El abandonado cementerio de Monastir, mudo testigo de la vida judía en Macedonia

Ricardo Angoso

Estos cementerios, como otros lugares que atestiguan el rico legado hebreo en esta parte del continente, podrían ser un reclamo turístico y deberían preservarse como una parte fundamental de la cultura europea.

La ciudad de Monastir es hoy Bitola, una de las grandes capitales de Macedonia del Norte y antaño una de las grandes capitales sefardíes de los Balcanes junto a la griega Salónica. Hay referencias y noticias bien documentadas, incluso de la época romana, que señalan y afirman la presencia de los judíos en la región de los Balcanes desde hace miles de años. Por ejemplo, en la ciudad romano-macedonia de Stovin se encontraron varias lápidas funerarias judías y los restos de lo que podría haber sido una sinagoga. Luego, durante la ocupación de estos territorios por el Imperio Otomano, bastante benigna en cuanto la tolerancia religiosa, los judíos vivieron en esta parte del mundo sin apenas sobresaltos.

La herencia sefardí ligada a estas tierras es fruto de los edictos de expulsión de España (1492) y más tarde de Portugal, en 1497, que generaron una oleada migratoria sin precedentes en esa época hacia los territorios dominados por el Imperio Otomano, desde el norte de África hasta los Balcanes pasando por Turquía y otros territorios bajo el control de la Sublime Puerta. La tradición sefardí en los Balcanes, por ejemplo, está bien documentada y recogida en los numerosos cantares tradicionales, en los viejos y abandonados cementerios y en una exigua arquitectura, pero siempre presente en casi todos rincones de las grandes ciudades de la región.

GRAN CAPITAL SEFARDI DE LOS BALCANES JUNTO A SALÓNICA

La gran capital sefardí de la zona ocupada por los turcos en los Balcanes fue Salónica, importante centro de comunicaciones y urbe de primera a principios del siglo XX. Luego, tras pasar a manos griegas como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la fisionomía de Salónica cambió: una matanza griega atizada por los ultranacionalistas destruyó numerosos negocios y edificios judíos, dejando a más de 500 familias en la calle, y hubo -lo cual parece un milagro por la virulencia que muestran las imágenes de la época- tan sólo una víctima mortal.

Monastir, llamada así hasta el año 1913 y situada en el territorio de la actual República de Macedonia, llegó también a ser una de las más importantes capitales sefardíes en el corazón de los Balcanes, a medio camino entre Atenas y Skopje, la antigua Uskub turca. 

La comunidad hebrea de la ciudad llegó hasta los 15.000 miembros durante la época otomana y comenzó su decadencia tras la ocupación griega, en la que llegó a contar con tan sólo 5.000 miembros. Muchos emigraron tras el cambio de manos y otros antes debido a la angustiosa situación social y económica que se vivía en el nuevo Estado balcánico. Antes de 1939, según señalan fuentes bien documentadas, la comunidad judía no superaba los cuatro millares.

Pero como en otras partes de Europa, el verdadero cataclismo llegó tras la llegada de los nazis al poder. Los años treinta comenzaron en el año 1933, cuando Adolf Hitler se convierte en el máximo líder -democráticamente, todo hay que decirlo- de Alemania y comienza la deriva antisemita del nuevo Estado nacionalsocialista. Luego, en 1939, Hitler invade Polonia y más tarde una buena parte de los Balcanes. Bulgaria, al igual que otras partes de esta región, se uniría a las fuerzas del Eje comandado por Hitler y el destino de esta región estaría en manos de los nazis durante los siguientes años.

EL HOLOCAUSTO

Una vez subordinada al poder de sus aliados nazis y fascistas, Bulgaria ocuparía, en 1941, la provincia macedonia de la Yugoslavia de entonces, en donde se encontraba la ciudad de Monastir y otras localidades con comunidades hebreas más o menos relevantes. Mientras que en Bulgaria con la ayuda de la Iglesia ortodoxa búlgara y otras instituciones relevantes, los judíos salvarían sus vidas y apenas sufrirían las privaciones que padecieron en otras partes, en la Macedonia ocupada las comunidades hebreas no corrieron la misma suerte.

En vísperas de la invasión alemana a Yugoslavia vivían en Monastir, hoy Bitola, 810 familias judías, 3.351 almas, miembros de una antigua y vibrante comunidad judía sefardita, poseedora de un floreciente movimiento sionista en el periodo de entreguerras. Pero esa presencia pronto desaparecería. El 11 de marzo de 1943, las fuerzas búlgaras que ocuparon Macedonia, siguiendo el mandato de los nazis ordenando la deportación de todos los judíos que estuvieran en los territorios ocupados, enviaron a 3.276 hombres, mujeres, niños y ancianos hebreos procedentes de Monastir al campo de concentración de Treblinka. Casi todos ellos perecerían en los campos de concentración y hay muchas pocas noticias, por no decir nulas, acerca de si alguno sobrevivió a este terrible crematorio humano. En total, en toda Macedonia perecerían unos 11.000 judíos en el Holocausto y otros miles más que estaban en tránsito o huyendo y se encontraban en territorio macedonio buscando protección. 

Unos meses antes de que se consumara el drama que redujo a las cenizas la milenaria vida judía de Monastir, los hebreos ya habían comenzado a sufrir los rigores de la ocupación búlgara siguiendo los estándares nazis, es decir, se les había obligado a vender todas sus propiedades en un corto periodo de tiempo y fueron hacinados en un gueto situado en la peor parte de la ciudad. También fueron obligados a identificarse como judíos portando la conocida estrella de David de color amarillo. El guion, previamente ‘ensayado’ por los alemanes en otras partes de Europa, se repitió trágicamente en Macedonia.

UN CEMENTERIO DE LOS MÁS ANTIGUOS DE LOS BALCANES

El viejo cementerio judío de Monastir, actualmente perteneciente al ayuntamiento de la ciudad macedonia de Bitola, es uno de los más antiguos de la región y, según atestiguan las crónicas históricas, data del año 1497. Desde después de la Segunda Guerra Mundial, en que Macedonia pasó a ser nominalmente una república de la nueva Yugoslavia socialista de Tito, el recinto sagrado fue abandonado durante décadas, prácticamente hasta ahora.

En 1997, gracias a una iniciativa local que contó con el apoyo del Ministerio de Cultura macedonio, se construyó a la entrada un pequeño memorial donde se recogen a través de una serie de materiales y réplicas fotográficas la historia de los judíos de Macedonia y más concretamente de la comunidad local. 

Como en otras partes de Europa, lo cual demuestra que la antigua Yugoslavia no es una excepción, el cementerio sufrió un ataque ultra en el año 2000 y muchas de sus lápidas fueron dañadas o ‘decoradas’ con pintadas de carácter neonazi. Incluso aparecieron esvásticas. Nueve delincuentes locales fueron detenidos, aunque la noticia pasó desapercibida tanto en Europa como en Macedonia. ¿A quién le podrían interesar la suerte de unas lápidas milenarias?

EL CEMENTERIO HOY

Recientemente, y en un gesto que honra a Macedonia, se inauguró, en pleno centro histórico de la capital macedonia, Skopje, un Centro Memorial del Holocausto que recuerda la desaparición de la rica herencia judía en este país. Aunque modesto en sus medios, el recinto está bien presentado y diseñado, mostrando a través de una muestra representativa de buenos mapas, fotografías de la época y otros materiales didácticos, lo que fue el copioso legado hebreo en estas tierras de los Balcanes, en este caso concreto en Macedonia, y el final del mismo a merced de la ocupación nazi.

Actualmente, si uno viaja hasta Bitola, sorprende la poca gente que conoce la verdadera ubicación de este camposanto hebreo de 4,3 hectáreas y puerta gótica recientemente restaurada. Hoy el recinto tiene una exigua vigilancia y para visitarlo hay que solicitar las llaves a los guardas del mismo. Una vez dentro, el espectáculo es imponente: centenares de lapidas aparecen abandonadas y desperdigadas por todo el recinto, como si un bulldozer se hubiera empeñado con ahínco en la destrucción de todas las tumbas y pruebas materiales que dieran fe de la existencia del cementerio. Del recinto, visto lo visto, solo queda el nombre.

Pero así es la historia de los sefardíes, como la de sus cementerios, un eslabón abandonado al paso del tiempo que no es reivindicado por casi nadie más allá de la retórica oficial y los discursos huecos de algunas autoridades. Hijos sin nombre condenados a un anonimato colectivo, judíos de las sinagogas derruidas y los cementerios abandonados, los sefardíes acabarán siendo parte de una antigua realidad desnuda sin apenas restos materiales ni ‘fósiles’ que atestigüen su antaño fértil cultura.

No sólo se ha destruido su cultura material, desde los cimientos, sino que este silencio y esta vergüenza que nos enmudece les hace doblemente ausentes de una historia aún no escrita y que, probablemente, no se escribirá nunca. Las viejas lapidas abandonadas en este cementerio, destinadas a la eternidad y que ya no serán levantadas nunca, son tan sólo la metáfora de un pueblo sin tierra, pero también sin pasado ni futuro que les reivindique y acompañe. Este cementerio fantasmagórico, descuidado en un rincón de los Balcanes, es un capítulo más de este olvido colectivo que no tiene nombre ni apellidos. Que nos hace a todos, los que estamos y los que no están para contarlo, presas de ese anonimato colectivo que nos embarga. 

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