Ricardo Angoso
El 2 octubre de 1944, tras dos meses de lucha y exhaustos, hambrientos y muchos casi cadavéricos, los resistentes polacos alzados en armas en la capital polaca, Varsovia, aceptaron su derrota y se rindieron ante el enemigo nazi.
Fueron unas jornadas heroicas de lucha, valentía, arrojo y sacrificio, donde los polacos sacaron lo mejor de sí y Varsovia se inmoló ante un enemigo que contaba con ingentes y superiores medios para propinarles una derrota, que a la postre fue una lección inmortal para el resto de la humanidad. El mundo contempló como el castillo de naipes construido por Hitler era vulnerable.
El 1 de agosto de 1944, tras casi cinco años de ocupación alemana, la resistencia polaca, junto con las escasas fuerzas militares que se encontraban en la retaguardia u organizadas clandestinamente en la ciudad, se levantó contra los ocupantes alemanes. La desproporción entre ambas fuerzas era abismal. Los polacos levantados en armas, siguiendo la estela de los judíos del gueto que se habían alzado contra los alemanes un año antes, en abril de 1943, organizaron una resistencia más a la defensiva dentro la ciudad que a la ofensiva, dada la falta de medios.
Los polacos no contaban ni con artillería ni con recursos aéreos frente a centenares de tanques, miles de hombres, una artillería certera y aviones que machacaban sin cesar las defensas polacas, incluyendo hospitales y clínicas con las banderas de la Cruz Roja y objetivos civiles donde se refugiaban miles de personas indefensas y desarmadas. Decenas de enfermos, médicos y enfermeras murieron en los ataques alemanes indiscriminados y en la segunda semana de agosto de 1944 fueron ejecutados sin piedad 40.000 ciudadanos polacos, muchos de ellos sin ni siquiera haber participado en la insurrección, en la que fue conocida como la Matanza de Wola (barrio de Varsovia).
Las tropas soviéticas, que ya habían llegado a los suburbios de Varsovia, se negaron a auxiliar a los resistentes polacos y atender sus necesidades militares, negándoles ayuda por aire y por tierra incluyendo aquí armamento. Incluso, agentes del servicio secreto soviético, el temido NKVD, llegaron a arrestar, el 10 de septiembre de 1944, a varios emisarios enviados por los polacos para negociar la creación de un ejército mixto que pudiera hacer frente a los alemanes. Estaba claro que la estrategia soviética pasaba porque el alzamiento polaco fuera aplastado, derrotado y diezmado por los alemanes para, a renglón seguido, someter a toda Polonia sin apenas resistencia ni fuerzas disidentes. Las fuerzas soviéticas tenían como única misión la imposición de un régimen comunista de corte soviético, tal como finalmente pasó. La larga noche de la glaciación comunista ya se atisbaba en aquellas jornadas de plomo y muerte.
UNA RESISTENCIA IMPOSIBLE FRENTE A UN ENEMIGO SUPERIOR
En estas circunstancias tan adversas para la resistencia polaca, pese al envío vía aérea de algunas armas por los aliados occidentales y también de ayuda humanitaria, quedaba meridianamente claro que los polacos no podrían resistir por mucho tiempo. La ciudad estaba completamente en ruinas, los combatientes, exhaustos y muchos heridos, combatían en unas condiciones extremadamente adversas, sin apenas alimentos ni medicinas, y frente a un enemigo con todos los medios a su alcance, incluido el poder aéreo que machacaba los objetivos ruinosos sin descanso ni pausa alguna.
El 2 de octubre, tras dos meses de dura lucha en unas condiciones de desigualdad total frente al enemigo, el general Tadeusz Bór-Komorowski firmó la capitulación, que se aplicaba a todas las tropas polacas del Ejército Territorial, en el Cuartel General alemán, ante el general Erich von dem Bach. Los alemanes teóricamente se comprometían a respetar y tratar a los prisioneros de acuerdo a la Convenciones de Ginebra, algo que, como se puede suponer, nunca cumplieron. Había terminado uno de los mayores levantamientos resistentes contra los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, una epopeya que, al igual que el alzamiento del gueto de Varsovia por parte de los judíos, había causado numerosos problemas y la distracción de numerosas tropas para aplastar la resistencia pero que hubieran sido necesarias para la protección de Berlín y otros territorios alemanes. La historia quizá hubiera sido bien distinta sin estas dos acciones de los resistentes judíos y polacos.
La ciudad de Varsovia había quedado prácticamente devastada. Según fuentes de la época, aproximadamente el 85% de los edificios y construcciones estaban destruidos. En total, fueron destruidos 10.455 edificios, así como 923 construcciones históricas (el 94 % de la capital polaca); 25 iglesias; 14 bibliotecas, incluyendo la Nacional; 81 escuelas primarias; 64 secundarias; la Universidad de Varsovia y la Universidad Politécnica. Cerca de un millón de personas perdieron sus propiedades y entre 350.000 y 500.000 habitantes de Varsovia fueron expulsados de la ciudad por los alemanes, de los cuales 90.000 acabaron en los campos de trabajo en Alemania y 60.000 en los campos de exterminio, la mayoría después asesinados.
El 16 de enero de 1945, una vez que los alemanes se han retirado casi en desbandada de la capital polaca, entraron los soviéticos como “libertadores” de Polonia, pero la cruda realidad es que se avecinaba una larga dictadura comunista y el aplastamiento de toda forma de resistencia, incluyendo a miles de hombres que se habían batido valientemente frente al enemigo nazi. Había comenzado una nueva época bajo la bota comunista, pero esa es otra historia para otro momento.
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