Primera parte.
Sin dudas, la colaboración entre alemanes y judíos fue esencial para los alunizajes del Apolo y en gran parte del plan de disuasión nuclear de EE.UU. Así empieza esta historia increíble: En los primeros días del programa espacial americano, dos hombres se encontraron con una botella de Jack Daniel’s en el hotel Hay-Adams frente a la Casa Blanca. Era alrededor de 1959, cuando el futuro del joven programa espacial americano estaba nublado por desacuerdos tecnológicos. Por un lado de la botella, estaba Wernher von Braun, el genio de la ingeniería que había desarrollado el primer misil balístico del mundo para Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Una vez fue miembro del Schutzstaffel de Hitler, o SS, pero ahora dirigía el Centro Marshall de Vuelos Espaciales de la NASA en Huntsville, Alabama. Al otro lado se encontraba Abraham Silverstein, quien había crecido en una familia judía pobre en Indiana. Era el jefe de vuelos espaciales de la NASA y más tarde se convirtió en director del Centro de Investigación Lewis de la NASA en Cleveland. Un ex nazi y un judío americano. Poco más de una década los separaba del Holocausto.
Durante la era de Apolo y la llegada del hombre a la Luna, que llevó a los americanos a la luna seis veces entre 1969 y 1972, la NASA se llenó de científicos judíos y un gran grupo de alemanes que habían trabajado para Adolf Hitler antes y durante la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que los dos grupos fueran capaces de trabajar codo a codo es algo por lo menos sorprendente.
Frente a Von Braun y Silverstein , que eran dos de los mejores ingenieros de cohetes de Estados Unidos, se presentaron muchas decisiones críticas, incluyendo el tipo de combustible que se necesitaría para llevar a los astronautas a la Luna. Von Braun quería que la segunda y la tercera etapa del poderoso cohete Saturno V se alimentara de queroseno, un combustible que conocía de sus días en Alemania. Allí, lideró el desarrollo del misil V-2 alimentado con alcohol con el que se bombardeó Londres.
Silverstein había guiado su investigación en Lewis sobre el uso de hidrógeno líquido, un combustible mucho más potente que nunca antes se había utilizado en un cohete. Estaba seguro de que tal salto tecnológico era necesario para el largo viaje lunar.
Un observador recordó más tarde que los hombres se midieron unos a otros como “fieras”. Dos de los más importantes expertos en cohetes de la nación se vieron atrapados en una disputa técnica de enorme importancia que giraba en torno a un enfoque de ingeniería cauteloso frente a uno audaz para los futuros viajes espaciales. Sus vastas diferencias personales fueron dejadas de lado.
Wernher von Braun se resistió a la defensa que hizo Abraham Silverstein de los motores de cohetes alimentados con hidrógeno en el Saturno, pero más tarde reconoció que su colega judío tenía razón y envió una nota firmada después de un exitoso lanzamiento en 1967. Cuando el primer Saturno con etapas alimentadas con hidrógeno fue probado el 9 de noviembre de 1967, Von Braun envió una fotografía del lanzamiento con una nota manuscrita: “Al Dr. Abe Silverstein cuyo trabajo pionero en la tecnología del hidrógeno líquido allanó el camino del éxito actual – Wernher von Braun”.
Los ingenieros de la era Apolo, los historiadores espaciales, los hijos de los ingenieros, los líderes religiosos y los analistas políticos dicen que la tranquila colaboración se basó en el respeto intelectual, en la creencia en la redención y en una asociación forjada en beneficio de la nación.
Fue una época en la que los juicios morales pasaron a un segundo plano ante un compromiso profundamente arraigado con el futuro de los viajes espaciales y el apoyo a los objetivos nacionales.
Los hijos de los alemanes y los judíos dicen que nunca se habló en casa de resentimientos o intolerancia. En cambio, sus padres se centraron en el monumental desafío de la misión lunar. Los registros históricos de la NASA cuentan la misma historia.
“Mi padre dijo que la NASA fue construida por judíos, nazis y gente ordinaria”, recuerda Reuben Slone, hijo del ingeniero de la NASA Henry Slone, miembro de la comunidad judía de Cleveland.
La historia de esa colaboración apenas se ha escrito, si es que se ha dicho algo. Según los historiadores espaciales, aunque sí hay mucha narrativa sobre los científicos alemanes se ha escrito muy poco de los científicos judíos.
Después de la rendición a las fuerzas de EE.UU. al final de la Segunda Guerra Mundial, los científicos e ingenieros alemanes realizaron investigaciones sobre misiles para el ejército y más tarde jugaron un papel clave en el programa Apolo.
En los últimos años, un análisis más profundo se ha centrado en la decisión de Estados Unidos de traer a 125 científicos e ingenieros de cohetes alemanes a EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial bajo un programa secreto aprobado por el presidente Truman y denominado en código Operación Paperclip.
Los historiadores han investigado hasta qué punto los científicos alemanes fueron cómplices en el desarrollo de una fábrica subterránea cerca de Nordhausen que produjo el V-2, el primer misil balístico guiado de largo alcance del mundo.
En ella trabajaban prisioneros del cercano campo de concentración de Mittelbau-Dora, que albergaba a combatientes de la Resistencia franceses y belgas, junto con rusos, polacos y otros eslavos, según el curador principal del Smithsonian (Centro de Educación e Investigación que posee además un complejo de museos asociado), Michael Neufeld, uno de los principales autores sobre los científicos alemanes.
La fábrica estaba controlada por el ministerio de armamento nazi y la organización paramilitar SS, dijo Neufeld, pero varios de los ingenieros del V-2 fueron testigos de las condiciones inhumanas que llevó a la muerte a unos 20.000 prisioneros.
El conocimiento de esas condiciones, pero sin haber participado, no constituiría crímenes de guerra, señaló Eli Rosenbaum, el veterano cazador de nazis del Departamento de Justicia. Pero en algunos casos, las autoridades militares estadounidenses hicieron un mal trabajo al investigar a los científicos alemanes, declaró.
Gran parte de la historia de la fábrica subterránea se mantuvo en secreto para el público americano hasta los años 70. El ejército estadounidense decidió que era fundamental para la seguridad nacional reclutar discretamente a los científicos alemanes, basándose en el temor de que el líder soviético Josef Stalin desarrollara primero misiles de largo alcance con ojivas atómicas y los utilizara de forma preventiva contra Occidente.
Una cosa también unió a muchos de los judíos y alemanes de la NASA: un odio mutuo al comunismo.
Hay un amplio acuerdo en que la colaboración entre alemanes y judíos fue esencial para los alunizajes del Apolo y gran parte de la disuasión nuclear de EE.UU.
La segunda parte se editará el 28 de setiembre y la tercera y última parte el 30 de septiembre.
Fuente: Grupo de Facebook Personalidades judías de todos los tiempos. Compilado por Raúl Voskoboinik.
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