En esta época en la que los jóvenes de 5to de secundaria están explorando sus opciones vocacionales y los procesos conducentes a la educación superior, las universidades e institutos que quieren captar alumnos se esfuerzan por mostrarse como la mejor opción para los postulantes. Hablan de su currículo moderno, los convenios y acreditaciones nacionales e internacionales que tienen, sus equipos docentes e infraestructura, etc. De lo que hablan poco o nada es de la natural inseguridad vocacional de los estudiantes que hace crisis durante sus ciclos universitarios. Tampoco del mundo del (des)empleo que les espera a los egresados, habida cuenta que hay sobreoferta de profesionales pero a la vez escasez de talentos contratables por las empresas que se quejan de que los profesionales no calzan con sus expectativas.
En mi opinión, una de las respuestas que deberían explorar los alumnos de colegios y universidades es ¿por qué tendría que elegirte a ti? Sea para que seas mi amigo o compañero de equipo o de grupo de estudios… Luego, como profesional, si hay cien que tienen similares currículos y notas como tú, ¿por qué tendría que escogerte a ti?. En otras palabras, ¿cuáles son tus atributos y valores diferenciales?; ¿Qué hace de ti alguien especial, con atributos altamente valorados y reconocidos, que llaman la atención y el interés de otros para desear por contar contigo?
La escuela tradicional apuesta por la igualdad, el perfil del egresado ideal, la homogeneidad de todos medidos con igual rasero, por lo que se espera que todos estudien lo mismo, de la misma manera, con similar abordaje y tiempo, evaluados con los mismos criterios de logro y escalas, lo que elimina el aprecio por las diferencias, que es justamente donde se encuentran los valores particulares.
Sin embargo, debieran alimentar las inquietudes de los estudiantes con preguntas del tipo ¿cómo quieres ser reconocido? ¿Qué te inspira y apasiona? ¿Qué características de tu personalidad y desempeño quisieras que sean reconocidos? ¿Qué calidades éticas quieres que acompañen a tu nombre cuando sea mencionado por terceros?
Algo notorio en este mundo es que uno nunca sabe quién está hablando de uno y eso no lo podemos controlar. Solo podemos aspirar a que quien hable de nosotros lo haga reconociendo aquello que nosotros consideramos más valioso de nuestras personas. Ese prestigio se gesta desde que los niños son pequeños. “Ese niño es bien creativo”; “es un buen amigo”; “le encanta investigar e inventar cosas”; “tiene mucha sensibilidad social”; “es un caballero, muy correcto”; “es un líder muy positivo”; “si se lo propone, lo logra”; etc. Lamentablemente la inversa también ocurre: “travieso”; “no tiene límites”, “no te juntes con él”; “un vago”; “mentiroso”; “egoísta”; “muy picón”.
La orientación vocacional tradicional resulta muy limitada y limitante como para pretender que a partir de algunas herramientas (tests, estrategias de evaluación) se pueda definir el punto de encuentro entre capacidades, habilidades e intereses de cada joven de modo que escoja una carrera e institución de educación superior que le garantice las mejores condiciones para su realización personal. Limitante por la edad, por la pretensión de que una carrera articule todas sus vocaciones, por la accesibilidad a lo deseado y elegido, por la realidad de un mercado laboral que no necesariamente calzará con su formación, por la exigencia de cambiar de trabajo y carrera frecuentemente, por la valoración diversa de cada carrera en distintos contextos nacionales y culturales, por el descubrimiento continuo de nuevas vocaciones y pasiones, etc. Pero además, porque la orientación vocacional tradicional tiende a preguntar “qué quisieras ser (de grande)” -desde una mirada individual y descontextualizada-, en vez de preguntar quizá “qué problemas del mundo quisieras resolver” (más orientada al bien común, a la transnacionalidad en un mundo globalizado). De modo que a la pregunta “por qué tendría que elegirte a tí” valdría la pena agregar estas otras “qué quieres hacer en tu vida” y “qué problemas del mundo quisieras resolver” que permitan a los jóvenes clarificar sus valores y tener marcos de referencia en los que puedan resolver mejor su elección razonada e intuición. A ello le agregaría un consejo: no te apures, tómate tu tiempo para ensayar opciones, trabajar, viajar, asume tus primeros cursos universitarios como una oportunidad para la exploración de tus vocaciones, mirar siempre -a la par- varias otras opciones, antes de resolver en definitiva cuál será el foco de atención de tu especialización.
Si los niños y jóvenes clarificaran sus valores y tuvieran su autoimagen como espejo en el cual mirarse cotidianamente, estarían en mejores condiciones para organizar y evaluar sus acciones y ajustarlas para alcanzar sus aspiraciones.
La escuela debería ayudarlos en practicar esa autoevaluación personal y coevaluación por parte de sus pares, ayudarlos a poner en juego los atributos y capacidades que les ayuden a aproximarse a su imagen objetivo.
Leon Trahtemberg