Por Raul Woscoff
En mi permanencia en Israel me he cruzado con ella algunas veces. Privilegios de la vecindad.
Supe que es una sobreviviente de la Shoá.
La barrera idiomática no impide el cruce de las miradas. En sus ojos brilla la vida.
La singularidad de la Shoá es también la singularidad de cada sobreviviente. Ella vivía en Palestina durante el protectorado británico y retornó a Polonia con su madre poco antes que se desencadenara la persecución del nazismo.
La diversidad de experiencias y circunstancias me permitió conocer hace pocos días un hogar que atiende a más de cincuenta sobrevivientes de la Shoá. Se encuentra en la hermosa ciudad de Haifa.
Gracias a la gentil explicación de su directora, una holandesa no judía, pude conocer como son atendidos sus huéspedes.
Los breves intercambios con los sobrevivientes, algunos de más de cien años, mostraron el mismo brillo en sus ojos que mi circunstancial vecina: un alegato por la vida.
La tarea de la “International Christian Embassy Jerusalem, ICEJ, en Israel” es destacable.
Trabajan en colaboración con ONG judías lo que les ha permitido albergar, recientemente, a sobrevivientes de la Shoá que residían en Ucrania. Un ejemplo de puentes interconfesionales que contribuyen a fortalecer los vínculos.
El hogar tiene un museo donde los residentes no solo aportaron sus preciados objetos sino que lo han enriquecido con pinturas generadas por las inspiradas manos de sus residentes.
Me sentí alcanzado por cada sonrisa. Coincidí con un joven, que en presencia de los sobrevivientes, me dijo: ellos también son nuestros héroes.
Una experiencia intensa y muy emotiva.
Ha sonado la sirena.
Todo se detiene. Nuestros corazones se desgarran.
En el cielo parecen alumbrar los dos nuevos mandamientos: no olvidar y no ocurrirá otra vez!