Por Ricardo López Göttig
Las elecciones generales del pasado 23 de julio en España, anticipadas en algunos meses, mostró una geografía electoral que se abroquela en dos mitades: una, que se puede aglutinar nuevamente para darle el respaldo al actual presidente del gobierno Pedro Sánchez (PSOE), y la otra para otorgarle el mandato a Alberto Núñez Feijóo (Partido Popular). Si bien el Partido Popular resultó ser individualmente el más votado, su bancada no le alcanza para lograr la mayoría ni para gobernar en solitario, por lo que debería recurrir a una coalición con otras formaciones, tal como también lo necesitaría el Partido Socialista Obrero Español, con menos escaños aún.
En la cámara alta, el Senado, tiene mayoría cómoda el Partido Popular, por lo que podría bloquear iniciativas legislativas de un eventual nuevo gobierno de Sánchez. En la cámara de Diputados, en cambio, el PSOE y sus aliados lograron que la presidencia quedara en sus manos. A Núñez Feijóo, sumando a su bancada con la de VOX, Unión del Pueblo Navarro y Coalición Canaria, le restan sólo cuatro votos más para alcanzar la investidura como nuevo presidente del gobierno, lo que se dirimirá en un mes. El rey Felipe VI le ha otorgado el mandato al líder del Partido Popular, atendiendo a que es la primera minoría.
Hasta aquí, es el juego típico de las democracias parlamentarias, cada vez más fragmentadas en la decisión de sus votantes. Un escenario que se viene repitiendo en varios países del Mediterráneo y Europa en general, por lo que no llama la atención. Pero aquí se añaden algunas singularidades ibéricas, y es que para que Pedro Sánchez vuelva a ser presidente del Gobierno español, precisaría no sólo del apoyo de la coalición Sumar, más a la izquierda del PSOE, sino también de formaciones francamente independentistas, como son Bildu (emparentado con ETA), Junts per Catalunya (del secesionista Puigdemont, en su exilio belga) y Esquerra Republicana, también catalana. Una coalición de estas características implica la concesión de demandas de estos grupos políticos que quieren partir a España, y que en el pasado reciente han llegado a tomar posiciones de fuerza o directamente las armas contra el régimen democrático.
¿Cuál es la apuesta de Núñez Feijóo? Probablemente sea intentar su investidura en septiembre y quedar a pocos votos de lograrlo, y que ello precipite una nueva convocatoria a comicios generales. En ese hipotético escenario, tratar de ganar espacio entre los decepcionados de un PSOE cada vez más dependiente de aliados que demandan, por ejemplo, la amnistía para Puigdemont. E intentar sumar votos de la ciudadanía que no concurrió a sufragar en las últimas elecciones generales, ya que prefirió quedarse en su casa. Pedro Sánchez, en cambio, es un jugador con el tiempo: apuesta al desgaste de su rival conservador y ganar un nuevo mandato, aunque sea con la formación de una coalición heterogénea y que lo aparte de su base electoral más centrista. De no poder formarse un nuevo gobierno, los comicios generales se celebrarían en enero del 2024, pleno invierno boreal, en un continente europeo que estará mirando con un ojo cómo se seguirá desarrollando el conflicto en Ucrania, a la vez que con el otro a quién será el nuevo presidente de los Estados Unidos, en su largo proceso de primarias.