Estos son días en los cuales se nos convoca a hacer balance y ahondar en nuestra realidad. Rosh Hashaná es el aniversario de la creación de la especie humana. Nuestras plegarias se realizan en congregación. El destino individual está absolutamente vinculado al destino colectivo. Nadie se salva solo en este barco, que nos tiene a todos abordo.
Increíblemente o no, luego de la pandemia del COVID en la que deberíamos haber aprendido sobre la fragilidad, la necesidad de cuidar nuestro medio ambiente y planeta, valorar la vida asumiendo sus ciclos y tiempos con mayor sabiduría hemos salido con mayor insensatez. Guerras, disputas geopolíticas, pobreza, individualismo, negación del cambio climático, luchas por el poder, incapacidad de comprender el presente y menos de proyectar un futuro digno y posible para todos, parecen los signos de este tiempo. La incertidumbre la señal dominante.
Los extremismos e individualismos se han potenciado, las posturas mesuradas y moderadas han perdido atractivo para personas y sociedades que quieren cambios mágicos e inmediatos en un contexto de disconformidad.
Nuestro pueblo no escapa a estas realidades. Los extremos están de moda. Una “ortodoxia” judía muchas veces delirante, oscurantista y que tiene más de orto-praxis que transforma las prácticas en el objetivo y no el genuino camino para la elevación de las personas. Una neoidolatría que rechaza y tema el mundo que hemos construido y que demasiadas veces es mucha cáscara y poco contendido. Un folclor que, entre una vida cotidiana arraigada a la observancia de costumbres, preceptos, comidas, bebidas y festejos, se olvida de pensar lo importante.
Por otro lado, vemos a enormes masas asimiladas y alienadas donde lo judío no le dice nada o muy poco. Judíos que no tienen la formación o las herramientas mínimas para sostener una identidad que les permita vivir y pensar la vida desde la perspectiva judía. Ni hablar de aquellos que en su ignorancia desprecian lo que no conocen y obviamente no pueden disfrutar. También vemos en la desesperación por una identidad debilitada la tendencia a armar eventos o shows de “lo judío” como un producto de consumo fast food donde se inventan propuestas que se quedan en el disfrute de una atractiva comida ligera, pasajera e insustancial. La superficial realidad de lo inmediato, que no deja huellas en lo permanente.
Maimónides nos hablaba del camino medio, del camino del rey, el camino del equilibrio. Parecería que, frente al desconcierto de tiempos desafiantes en lo intelectual, espiritual y comunitario salvo honrosas excepciones, nuestro pueblo se ha apartado de estas enseñanzas he ido a una indeseable polarización. Las voces moderadas parecen acalladas frente al ruido de los extremistas de uno y otro lado.
El Estado de Israel es tal vez la muestra mayor de lo antes enunciado. Las que antes eran voces marginales por su extremismo, hoy se han transformado en el centro de la escena con un poder inusitado. El año termina en la mayor crisis interna desde su establecimiento en 1948, con una sociedad enfrentada en los extremos donde los costos y peligros son mayores.
La dirigencia de nuestra comunidad, pueblo y el Estado de Israel se encuentran sobrepasadas por una realidad que requiere de diagnósticos profundos, certeros, honestos y altruistas para repensar los modelos y paradigmas de un mundo que ya no es, ni volverá a ser el que fue.
Dirigentes con síndrome de autismo, desconectados de las masas que cada vez los miran con mayor distancia y descreimiento. Dirigentes irresponsables, pequeños e irreflexivos que pretenden seguir viviendo en el statu quo y privilegios de su condición de un pasar momentáneo, donde el presente les impide pensar, proyectar y trabajar para el futuro.
Rosh Hashaná es un llamado a hacer una necesaria pausa reflexiva, tener ese inside individual y colectivo para ver cómo estamos y asumir con coraje los cambios que debemos realizar. Que D.s nos inspire a hacer nuestra parte.
Miguel Steuermann
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