1.1.- Lenguas semitas del antiguo Oriente Medio
“Estas son las generaciones de los hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, que engendraron hijos después del diluvio” (Gn 10, 1). Partiendo de este texto bíblico, el término “lengua semita” lo dio a conocer por primera vez Schözer[1] en el año 1781. Por tanto, el vocablo “semítico” se aplica a un grupo de idiomas antiguos, cuyos caracteres y raíces derivan de un tronco común idiomático. En efecto, las lenguas semitas tienen las siguientes propiedades comunes[2]:
A) La escritura, y por lo tanto también la lectura, se hace de derecha a izquierda, por donde la página que en nuestros libros es la última, suele ser la primera en los compuestos en dichas lenguas.
B) Antiguamente carecía dicha escrituras de signos para las vocales.
C) Casi todas las raíces son triliterales.
D) Con frecuencia desaparecen algunas consonantes, y las vocales experimentan diversos cambios.
E) No existe la declinación propiamente dicha, y los géneros son dos (masculino y femenino).
F) La idea de posesión personal se indica mediante sufijos.
G) En las formas verbales no se conocen los tiempos propiamente tales.
H) No abundan los nombres y verbos compuestos.
I) Finalmente, la construcción de la frase es siempre sencilla, sin que admita períodos extensos o complicados.
Citaremos algunos ejemplos de similitud de diversas lenguas semitas: la voz PADRE es “‘ab” en hebreo, “‘ab” en arameo, “abu” en acádico y “‘ab” en árabe. La palabra GACELA es “sebí” en hebreo, “tabyá” en arameo, “sabítu” en acádico y “zaby” en árabe.
El vocablo DIOS es “shenáyim“, en hebreo, “‘itna’in” en árabe, “shiná” en acádico y “terén” en arameo. A los lingüistas no les resulta más interesantes las semejanzas de vocabulario, sino más bien las estructuras gramaticales (relación de anexión, sufijos pronominales, tiempo de los verbos, etc.) que denuncian el parentesco indiscutible de las diferentes lenguas del grupo familiar.
Las lenguas semíticas ya se hablaban en el Próximo Oriente desde el segundo milenio anterior a nuestra Era, dividiéndose en cinco grandes grupos.
1.- El grupo cananeo o hebreo de la región del centro de los pueblos semíticos: el habla del País de los filisteos, moabitas, ammonitas, idumeos, hetteos, ewos, prizzeos y demás habitantes de la tierra de Cannáan, en la Fenicia y en Cartago. Incluye también otros dialectos locales como el médico (lengua de los Medos).
2.- El grupo arameo de la región Septentrional: el habla de la Siria Oriental (el Palestinense o Caldeo) el arameo occidental (el actual Siríaco de los cristianos).
3.- El grupo arábigo de la región del Sur: lengua que hasta el siglo VI de nuestra Era se circunscribía a la Península arábiga y después, con la expansión del Islam, se extiende por la Persia, Egipto, Abisinia y otros países del Norte de África, Asia y los Balcanes.
Se divide en árabe antiguo (hablado hasta el siglo VI en Arabia); el árabe literal (usado por los hombres letras y, ante todo, por el libro Sagrado del Corán), y el árabe vulgar (el hablado en todos los Países del Islam, especialmente en el Norte de África).
4.- El grupo Asiro-Babilónico de la región occidental: por las inscripciones de los monumentos y ruinas de las ciudades babilónicas (Ur, Sumer, Ras Shamra, Ugarit, etc.) y Nínive, puede asegurarse que la lengua de los Asirios era también semítica y en estrecha relación con el hebreo. Hay que advertir que, desde el tercer milenio antes de nuestra Era, los caracteres con que esas inscripciones están escritos no son semíticos (alfabéticos), sino cuneiformes y silábicos. Pese a ello se puede considerar lengua del tronco semítico.
5.- El grupo etíope o abisinio en la zona subsahariana: el Amharico se hablaba en Abisinia y en el Oeste y Sur del reino del Tigris.
Sería erróneo concebir las lenguas semíticas como una unidad cerrada e independiente. Hoy en día, existe la tendencia a agruparlas (con el egipcio antiguo, el libio antiguo, el Berebere y algún otro idioma del oriente africano) para formar la familia “semito-camítica”, grupo análogo a la familia indoeuropea que reúne hablas tan plurales como la eslava, aya, celta, románica, etc.
1.2.- La lengua hebrea
El hebreo es la lengua que los israelitas aprendieron de los cananeos al entrar en contacto con ellos[3], de ahí que la Sagrada Escritura se la conozca como “lengua cananea” (Is 19, 18) y también como “lengua judía” (2 Re 18, 26 y 28; Is 36, 11 y 13; Neh 13, 24); solamente el autor de la versión del Eclesiástico la llama en su prólogo con la palabra griega “ebraisti” (Ecle, prologo, 22).
Dos grandes épocas abarcan la literatura hebrea bíblica: la época dorada que abarca desde unos 1500 años antes de nuestra Era cristiana (tiempos de Moisés) hasta después del destierro de Babilonia (537 a.C.); y la época de plata que va desde el 536 a.C. (con ese suceso) hasta el 160 a.C. (Palestina está bajo dominio griego) en que fue sustituida por otra lengua más popular con la que coexistía: el arameo o caldeo.
Pese a ello, el hebreo siguió siendo la lengua preferida de los últimos profetas, sabios, escribas y posteriores rabinos para plasmar su literatura bíblica[4] y rabínica (algo parecido con el latín en la iglesia Católica o el griego antiguo con las iglesias Ortodoxas), excepto los pocos textos que se escribieron en lengua aramea: Esdras (4, 8-6, 18; 7, 12-26), Daniel (2, 4-7, 28) Génesis (31, 47, dos palabras), Jeremías (10, 11), y algunos fragmentos del de Enoc y parte de Esther.
En la época helenística (a partir del 160 a.C.), la lengua griega reemplazará al hebreo y arameo, redactándose a partir de entonces la literatura bíblica Sapiencial.
Tras la diáspora judía (a partir del 70 d.C.) la lengua hebrea cayó en el más absoluto olvido. Los judíos tenían serias dificultades para leer y pronunciar correctamente los textos bíblicos sagrados. Para superar esta dificultad y evitar que se leyesen en la sinagoga con errores, a partir del siglo VII de nuestra Era se desarrolló dos sistemas de vocalización: el sistema babilónico (los signos vocálicos son supralineales y se colocan sobre el signo consonántico) y el sistema masoreta o de Tiberias[5] (los signos vocálicos a base de puntos y rayas son infralineales), método que acabó por imponerse hasta nuestros días.
Para representar las vocales hebreas, los masoretas se idearon siete signos diferentes, cada uno de los cuales afecta a la consonante anterior: para la “i” (un punto debajo de la consonante), para la “é” (dos puntos cercanos debajo de la consonante, para la “è” (tres untos cercanos debajo de la consonante, tres puntos en forma de triángulo, debajo de la consonantes), para la “a” (una rayita horizontal debajo de la consonante, para la “o=a” (una rayita horizontal, con un punto debajo), para la “o” (un punto situado encima y a la izquierda de la consonante, para la “u” (tres puntos en diagonal, debajo de la consonante). Se añadió a estos signos un octavo: dos puntos verticales, que se dispusieron también debajo de la consonante para representar un sonido brevísimo y casi imperceptible de la “e”.
La lengua hebrea recibió su alfabeto del pueblo fenicio a finales del segundo milenio antes de nuestra Era. Este alfabeto, llamado también alefato, tiene desde época arcaica 22 letras que representan los sonidos de 22 signos consonánticos diferentes. Hacia el siglo II a.C., el alfabeto de letra cuadrada aramea desplazó al de origen fenicio[6], sistema de escritura que siguió empleándose hasta nuestros días. El hebreo moderno que actualmente se habla en Israel, aunque nada tiene que ver con el bíblico, hunde sus raíces lingüísticas y gramaticales en dicha fuente escrita.
1.3.- La belleza de la palabra
El objetivo de la escritura en las Sagradas Escrituras y demás textos sagrados judíos hay que buscarlo en el origen de una de las artes más importantes del mundo antiguo: la caligrafía; cuya preocupación original será el embellecimiento de la palabra divina.
A su importancia contribuye también la prohibición en el judaísmo de representar animales y figuras humanas, pues se considera que esta es sólo una potestad divina. La ausencia de representaciones pictóricas ha dado lugar al característico arte decorativo (en libros, códices y manuscritos medievales) basado en letras hebreas de tipología cuadrada, cuya intención es representar la belleza y armonía divina en la pluralidad de formas y colores.
2.- LA LENGUA ARAMEA
El arameo fue en un principio el habla de las tribus nómadas que, en el segundo milenio antes de nuestra Era invadieron, en etapas sucesivas, no sólo la Mesopotamia Superior y Siria sino también una buena parte de la Babilonia Caldea. Estas invasiones crearon varios Estados de distinta duración en el tiempo, sobre todo en el Noroeste[7]: Aram de Bet-Rehob, Aram de Soba, Aram de Maaka, Aram de Hamat, etc. Sólo el Aram de Damasco se mantuvo y formó un reino próspero hasta que lo destruyó Asiría en el año 734 a.C.
A partir de entonces, las regiones de Asiría e Israel adoptaron el arameo o caldeo como lengua diplomática (2 Re 18.26), difundiéndose en la zona gracias a las guerras, las deportaciones, los tratados políticos y las transacciones comerciales. A finales del siglo VII a.C., el arameo llegó a ser -en convivencia con otras hablas locales- la lengua de las relaciones internacionales de todo el Próximo Oriente, incluso del imperio neo-babilónico.
A finales del siglo VI fue erigida como la lengua oficial del imperio persa de Ciro y Darío. El hecho de que Ciro permitiera al pueblo de Israel volver del destierro de Babilonia a Jerusalén (537 a.C.), hizo que se abriera un período de tolerancia cultural que favoreció la implantación definitiva del arameo en las regiones del antiguo Israel (Judea, Samaría y Galilea). Pese a que los reformadores judíos como Josías hicieron un esfuerzo importante por mantener el uso del hebreo en la liturgia y hagiografía bíblica (Neh 13, 23-25), lo cierto es que a nivel coloquial y de calle, el arameo suplantó al hebreo.
Entre los años 200 a. C. y 250 d. C (períodos de dominación helenístico-romana en Palestina) las lenguas griega y latina irán desplazando poco a poco al arameo como lengua oficial y administrativa, en tanto que en varias regiones de habla aramea comienza el proceso de desarrollo de varios dialectos independientes. La literatura aramea Sagrada que se redacta en esta época es escasa.
En el siglo III a.C. el apocalíptico Daniel escribirá su libro pseudo profético en arameo. A partir del siglo I a.C. aparecen también los escritos esenios de Qunrán, los Targunes de Noquélos y Jonatán, así como las primeras fórmulas legales de la literatura rabínica y midrásica que tendrán su gran impulso a partir de la diáspora del 70 d.C.
Todas las Biblias editadas con posterioridad (tanto los textos escritos en hebreo como en arameo) presentan el mismo alfabeto de 22 letras consonantes, las mismas cuatro letras débiles álef, he, waw y yod (para indicar sonidos vocálicos), y el mismo sistema de puntos-vocales y signos de lectura. La uniformidad es absoluta, puesto que fueron los masoretas -en el siglo VII- quienes impusieron este sistema vocálico de lectura en toda la Biblia, como ya hemos visto.
3.- LA LENGUA GRIEGA
3.1.- Origen de la lengua y alfabeto griego
La lengua griega es conocida a través de sus distintos dialectos como el eolio, el dorio, el jónico y el ático, todos provenientes del mismo tronco semántico y gramatical: el indoeuropeo. Por inscripciones muy antiguas conocemos el alfabeto de estas lenguas helenas, que difieren entre sí por sus variantes y particularidades gráficas propias. Todas ellas derivan del alfabeto semítico o fenicio, cuya influencia tuvo su origen en la intensa actividad comercial y cultural que Fenicia depositó en la antigua Grecia,) durante los siglos IX y VIII a.C.
Entre los siglos IV y V antes de nuestra Era surgió un idioma común -llamado Koiné (común)- para facilitar que todos los pueblos, ciudades, colonias y federaciones griegas se comunicasen y entendiesen con una finalidad puramente económica y comercial. La Koiné se fundamenta esencialmente en el dialecto Ático (que a su vez proviene del Jonio). Las letras mayúsculas (tal y como las conocemos hoy en el griego moderno) provienen del alfabeto Jonio que, una vez adoptado oficialmente por Atenas en el 403 a.C., se generalizó por todo el mundo helénico del mediterráneo.
Los fenicios, como todos los pueblos semitas, escriben de derecha a izquierda y de izquierda a derecha en la siguiente línea. Aunque los griegos hicieron lo propio en un principio, luego escribieron alternando las líneas de derecha a izquierda (sistema llamado en griego boustrofedón, es decir, volviendo sobre sus pasos, como los bueyes que eran). Por último, adoptaron la escritura de izquierda a derecha, que ha prevalecido tanto en Grecia como en el Imperio romano y, por defecto, a todas sus lenguas romances.
3.2.- El período Helenista en Palestina
El rey macedonio, Alejandro Magno, invade Jerusalén y las tierras de Palestina en el año 332 a.C. Tras su muerte, el vasto imperio que conquistó se dividió entre sus generales (llamados dicocos o herederos). La región Asiro-Babilónica fue para Seleuco. Con él nace en Palestina la dinastía helenística de los Seleucidas.
El personaje más destacado de los seleúcidas fue Antíoco IV Epifanes (175-163), quien ha pasado a la historia por las leyes coercitivas que dictó contra los judíos. En su intento de helenizar el país, prohibió a los judíos la observancia del sábado, la circuncisión y la propia Ley o Torá, bajo pena capital (Dn 9, 27; 11, 12-31). También manda construir la ciudadela llamada “El Acra” en el corazón mismo de Jerusalén, sus habitantes serán judíos helenizantes. Según el testimonio de (2 Mac 4, 9), Jasón fue facultado por Antíoco IV Epifanes para transformar Jerusalén en una ciudad griega. Jerusalén fue destruida, siendo construida “El Acra”, una nueva ciudad habitada sólo por los judíos helenizados (2 Mac 6). Los judíos que no aceptan el helenismo son fuertemente perseguidos (1 Mac 1, 41 ss.; Dn 11, 21 ss.), replegándose a la fortaleza o barrio llamado Sion.
Estas prohibiciones encuentran distintas reacciones entre los miembros de la comunidad judía:
1.- Los judíos colaboracionistas que aceptan de buen grado las imposiciones de Antíoco IV y la cultura helenística.
2.- Los judíos más ortodoxos (llamados Jasidim), aunque no son partidarios de la guerra, rechazan la imposición cultural griega con una actitud pasiva. Con esta actitud pretenden que las autoridades helenas les dejen observar sus tradiciones y respeten sus instituciones. Prefieren el martirio antes que someterse a la ley pagana, como así hicieron Eleazar y los siete hermanos macabeos (1 Mac 2, 29-38; 2 Mac 6, 10-11; 18, 31). Como no hay margen de maniobra para la política, sólo tienen en cuenta los aspectos religiosos. En estas circunstancias, consideraron la salvación total como una acción de Dios libertador.
3.- Aquellos judíos que rechazan la imposición griega levantándose en armas para liberar el País de la helenización, tanto en lo político como en lo religioso. No quieren dejar a la acción de Yahvé lo que ellos pueden conseguir mediante las armas.
En el 167 a.C. un grupo de judíos dirigidos por Matatías de Modín (Galileo) y sus hijos Judas, Simón y Jonatán -conocidos por el nombre de los Macabeos- comienzan la rebelión armada consiguiendo para su pueblo la libertad a base de pequeñas conquistas militares. Los habitantes de Jerusalén se muestran conformistas con la situación, no así las gentes del campo que son los que toman las armas. Es lo que se reconoce como la “rebelión macabea”. El 25 del mes de Kasleu de ese año, los macabeos restablecen el culto del Templo, celebrándose desde entonces la fiesta de la dedicación o Janucá (1 Mac 1, 19).
Según el Talmud (TB, Sabbat 21b) cuando los Macabeos conquistaron Jerusalén y penetraron el Santuario del Templo para restituir su culto, no encontraron allí más que un frasco de aceite purísimo con el sello del Sumo Sacerdote y con el que sólo se podía alimentar las lámparas durante una sola jornada. Las normas exigían que las lámparas tenían que estar encendidas durante siete días para purificar al pueblo por haber tocado a los muertos caídos tras la conquista de la ciudad Santa. Entonces se produjo el milagro: el aceite de una jornada duró toda la semana. Los sabios desidieron, a partir de entonces celebrar la fiesta de la Dedicación o Janucá. Se estableció que durante ocho días (comenzando el 25 de Kisleu) se guardara fiesta, se recitara la oración del Hallel y se encendieran las luces de la lámpara de nueve brazos o Janukiá en casa para recordar el milagro.
A partir ese momento, la influencia griega desaparece de la Palestina judía, comenzando el período político-religioso de los Macabeos, llamada dinastía Asmona. Dicha estirpe durará hasta que Pompeyo conquiste Jerusalén en el 63 a.C., comenzando así la dominación Romano-palestinense.
En ese período helenista se redactan algunos libros Sagrados en lengua griega: Sirácida, Sabiduría o eclesiástico, Baruch, 1 Macabeos, 2 Macabeos, Judit, Tobías, Daniel (3, 24-90; 13-14) y Esther (10, 4-16, 24). Estos libros no están incluidos en el canon de la Biblia hebrea o Tanaj, de ahí que los judíos los consideren apócrifos (escondido, oculto, oscuro, falso, espurio). Pero esto no fue siempre así, mientras que los judíos helenizados (incluidos los que viven en las colonias griegas) los leían junto a los canónicos, los de Palestina y Jerusalén sólo leen los escritos en hebreo y arameo, canon que acabará por implantarse en todo el mundo judío posterior.
En griego también se escriben íntegramente los 27 libros del Nuevo Testamento (Evangelios, Hechos de los Apóstoles, Cartas apostólicas y Apocalipsis), sólo aceptados y recogidos en las Biblias cristianas.
[1] AUVRAY, P.; PULAIN, P.; BLAISE, A.; «Las lenguas Sagradas», pag. 9.
[2] LOPEZ ASENSIO, A.: “Sabiduría judía de Calatayud y Sefarad”, p. 10.
[3] Los fenicios, como todos los pueblos semíticos, escribían de derecha a izquierda y de izquierda a derecha; los griegos hicieron lo propio en un principio; luego escribieron alternando las líneas de derecha a izquierda (sistema de escritura llamada soustrofedón, es decir, volviendo sobre sus pasos, como los bueyes que aran); por último, adoptaron la escritura de izquierda a derecha, que ha prevalecido tanto en Grecia como en Italia.
[4] La literatura bíblica abarca unos diez siglos. Es bastante complicado fechar muchos de estos libros; otros son fruto de una complicada historia, siendo imposible tratar de la misma manera las diversas capas de redacción que parecen constituirlos. Por último, los más antiguos de ellos no se conservan en su estado primitivo; a medida que los copiaron y recopilaron no se abstuvieron de modernizarlos y unificarlos, eliminando los arcaísmos, los regionalismos y cuanto pudiera desconcertar al lector contemporáneo. En época más reciente, a medida que se reconocía el carácter sagrado de tales libros, disminuyó la tendencia a modernizarlos. Antes bien, se produjo un movimiento inverso: los libros canonizados se convirtieron en un modelo que se imitó más o menos conscientemente. Los últimos libros redactados siguen fieles a las fórmulas del pasado y se hallan claramente rezagados con relación a la evolución del habla popular.
[5] El período de florecimiento de la escuela de los masoretas, llamados también los de Tiberíades, abarca desde 780 a 930 d.C. Abarca seis generaciones de la familia más famosa de masoretas, la familia de los Ben Asher. El representantes más conocido es Aarón ben Moisés ben Asher, quien editó un texto completo de la Biblia hebrea con vocales, acentos y la correspondiente masora. El Códice de Alepo y el de Leningrado son muy cercanos a este texto.
[6] El alfabeto hebreo arcaico fue, a su vez, el origen de otros como el griego (siglo IX a.C.) y el latino. A pesar de esta influencia cultural, existen una diferencia manifiesta entre ellos, ya que, mientras la dirección de la escritura hebrea se dirige de derecha a izquierda, las greco-latinas lo hacen al revés: de derecha a izquierda.
[7] AUVRAY, P.; PULAIN, P.; BLAISE, A.; “Las lenguas Sagradas“, pag. 51.
Por: Álvaro López Asensio
Página web: alopezasen.com
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