En parashat Shoftim encontramos un manual contra la autocracia y otros males

Rabino Yerahmiel Barylka

Hemos creado una paradoja incomprensible: personas inteligentes incluso descollantes, toman decisiones incongruentes, destructivas e ilógicas. Por ello, es recomendable inspirarnos en los versículos para entender mejor lo que nos sucede. No sea que debamos colocar frente a nuestros ojos la falacia moral denunciada de Ben-Zion Meir Jai Uziel , que fuera el rabino jefe sefardí de Israel: “La entrega de la enseñanza del pensamiento de Torá a ignorantes de corazón que carecen de criterio propio y de una mente recta, no sólo no es útil, sino que también es perjudicial.”

La lectura de la Torá de este shabat nos permite hacer un repaso de principios y preceptos que parecen haber sido olvidados, o que son manipulados para darles un sentido contrario a la intención del texto.
La lectura comienza con la orden de nombrar jueces y funcionarios a fin de que gobernaran al pueblo con justicia, con imparcialidad y sin sobornos. “Justicia, justicia perseguirás”.

Casi a continuación aparece el riesgo de que un soberano explote su poder, utilizándolo para adquirir riquezas, mujeres, o caballos (uno de los símbolos de estatus del mundo antiguo). Al gobernante se le veda prevalecer sobre la nación, y se le ordena guardar las leyes de la Torá, mientras se confirma que no tiene un estatus especial con respecto a las leyes.
En Ugarit, al norte de Siria, en las afueras de la actual Latakia, el que gobernaba a todos era también el “padre de todos”. El uso metafórico de “padre” estaba en la cúspide tanto de la estructura política como del panteón de los dioses, y representaba la estructura social y política de autoridad y dependencia. En la Torá es hermano. No se puede subestimar la importancia de presentar al rey como un “hermano” frente a un “padre”. La metáfora del “padre” no sólo expresa autoridad, sino que presenta a la nación como consecuencia del jefe de Estado. Para esos pueblos primitivos, la nación depende de la existencia del rey. Sin embargo, la metáfora del “hermano” connota un espíritu de igualdad y solidaridad y sitúa la existencia de la nación como igualitaria.

Con este espíritu, la Torá exige al rey una conducta “de modo que no se crea superior a sus hermanos ni se aparte lo más mínimo de esta ley” (Deut. 17:20). Del mismo modo que se le prohíbe prevalecer sobre la nación, también se le ordena guardar las leyes de la Torá, que no le concede ningún estatus especial respecto a las leyes. En la antigüedad, el rey era el legislador, y él mismo no estaba obligado a cumplir las leyes como el resto de la nación. Después de todo, él era el “padre” y por lo tanto el creador de la ley. En consecuencia, también ocupaba el cargo de juez.

Por el contrario, el soberano judío no era el legislador. Estaba sujeto a las leyes de la Torá al igual que los demás miembros de la nación considerados sus hermanos. Al rey judío tampoco se le dio el papel de ser el juez. Hay aquí una llamada ideológica a la que deberíamos prestar atención. La Torá nos recuerda que los líderes no están por encima de la ley, y que su trabajo es servir al pueblo y velar por su bienestar.

Este shabat leeremos también las exenciones que la Torá ofrece para no servir en el ejército. Y la mishná Sotá 8:10 y Rambam en Las Normas de los Reyes, 7:4 nos ilustran: ¿En qué caso se aplican las normas de las diversas exenciones de la guerra? Únicamente respecto a las guerras no necesarias miljemet hareshut, que se emprenden como elección. Pero en las guerras prescriptas, como en el caso de defensa y que son miljemet mitzvá, todos están obligados, y a ellas se convoca incluso a un novio desde su cámara y una novia desde su palio nupcial. Maimónides enseña que en la retaguardia de cada formación de tropas se ubican a poderosos oficiales que tienen la obligación de detener a quien intente abandonar la batalla, “pues la huida es el principio de la derrota”.

En la continuación de la lectura, se instruye que cuando los israelitas sitiaran una ciudad durante mucho tiempo, podrían comer el fruto de los árboles de la ciudad, pero no debían cortar ningún árbol que pudiera producir alimentos.
Nuestra parashá finaliza con la prescripción que cuando se encontraba a una persona matada cerca de alguna ciudad y no se hallaba a su asesino, los jefes y cohanim -que ciertamente no eran culpables, pero se sentían moralmente responsables- debían celebrar una ceremonia en la que quebraban la cerviz de una becerra que no haya llevado yugo y protestarán y dirán: “Nuestras manos no han derramado esta sangre, ni nuestros ojos lo han visto”. Porque al ser gobernantes sí debían tener los ojos abiertos y sí debían vigilar el accionar de quienes están sedientos de sangre de inocentes.

Los preceptos de esta lectura nos obligan a preguntar: ¿Dónde está hoy la aceptación de la responsabilidad moral de los dirigentes por las malas acciones cometidas por algunos? ¿Cómo es posible que no se impida ni se condene la tala agresiva de árboles frutales que realizan jóvenes sin principios? ¿Dónde quedó la caridad y bondad, la ayuda a los demás, la compasión y el amor por las personas? ¿Por qué no se detiene la sistemática acción contra las instituciones de justicia que vemos aparecer a diario en tantos países, incluso el nuestro que nos lleva a parecernos cada vez más a quienes llevaron consigo la cultura Ugarítica?

Tzedek, Tzedek tirdof, nos puede ayudar a elevar nuestros pensamientos y nuestra cultura.