ver la imagen incluso antes de pintar, incluso antes de empezar a dibujar.
En tus cuadros incluyes simbolismos de la Kabalá y mensajes sutiles de la Torá. ¿Cómo reacciona la gente a eso?
Ahora la gente ya se acostumbró a buscar cosas en mis pinturas. Yo estudié Kabalá durante muchos años y siempre incluí muchas cosas de la Kabalá. ¿Por qué Abraham sostiene su vara con la mano derecha sobre su mano izquierda? Porque Abraham estaba conectado con el jésed (bondad), que se asocia al lado derecho. Cada detalle tiene una razón. Yo incluyo las razones en el mural. Porque es muy importante explicarlas. Puedo hablar de una obra durante una hora, explicar todos los detalles que hay allí que surgen de la Torá y del Midrash. No es sólo una pintura. Es la historia de nuestro pueblo, nuestra tradición judía. Poseemos un entendimiento y una información muy vasta que tenemos que compartir con los demás. Por eso el nombre de la exposición fue “La luz detrás del Génesis”. Cuando lees un texto, el primer paso es el significado literal. Y cuando comienzas a profundizar, puedes encontrar mucha más información. Cuanto más profundizas, más deseas saber.
Cuéntanos sobre el proceso creativo. ¿Tienes algunas rutinas o rituales que sigues al pintar?
Llego al estudio muy temprano a la mañana. Enciendo incienso de manzana y canela, y pongo música suave, quizás barroca. Entonces comienzo a observar lo que hice el día anterior. Después de haber trabajado durante todo el día, al fin del día tienes una visión de la realidad. Al día siguiente, después de haber dormido y refrescarte, puedes ver otra cosa. Entonces decido qué haré ese día y vuelvo a comenzar.
Mi estudio está repleto de obras sin terminar. Cuando me cansó de trabajar en un cuadro, comienzo con otro. Cuando quiero dibujar, dibujo y cuando necesito pintar, pinto.
Leí un libro sobre Leonardo da Vinci que describe que competía mucho con Miguel Ángel. No eran amigos. Miguel Ángel decía que la escultura era superior. Leonardo decía que la pintura es mejor, porque al pintar puedes hacer todo aquello sobre lo que hablamos y lo que sentimos. Cuando tengo que cambiar un detalle, puedo hacerlo. Este es mi mundo. Aquí soy libre.
Me siento muy feliz y agradecido. Lo paso muy bien. No puedo pintar cuando estoy triste. No pinto cuando estoy preocupado por algo o cuando me siento triste. Trato de canalizar mis energías en la alegría, en la esperanza. No quiero cosas tristes en el lienzo.
Presentaste tus obras en grandes galerías de arte y dos ex presidentes de América Latina te invitaron personalmente a exhibir tu trabajo. ¿Cómo descubrieron tus obras?
Cuando comencé con este mural en mi estudio en Chile, muchas veces pensaba: “¿Quién va a querer ver esto? ¿Quién va a querer comprarlo? ¡Nadieee!” Porque era una representación de mis sentimientos. Pero un día recibí una llamada del presidente de la comunidad judía. “Mauricio, necesitamos que hagas un cuadro para la ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Voy a llevar tu mural al palacio”. ¿Qué? ¿Va a llevar mi mural al palacio presidencial?
Le dije que era algo mío, algo personal. Él insistió: “No, inténtalo”. En la exhibición todos estaban de pie aplaudiendo. Al presentar allí la Torá me sentí muy asustado, porque en Chile hay mucho antisemitismo. Mostré la Torá ante la presencia de la presidenta. No era algo común, era la primera vez que presentaban de esa forma la Torá. Por eso incluí los textos, porque no quería alejarme del rollo. Quería que estuviera allí el rollo. Pero cuando uno ve un rollo, un Séfer Torá, si no sabes cómo leerlo, si no entiendes lo que dice, pierdes mucha información. Pero yo mezclo una imagen con texto escrito de la forma tradicional, como lo escribe un sofer (un escriba de la Torá). No uso una tipografía nueva; lo escribo como está escrito en la Torá.
Para mi exhibición en Chile, la sinagoga nueva Benei Israel en Santiago me pidió que pintara la historia de Abraham y los malajim (los ángeles). Yo pinté dos leones abriendo un gran Séfer Torá con Abraham y los malajim. Dibujé el primero y el último párrafo de la Torá, en total 42 líneas. Fue mucho trabajo. Cuando se lo mostré al rabino de Jabad, me dijo que le parecía un trabajo increíble y lo aprobó. Sólo tuve que hacer un pequeño cambio en las letras “iud-hei-vav-hei” para no escribir el nombre de Dios. Cuando posteriormente exhibí el mural en México, el rabino me preguntó: “¿Quién fue el sofer (el escriba de la Torá)?”. Le dije que yo lo había hecho y me volvió a preguntar: “No. ¿Quién fue el sofer?”. Le volví a decir que yo lo hice y él insistió: “¿No entiendes lo que pregunto? ¿Quién escribió esto?”. “¡Yo!”, exclamé.
No soy un sofer, pero puedo ver la forma de las letras. A pesar de que sólo entiendo el 50 por ciento de las letras, puedo sentir las formas.
¿En dónde más exhibiste tus obras al comienzo?
Un día, cuando estaba en mi estudio recibí una llamada del director del museo Diego Rivera en México. El museo recibió su nombre en homenaje a uno de los muralistas más importantes del mundo. Pensé que era una broma, que era uno de mis amigos haciéndose pasar por el director del Museo Diego Rivera y diciéndome que quería mis murales en su museo. Pero al prestar atención a su voz entendí que en verdad era mexicano y que no era un chiste. Era cierto. Él me dijo: “Queremos su mural aquí en setiembre. Díganos ahora mismo, sí o no”. “¡Sí!”, le respondí.
En ese momento yo estaba pintando tres encargos muy grandes. Pensé que no tenía suficientes horas en el día para lograrlo, pero decidí hacerlo de todos modos, porque esa era la primera vez que la Torá llegaría al museo Diego Rivera.
Esta fue la primera vez que salí de Chile, así que era imposible decir que no. Durante unos siete u ocho meses trabajé desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche. Dormía sólo entre cuatro y seis horas. Llevé el mural a México, y luego a la comunidad sefaradí Monte Sinaí en la ciudad de México. Entonces recibí un llamado del ex presidente de México, Vicente Fox, quien me dijo: “Me encanta tu trabajo”.
¿Cómo reaccionó la gente a tu obra?
Para mi sorpresa, la primera vez que mostré mis murales vi que mucha gente lloraba. ¿Qué ocurrió? ¿Quizás cometí un error? Yo no quería herir a nadie. ¿Por qué la gente llora? Durante la primera muestra, vi a una persona que se largó a llorar frente al arcángel Gabriel. Pensé que había cometido un error. Era una persona de unos 80 años y estaba sollozando. Le di algo de beber y le pregunté qué había pasado. Me dijo que había perdido a uno de sus nietos en un accidente y que el nombre de su nieto era Gabriel.
Al ver ese cuadro, se soltó un fuerte nudo que tenía en la garganta. Comenzó a llorar muy fuerte. Era su forma de sanar. Me abrazó y se fue. Después se me acercó el curador de la galería y me preguntó si sabía quién era esa persona. “Es uno de los abogados más importantes del mundo. Él dirige los casos legales de algunas de las mayores compañías del mundo”. Entonces entendí que no importa quién seas, cuando te encuentras frente a una pintura puedes quebrarte como un niño. Ese es el poder que existe cuando se pinta con el corazón.
Una de las primeras veces que mostré este mural, poco después de haber comenzado a pintarlo, vi a una mujer observando la imagen de Itzjak y Iaakov. Es la escena en la que Itzjak está ciego y bendice a Iaakov pensando que es Esav. Cuando vi que lloraba le pregunté qué había pasado y me dijo: “Mi padre murió ciego. Ese es mi padre”.
Hace poco firmé con una de las galerías más importantes de los Estados Unidos. Tienen galerías en Nueva York, Miami y Dubai. El curador vino a mi estudio en mi garaje y me dijo que estaba abrumado, que lo que veía era “asombroso”. “¿Dónde estuviste todos estos años?”, me preguntó.
¿Qué significa tu firma?
Mi firma es “Mavayu”. La “M” es por mi nombre, Mauricio. Y en la letra “y” puedes ver la letra hebrea “shin”, como la “shin” que hay en una mezuzá. La “shin” representa uno de los nombres de Dios, “Shad-ai”, formado por las letras “shin, dalet, iud”. Aquí se encuentra codificado un mensaje. La “shin” representa a “Shomer”, que significa “proteger”. La “dalet” representa a la palabra “delet”, puerta. Y la “iud” es la primera letra de “Israel”. Por lo tanto, “Shomer delet Israel” significa “el guardián de la puerta de Israel”. Imagina cuántos más detalles se esconden en una pintura. Todo tiene una razón, nada es por accidente.
Acostumbro a poner una firma muy pequeña en mis cuadros porque pienso que no los creé yo solo. Siento que sólo soy una parte de esto. Los pintores renacentistas decían: “Una firma grande, un cuadro pequeño. Una firma pequeña, un gran cuadro”. Yo lo tomo a esto literalmente. Pongo una firma pequeña porque necesito sentirme pequeño. No es sólo mío. Muchas personas están involucradas para lograrlo.
Lo más importante es lo que Dios dice aquí, el mensaje que la pintura comparte con el público. Yo no pinto para ser famoso. No pinto para ser recordado como el pintor más famoso del mundo. Pinto para mí y para el mundo.
¿Cuándo decidiste convertirte en un pintor profesional?
Hace muchos años, un día vi a mi maestro por televisión. De inmediato sentí que un día me diría que debía ser un artista, que tenía que pintar cada día. En ese momento me resultó imposible conectarme con él. No había internet. No sabía cómo comunicarme con él. Me llevó 20 años hasta que llegué a tener mi primer encuentro con él y yo estaba muy asustado. Allí estaba la persona que yo había visto por televisión 20 años antes. Le pregunté si daba clases y me dijo: “Sí, ven a mis clases”. Y en esa primera clase me dijo: “Tú eres un artista. En otra vida fuiste un pintor maravilloso. No puedo enseñarte. Sólo necesito ayudarte a recordar lo que ya sabes, nada más”. Desde ese día entendí que yo era un artista. Durante toda mi vida fui un pintor. Cuando comencé a estudiar con él, no quería pintar como un hobby. Quería llegar a un nivel que me permitiera presentar mi arte al mundo.
¿Cuántos años tenías en ese momento?
Cerca de 40. Cuarenta es un número muy importante. Es una edad en la que tenemos un poco más de vida. Los israelitas vagaron por el desierto durante 40 años. La lluvia cayó mientras Nóaj estuvo en el Arca durante 40 días. Llevó 40 días para que Moshé recibiera la Torá.
El valor numérico de la letra “dalet” es cuatro. En la Kabalá, si tomas la “dalet” o “delet”, es lo mismo, porque representan el mismo número. Cuando dos palabras tienen el mismo valor numérico, es lo mismo. Es decir que “dalet” es lo mismo que “delet”, que significa “puerta”. Por eso mi puerta tuvo lugar cuando tenía 40 años. Los cambios ocurren rápidamente a los 40, porque entendemos que no tenemos demasiado tiempo. Entendí que era el momento de hacer lo que amaba. Muchas personas cambian su vida a los 40 años; es una edad muy importante. Mi primera exposición fue en el 2012, y en los ocho años siguientes tuve casi 30 exposiciones. Son muchas exhibiciones. Mucho trabajo.
¿Cómo fue estudiar con tu maestro?
Mi maestro fue Hernán Valdovinos, un pintor que estudió en Florencia. Yo estudié con él los martes de 10 a 13 durante casi nueve años. Algunas veces la clase comenzaba a las 10:30. Un día llegué cinco minutos antes, a las 10:25. Llamé a la puerta, me abrió y me preguntó qué hora era. Le respondí que eran las 10:25 y me cerró la puerta en la cara.
Era como un oficial del ejército. Dibujamos líneas rectas con un lápiz durante tres meses. Era muy estricto. Pero yo entendí que en el 2006 no tenía mucho tiempo. Necesitaba el maestro adecuado. Desde el primer minuto entendí que eso era lo que necesitaba para llegar a un nivel de excelencia. Entendí que si deseaba llegar a la cima de la montaña, tenía que aprender a caminar antes de poder aprender a volar. Cuando me preguntan: “¿cómo puedes hacer esto?”, la respuesta es que estuve nueve años con ese hombre.
Él estrechó mi mano y me dijo dos cosas que nunca olvidaré. Me dijo que al pintar tengo que sentirme como si fuera un niño, que hay que tratar de recordar lo que sentía cuando era un niño. Esa sensación de felicidad cuando un niño está arrodillado en el suelo, dibujando con energía. Pero también es necesario mezclar la energía de un niño con la excelencia. No se le puede pedir excelencia a un niño.
Después de un par de años entendí que ese era el secreto: cada detalle de la pintura debe ser excelente, incluso si no es el detalle más importante. En una pintura de Abraham detrás de él se ve la ciudad de Babel. Debe haber como cien ventanas, y cada ventana muestra el reflejo de la luz. Por supuesto que la figura principal de la escena es Abraham, no las ventanas. Pero cada detalle de la pintura debe tener excelencia. Si no, no está terminada.
Yo me enfoco en la excelencia. En mi vida soy muy relajado, pero en mi estudio no me relajo. Soy sumamente disciplinado.
Una vez dijiste que tus pinturas pueden ayudar a enfrentar el antisemitismo. ¿Por qué piensas eso?
Otra razón por la que pienso que tengo que pintar esto es porque ningún judío en el mundo ha pintado un mural de la Torá. ¿Por qué? Tenemos mucha información para compartir. Los tzadikim han escrito y hablado durante muchos años. ¿Por qué entonces no podemos mostrar estas historias a la gente y decir: “Estas personas son nuestras”? Tenemos que compartirlo.
La raíz del antisemitismo es el miedo. Lo que puede luchar contra el antisemitismo es lograr que otros pueblos entiendan que todos estamos muy cerca los unos de los otros, no estamos tan alejados. Cristianos y musulmanes comparten algunas de nuestras historias, las historias de la Torá. Compartimos la misma raíz.
Una vez preparé una exhibición especial para 14 sacerdotes evangélicos. Uno de ellos me dijo llorando: “Muchas gracias. Pensaba que entendía, pero no era así. Ahora sé mucho más”.
Cuéntanos sobre los murales que estás pintando para el Centro Comunitario Judío Jeffrey D. Schwartz en Taiwán.
Este mural para el centro judío en Taipei es la misma pintura que viajó a la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, y luego al presidente de México, Vicente Fox y al centro sefaradí Monte Sinaí en la ciudad de México, y luego al Museo Diego Rivera. Es el mismo cuadro. Después de empezar con un dibujo sumamente detallado, apliqué varias capas de colores al óleo. Así que es probable ver el cuadro un día y al volver a verlo una semana más tarde encontrarse con algo diferente Es la misma pintura con nuevas capas. Ahora está lista para ser exhibida. Espero poder estar allí para explicarlo.
Es increíble que este mural vaya a estar en Taipei, es como un sueño. Me alegra mucho porque cuando se lo exhiba en Taipei lo verán muchas personas. No es sólo un mural para una casa privada. Esta es la luz que debemos llevar a todo el mundo.
¿Cuánto tiempo piensas que te llevará para completar los murales basados en los cinco libros de la Torá?
No sé cuántos años necesitaré para terminar esto, pero es un proyecto de por vida. Ahora estoy trabajando en el Éxodo. Quizás alguna parte de este mural vaya a Taipei y tenga que volver a pintarlo, y cuando lo haga será un poco diferente. Porque como un artista, lo que pinto un día puede no ser lo mismo que pinto otro día. Cada día voy creciendo.
Fuente: Aish Latino