La columna de hoy, para algunos será controvertida, para otros una mirada lo menos subjetiva posible, pues las relaciones anglo-argentinas son, desde un punto de vista, un ejemplo de la dicotomía amor-odio, que transita de la pasión popular por el fútbol o la presencia multitudinaria a los recitales de los Stones, de McCartney o Queens, a la bronca por Malvinas, o por los intentos de someternos a la Corona durante el Siglo XIX, como las llamadas invasiones inglesas o la Vuelta de Obligado, y sin olvidar la Mano de Dios en el Mundial de Méjico 86, que legitimó lo ilegítimo, todas facetas de esos sentimientos contradictorios que conforman este vínculo bipolar.
Quizás por estas razones, cuando el pasado 8 de septiembre falleció la reina Isabel II, tras 70 años de reinado, el más longevo de la Historia, algunos siguieron el prolongado protocolo de sus exequias con curiosidad o con asombro por el respeto a una tradición, típicamente inglesa, mientras que otros, criticaban el seguimiento del evento en los distintos medios o incluso hasta ironizaban el deceso de la soberana, pero también, están quienes analizan no sólo el rol del Reino Unido durante su reinado, y cuales son las consecuencias del final de ese reinado, tanto el legado isabelino para los británicos, como el futuro próximo de una de las cinco potencias mundiales, ante un escenario global en plena transición geopolítica.
Como una paradoja, se podría decir que el Imperio Británico se inicia en un primer período isabelino, con Isabel I Tudor, cuyo reinado transcurrió desde noviembre de 1558 hasta su muerte en marzo 1603, y que fue la piedra fundacional del expansionismo inglés, no sólo en lo territorial, sino también en el comercio, sin olvidar que le dio al mundo las maravillosas obras de William Shakespeare, y se podría decir, que ese poder que se fue acrecentando a lo largo de casi tres siglos, y que tuvo su apogeo con la reina Victoria en el Siglo XIX, poco a poco fue deteriorándose hasta este segundo período isabelino, el de Isabel II de Windsor, enmarcado en el proceso de descolonización, en las reivindicaciones identitarias de escoceses, galeses e irlandeses, en un traumático desacople de la U.E. por el Brexit, y las crisis derivadas del conflicto ruso-ucraniano y la puja global entre los EE.UU. y China.
Tal como se ha señalado, el inicio de ese imperio que llegó a estar presente y dominar a algo más de un cuarto del mundo, sienta sus bases con Isabel I, cuyo ideario se sintetiza en una frase de la monarca, “…los intereses de la Corona, son los intereses del pueblo inglés…”, luego sigue, el convulsionado siglo de los Estuardos, en el que por única vez en la historia inglesa, se instaura una Regencia, es la República de Oliver Cromwell, con una efímera existencia desde 1648 a 1660, que lega el Acta de Navegación, que no sólo sienta las reglas de juego del comercio exterior inglés, sino que son la base estructural de la Royal Navy y por ende del dominio de los mares, pero la tradición monárquica es identidad del pueblo inglés, y entonces se dio la restauración de los Estuardos, y en esta segunda parte del Siglo XVII, más allá del legado en la ciencia de Isaac Newton o de la visión absolutista en el Levitán de Thomas Hobbes, se produce la llamada Gloriosa Revolución cuyos resultados han sido fundacionales para la democracia moderna, como la figura legal del Habeas Corpus, un nuevo principio de Derecho Público, el Contrato, el Parlamentarismo, el Juicio por Jurados, el Derecho de Peticionar, la facultad exclusiva del parlamento para votar leyes y subsidios económicos, y el Bill of Rights o Declaración de Derechos, el triunfo de la Ley sobre el Rey, o como se conoce, “…el rey reina pero no gobierno…”.
Por su parte, tras el final de los Estuardos, llega la Casa Hannover con Guillermo III, príncipe de Orange, en un Siglo XVIII marcado por el expansionismo colonial y comercial inglés, con bases en las 1ra. etapa de la Revolución Industrial y la transición a una economía guiada por la ideas del Liberalismo de Adam Smith y el legado en lo político de John Locke, sin olvidar al filósofo escocés David Hume, figura esencial del empirismo y el naturalismo, sin embargo, el final de este siglo, le depara a la monarquía la primera gran pérdida, la independencia de sus colonias de América del Norte, y el consecuente nacimiento de los Estados Unidos, sin embargo, aún para comienzos del Siglo XIX, el ahora Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, estaba por alcanzar su apogeo como la 1ra. potencia mundial.
Eso le fue suficiente para imponer a nivel global la Pax Británica, caracterizada por regir los mercados mundiales en base a una economía en plena 2da. etapa de la Revolución Industrial y a la Bolsa de Londres, dominando los mares y los enclaves marítimos, consolidando dominios tan importantes como Canadá, Australia, y el virreinato de la India o uniendo colonias y territorios desde Egipto hasta Sudáfrica, e incluso siendo el eje del equilibrio europeo tras la derrota de Napoleón, es la época de esplendor del Imperio Británico, es la Era Victoriana, sin embargo para los últimos años del Siglo XIX y hasta antes de estallar la 1ra. Guerra Mundial, ese “Espléndido Aislamiento” es sacudido en su rol como gran potencia por otras en auge, Estados Unidos y Alemania.
Las consecuencias del 1er. gran conflicto mundial, fueron marcando el gradual deterioro del poder, tanto duro como blando, del Imperio Británico, que se confirmó tras el final de la 2da. Guerra, con el ascenso de los Estados Unidos y la URSS, algo que se fue delineando en las conferencias de Teherán, Yalta y Postdam, y para el inicio del reinado de Isabel II, la política exterior británica se centra en la Doctrina de los Tres Círculos, el primero de estos se basa en el vínculo geopolítico especial con los EE.UU., el segundo lo constituye en el rol como cabeza del Commonwealth y el tercero, su relación con el bloque europeo y la evolución de éste desde la CECA a la actual Unión Europea, tres círculos concéntricos interrelacionados que podían minimizar los efectos negativos, tanto en lo económico, en lo político y en lo militar, y maximizar sus poderes duro y blandos en el nuevo escenario global.
Es así, que durante el reinado de Isabel II y la alternancia en el gobierno británico de liberales y conservadores, las prioridades y la manera de relacionarse de estos tres círculos tuvieron distinto peso, en el que el primero de ellos, su alianza estratégica con Washington se ha mantenido intacta manifestándose como socio en las políticas e iniciativas a nivel global propuestas o llevadas a cabo por los EE.UU., con un alto grado de pragmatismo, una característica histórica en la política exterior británica, y que en el caso del rol de Isabel II significó enfrentar la Guerra Fría, prácticamente desde sus inicios hasta el derrumbe del imperio soviético, algo más de la mitad de su reinado.
Ahora bien, en relación al segundo círculo, el del Commonwealth, en principio ratifica el pragmatismo británico, que ante el derrumbe de los imperios coloniales, a diferencia de Francia, Bélgica, Holanda y Portugal, que experimentaron un desmembramiento signado por conflictos armados, el Reino Unido comprendió, aún amargamente, que 1914 fue el principio del fin del imperio, el que se convirtió en 1931 en la Mancomunidad Británica de Naciones, un bloque económico y geopolítico pero también multirracial, y en el que rol que representó Isabel II, apoyando esa multiculturalidad, fue lo suficientemente importante para canalizar las tensiones étnicas y las expresiones nacionalistas, y que en 1960 el Commowealth se transformara en un sistema político basado en la asociación voluntaria con objetivos de beneficios económicos y culturales comunes, como así también la cooperación internacional y la defensa de la democracia, es la actual Mancomunidad de Naciones, conformada por 53 Estados y dominios de ultramar, en síntesis, un legado de aquel otrora imperio, incluso albergando dos países que nunca fueron dominios británicos, Mozambique y Rwanda, y del que sólo Zimbabwe e Irlanda se retiraron, mientras que el resto ha reconocido formalmente a Isabel II como la cabeza de la Mancomunidad, con una población de unos 2.300 millones de personas, casi un tercio de la población mundial, y que tras el Brexit se ha convertido en el gran socio comercial del Reino Unido.
El último de los círculos, es el más problemático, caracterizado a lo largo de la historia británica por las recurrentes crisis y conflictos que han sacudido sus relaciones con Europa, y que quizás ha sido descripto acertadamente por John Maynard Keynes, cuando dijo, “…Inglaterra queda fuera de Europa, los mudos temblores de Europa no la alcanzan, Europa está fuera e Inglaterra no comparte ni su cuerpo ni su sangre…”, lo que explica por que la política británica hacia Europa, se ha caracterizado por evitar el surgimiento de una tercera potencia por fuera de una OTAN liderada por los EE.UU., de ahí aquellos encontronazos con la Francia de Charles de Gaulle, quién veía al Reino Unido como el “Caballo de Troya” de Washington en Europa, y más recientemente, con la aceptación a regañadientes de una Alemania como locomotora de la U.E., y es por esto que quizás más allá de los cálculos económicos, financieros y laborales, es que se puede explicar el triunfo del Brexit, aún por escaso margen, pero que refleja una larga tradición aislacionista inglesa, una ruptura, algo con lo que la fallecida monarca no estaba totalmente de acuerdo, quizás por que entendió que en un escenario global interdependiente como el actual, un revisionismo aislacionista no es la mejor decisión, en un tiempo de crecientes conflictos geopolíticos y geoeconómicos.
Finalizando la columna de hoy, es indudable que durante los 70 años de reinado de Isabel II, uno de los procesos históricos, con grandes e importantes implicancias geopolíticas, económicas y culturales ha sido la descolonización del imperio británico, que tal como se señaló, fue menos traumático que el sufrido por las otras potencias coloniales, pero también ha tenido sus crisis y conflictos, en algunos casos dejando un caos en o entre las ex colonias, por el caso, el final del virreinato de la India y la división del mismo en un Estado Indio y otro Pakistaní, que hasta hoy constituye un foco de conflictos fronterizos tras haber lidiado cuatro guerras, siendo ambos, potencias con armas nucleares, otros ejemplos, el retiro británico tras la partición de su mandato en Palestina, y los conflictos y las crisis subsiguientes entre Israel y los países árabes, en África, con importantes y extensas colonias, el proceso de descolonización tuvo aristas violentas como en Kenia y la represión al Movimiento Mao Mao en los 50, o la irresoluta violencia étnica en Sudán, o el caso de Nigeria y el apoyo de Londres al gobierno nigeriano para reprimir sangrientamente a los biafranos que buscaban formar su propio Estado, en un continente africano en que la figura de Isabel II se convirtió tanto en una figura popular como en un símbolo del otrora poder colonial británico, y por supuesto no se pueden pasar por alto los conflictos y crisis que se han dado en algunos de los 14 dominios de ultramar, el que más nos toca y más violento, el conflicto de Malvinas en 1982, con el luctuoso resultado de más de 640 combatientes argentinos, más de 250 soldados británicos y 3 isleños muertos, y la falta de una resolución pacífica y negociada aceptada por las partes, que mantiene la crisis diplomática y las tensiones, y por dar un último ejemplo de lo que legó el proceso de descolonización, se puede citar el caso de Hong Kong, la última colonia británica, reintegrada a China en 1997. con un status especial, que se caracterizó por democrático y capitalista, y que ha chocado con el régimen autocrático del partido comunista chino, derivando en protestas de los hongkongnenios, como la del 2014, la llamada “Revolución de los Paraguas”, que se reiteraron entre el 2019 y el año pasado, contra proyectos legislativos de Beijing que limitaban la autonomía de su status, en fin, lo concreto es que Isabel II fue la monarca que más interés y más hizo por preservar la Mancomunidad de Naciones, y lo que esto representó y hasta ahora representa como bloque económico y geopolítico, y como secuela de un poder y un imperio que ya no es tal, por lo cual, más allá de las pasiones y sentimientos encontrados sobre la fallecida monarca, la frase final es en realidad una pregunta, ¿ la muerte de Isabel II marca el réquiem de un imperio?
Luis Fuensalida