Por el Dr. Ariel Gelblung
Director del Centro Simon Wiesenthal
Para América Latina
Cada año vuelvo a sorprenderme por las oportunidades de transmisión de valores que dejamos pasar cuando llega Jánuca.
Es verdaderamente valioso compartir en familia y comunidad el encendido de velas. Se trasmiten infinidad de mensajes basados en lo importante de la luz por sobre la oscuridad y el milagro de la lámpara de aceite que se multiplicó para que alcance 8 días en lugar de uno.
Sin embargo, desde mi humilde perspectiva, con ello estamos poniendo énfasis en hablar de lo superficial de la fecha y no de la enorme profundidad que la festividad nos invita a transmitir.
Miramos el envase y no el contenido.
A modo de comparación, es como si en Pésaj, en lugar de hablar de la libertad, hablásemos solamente de los símbolos que ponemos en la mesa.
Jánuca es historia y presente.
Es historia porque rememoramos un episodio heroico y límite en nuestra historia.
El choque cultural que se dio entre los Seléucidas y los Israelitas es difícil de representar en nuestras mentes actuales, pero sin miedo a equivocarme, fue tan profundo como el que se dio con los españoles a su llegada a América.
Y para una mentalidad imperial como la que llevaba adelante la cultura Helenística, no podía haber coexistencia.
Veámoslo de este modo. Una cultura proponía que el mundo había sido creado para ser embellecido y disfrutado en el presente; la belleza estaba en la perfección y la apariencia, la actividad física en gimnasios, los muchos dioses tenían las pasiones y reclamos de los hombres, concretos y tangibles, inclusive crueles.
Este pueblo se topa con una población que tiene una única deidad intangible y por encima de los hombres, piadosa y benévola. Su objetivo es santificar la Tierra en que viven y modificarla para mejorarla para las próximas generaciones, dejarla mejor de lo que la han recibido; sus valores sociales no son físicos sino espirituales. La mera existencia de este modus vivendi cuestiona la visión del mundo del seléucida. Y éste no acepta el disenso.
Conquista e impone. Obliga a cambiar. Transforma las sinagogas en gimnasios, a las amas de casa en cortesanas, prohíbe la observancia del Shabat, entre otras medidas.
Esta política, además, gana adeptos entre los propios locales quienes prefieren disfrutar del presente tangible y no de un futuro hipotético.
Amigos. Esta corrupción impuesta primero por la promesa de disfrute y bienes tangibles, seguida luego por la fuerza nos puso al límite de la desaparición. La cultura helenística no podía soportar la mera existencia de un estado judío.
La resistencia no fue fácil.
Un pequeño ejército local poco entrenado se opuso a una enorme fuerza militar que incluso, contaba con elefantes de guerra.
La gesta, tal como la hemos visto reflejada en la modernidad por Howard Fast en “Mis Gloriosos Hermanos”, fue infinitamente dura y heroica.
Vivimos tiempos igual de difíciles. Enfrentamos culturalmente nuevos helenistas que sostienen que el disfrute sea en el presente inmediato y que el mundo por venir será un problema de próximas generaciones. Y al mismo tiempo, muchos otros que tampoco pueden soportar la mera existencia de un estado judío.
La resistencia es nuestra. Heroica, diaria y desigual.
Pero tal como los Macabeos nos enseñaron, seremos fuertes y valientes para que el Pueblo de Israel viva. Am Israel Jai!
Cuando prendan la próxima vela, al momento de traer más luz que nos separe de la oscuridad, tengan presente este mensaje actual desde el fondo de la historia