Link de la Parte I: https://aurora-israel.co.il/baruch-spinoza-filosofo-neerlandes-de-origen-sefardi-hispano-portugues-parte-i/
Link de la Parte II: https://aurora-israel.co.il/baruch-spinoza-filosofo-neerlandes-de-origen-sefardi-hispano-portugues-parte-ii/
Sin dejar de lado lo dicho anteriormente (Parte II) respecto al entendimiento y la imaginación, cabe señalar que esta última no deja de presentar dificultades a superar. Un ejemplo claro de esto es cómo aparecen en la imaginación las cosas: compuestas de partes, múltiples y divisibles. Mientras que, tal y como las concibe el entendimiento, que corresponde con la realidad, las mismas cosas son: infinitas, únicas e indivisibles.
Todo lo existente en el universo es efectivamente infinito, desde una hormiga hasta una galaxia. Pero esto necesita aclararse, de modo que tengamos en consideración los sentidos que maneja Spinoza en relación con dicha palabra:
- Infinito por propia naturaleza y definición, porque no tiene límites. Solo se comprende, no se imagina (Ep., carta 12).
- Mal infinito, que no tiene límites no por esencia, sino por causas externas. Aquello cuyas partes no pueden explicarse con números a pesar de que están limitadas (ídem).
La justificación por la que nuestro autor prefería el (1) en vez del (2) la expone de manera sencilla cuando plantea que el problema que siempre se presenta es que intentamos imaginarlo todo. Es decir, que nos enfrascamos en ver las cosas como compuestas de partes y, por lo tanto, como divisibles. En este caso específico, la suposición engañosa, ficticia y dudosa es la de un infinito medible y compuesto de fragmentos finitos (E, I, prop. 15, esc.). Pero de aquí se siguen varios absurdos (ídem), de modo que una primera conclusión firme es que (1) no puede medirse y no puede estar compuesto de cosas finitas (ídem). Pues, aunque parezca redundante avisarlo, (2) es aquel que se expresa como sumatoria de partes. El que prefiere Spinoza, que se trata de (1), es el concebido por el entendimiento única y exclusivamente, de modo que no se imagina (Ep., carta 12).
Faltaría saber, pues, cómo es que todas las cosas son infinitas, aunque tengan existencias determinadas. Y cómo es posible que sean únicas e indivisibles. Pero estas tres cualidades que el entendimiento nos permite concebir, se pueden dar en diferentes grados. Por ello es vital hacer referencia directa a aquello que posee todas las cualidades o atributos en grado sumo, es decir, Dios, la Naturaleza o la sustancia. Esta última es definida como aquello cuya esencia implica necesariamente su existencia, de modo que es causa de sí mismo (E, I, prop. 8, dem.). Dios es esto efectivamente, pero se le describe mejor como un “ser absolutamente infinito que consta de infinitos atributos” (E, I, def. 6).
Ahora bien, la explicación referente a por qué hay un solo Dios y no varios, es resumible teniendo en cuenta, en primer lugar, que fuera del entendimiento solo hay “sustancias”, sus atributos y sus afecciones -modos (E, I, prop. 4)-, y, en segundo lugar, concibiendo hipotéticamente cómo se distinguirían dos o más sustancias, si existieran efectivamente. De este manera, se intuye que se distinguirían por sus atributos o sus afecciones. Si fuera el primer caso, entonces no habría dos sustancias que compartieran la misma cualidad principal (E, I, prop. 5), de modo que todas serían radicalmente distintas de las demás -como las mónadas de Leibniz (son substancias inmateriales por las que el universo está compuesto en términos del mundo dinámico, estas son acciones tales como: percibir, pensar o moverse)-, y el orden y conexión de la realidad y del entendimiento no sería posible que concordara; pues este último, a pesar del progreso que es capaz de lograr, es limitado. Si fuera el segundo caso, entonces, todas las sustancias serían una; porque, recordando el principio de identidad de los indiscernibles: A = A y A ≠ B… O, lo que es lo mismo: como todas las sustancias son anteriores a sus afecciones (ídem), lo que tienen de fundamental sería igual en todas, y, por lo tanto, no podrían pensarse varias.
La infinitud de la sustancia la prueba Spinoza de dos maneras: por un lado, establece que la posibilidad de que la misma exista como finita, pero eso requeriría que otra sustancia con su misma naturaleza -mismos atributos (ídem)- le sirviera de límite (E, I, prop. 8, esc. I). Esto, sin embargo, es lo primero que se descartó al decir que solo hay un Dios. Y, por el otro, explica además que un ser infinito es “afirmación absoluta de la existencia de cualquier naturaleza” (ídem), de modo que dicho ser contiene en su seno todo lo que es necesario que tenga vida en algún momento (E, I, prop. 29).
La indivisibilidad, también de dos maneras: sus “partes” conservarían la infinitud o no. Si es el primer caso, entonces habría varias sustancias, pero, de nuevo, fue lo primero en descartarse por absurdo (E, I, prop. 13, dem.). Si es el segundo, podría dejar de ser (ídem). Entonces añade otra distinción: una “parte” de una sustancia sería a su vez una sustancia finita, pero eso es contradictorio con su definición (E, I, prop. 13, esc.).
Para responder la cuestión sobre las existencias infinitas y determinadas, habría que añadir que los atributos de Dios expresan su esencia (E, I, prop. 19, dem.), y, como la eternidad pertenece a la naturaleza de la sustancia, sus cualidades principales y fundamentales también lo son (ídem). Entonces, como las existencias determinadas son los modos o afecciones de esos atributos, también comparten su infinitud, indivisibilidad y unicidad, claro que en grados menos perfectos.
Lo que queda por decir es bastante. Porque aceptar la infinitud de la sustancia implica, por ejemplo, asumir que todo lo que existe son modos de la misma, que ella es causa inmanente, que tiene infinitos atributos aunque solo la conozcamos mediante dos solamente (pensamiento y extensión), que es causa libre y a su vez es el ser más determinado que existe, etc. Pero todos los efectos de comprometerse con el panteísmo de Spinoza están contenidos o implícitos en la siguiente cita, que él mismo repite en varios apartados: “Todo cuanto es, es en Dios, y sin Dios nada puede ser ni concebirse” (E, I, prop. 15).
Concepto de expresión
Es famosa la errónea atribución a Einstein de la frase según la cual “todo es relativo”, cuya malinterpretación ha sido objeto de ironía por los absurdos que aparentemente supone. Esto desde un peculiar sentido, claro está: el relacionado al ámbito de la lógica -donde se reconoce algo como verdadero o como falso-. Según dicha perspectiva, que todo sea relativo sería lo mismo que decir que no hay verdades innegables o absolutas, y, por tanto, que no hay conocimiento seguro o estable posible sobre nada. Con lo que, siguiendo la idea cartesiana del árbol o edificio del saber, atacando los fundamentos se caería todo. De modo que la ciencia y la filosofía serían no solo inútiles, sino que, además, serían imposibles.
Si no hubiese verdades que pudiesen conocerse y entenderse, cualquier discusión o investigación estaría destinada al fracaso. Estaríamos ensimismados en un mundo de opiniones, cada uno atrapado en la particular disposición de su cerebro (E, I, ap.). Y el diálogo sería una ficción, pues cada uno tendría su verdad propia que no podría ser criticada, sino únicamente respetada por los otros; ya que, como todos sabrían y repetirían, “todo es relativo, y la verdad que el otro expone como suya es inconmensurable”. Es el riesgo que señalaban y tomaban desde la antigüedad los sofistas, que, en otra frase maestra -de esas que muestran la situación del pensamiento en una época- lo resumían maravillosamente: “el hombre es medida de todas las cosas”.
La frase de Einstein no fue expuesta con este sentido en que la habrían imaginado los sofistas y Descartes, que es, además, el mismo que expone la mayoría de la gente que la conoce y la repite como una excusa para decir cualquier cosa por absurda que sea. Que todo sea relativo debe entenderse, simple y llanamente, como “todo está relacionado o conectado”, añadiendo la precisión de que ese “todo” abarca lo que existe exclusivamente. De modo que, desde esta otra perspectiva, se habla del ámbito metafísico: donde se reconoce algo como existente en cuanto necesario y como inexistente en cuanto imposible (CM, 240/25, cap. III). El asunto no se reduce, pues, a si esto o aquello es verdadero o falso.
Así pues, todo lo que es real -desde una estrella, un planeta o una piedra, hasta cualquier animal u hombre, y todo lo que todavía no se conoce, pero está ahí-, por mucho que cueste imaginarlo y entenderlo, está relacionado entre sí. Cada existente está conectado a todos los demás; el universo entero sería como una inmensa telaraña, donde lo que afecta a uno también lo sienten los demás. Para entender esto, sin embargo, hay que exponer otras cuestiones: Spinoza, a diferencia de Descartes, no se refirió a Dios como un mero asilo frente al solipsismo (traducible al español de forma aproximada como solamente uno mismo), sino que lo concebía como el fundamento de todo lo que existe (E, I, p25, esc.). Esto, es preciso aclararlo inmediatamente, no se trata de la figura de creador o demiurgo que la tradición religiosa asigna a su deidad (E, II, p3, esc.).
El filósofo neerlandés se refería, en primer lugar, a que la sustancia es lo único que existe necesariamente -en cuanto imposible que fuese de otro modo- (E, I, p11, dem.) en sí misma y por sí misma, de modo que es su propio sustento (E, I, p8, esc. II). Es decir, que no necesita de nada más -ninguna causa externa (E, I, p11, esc.)- para existir, sino que se basta a sí misma (E, I, p7, dem.). Es su propia causa, lo que se denomina causa sui (E, I, def1). Y, en este sentido, se entiende que todo lo que sí necesite una causa externa que sustente su existencia debe estar fundamentado en -o causado por- la sustancia (E, I, def5). Esta es identificada completa y enteramente con Dios, de modo que realmente es el que conserva todo lo que existe (E, I, p15, dem.). Pero no es el mismo de la tradición religiosa, porque la divinidad no crea solamente lo que le place -es decir, no elige qué posible llega a existir-, sino que todo lo que no es absurdo o imposible existe (E, I, p33, esc. II). Así se muestra su poder o potencia de obrar (ídem).
Falta decir que, para Spinoza, solo había una sustancia, y esa era Dios o la Naturaleza (E, I, p5, dem.). Todo lo que existe, entonces, desde la piedra al hombre, no tienen su ser en sí y por sí mismo. Su existencia depende de causas externas, y, por lo tanto, como son cosas creadas, dependen de lo único que existe en cuanto causa sui. Aparte de creadas, entonces, ¿qué distingue las cosas de Dios? Valga la redundancia en el punto primordial: en que no somos sustancia; somos, en verdad, derivados de ella. El filósofo neerlandés, para explicarse, distingue entre la sustancia, sus atributos y sus modos. La primera es lo único que tiene su existencia por causa sui (E, I, def3); los segundos se refieren a las definiciones esenciales de la sustancia (E, I, def4); y los terceros, a sus maneras de manifestarse particular y determinadamente (E, I, def5).
Dios o la sustancia hacen referencia, entonces, a la existencia misma, que es eterna e infinita (E, I, p8, esc. II). En este sentido, es absoluto e indeterminado, porque puede manifestarse asimismo de infinitas maneras (E, I, p16, dem.). De modo que la divinidad no puede imaginarse de ninguna forma, pues eso sería limitarlo, reducirlo, quitarle su dignidad y legitimidad en cuanto fundamento de todo lo existente. De todo lo dicho se sigue a su vez que cualquier cosa creada, por provenir de la misma causa sui, tiene en su propia constitución algo de divino. Por ello, cada cosa es expresión o manifestación de la Naturaleza o de Dios. Nada es indigno de su infinitud (E, I, p15, esc.) ni de su perfección -de su realidad-.
Lo que, con todas sus letras, sería diferenciar el que, si bien Dios o la sustancia pueden entenderse absoluta e indeterminadamente sin hacer referencia a los modos que se derivan de su existencia, lo cierto es que todas las cosas creadas son en Dios y se conciben por él (E, I, p15, dem.); de modo que todas las cosas, desde la hormiga o la bacteria hasta el hombre, son divinas en tanto expresiones de la sustancia -la manera de entenderla particular y determinadamente- (E, II, p7, esc.). La naturaleza, entonces, es la misma en todas partes (E, III, pref.).
Fuente: Wikipedia
La Parte IV se publicará el 07-09-2023
La entrada Baruch Spinoza, filósofo neerlandés de origen sefardí hispano-portugués – Parte III aparece primero en Aurora.