Por el Dr. Ori Wertman
Los partidarios del proceso de Oslo afirman que fue el comienzo de una reconciliación entre israelíes y palestinos, que fue tristemente interrumpida por la conducta fallida de ambos dirigentes, que no supieron cruzar el Rubicón en el camino hacia un compromiso histórico que ponga fin a este inextricable conflicto.
Por otro lado, los críticos del proceso afirman que fue un error histórico que se originó en la ilusión de los gobiernos israelíes liderados por Yitzhak Rabin y Shimon Peres, y más tarde por Ehud Barak, de que se podría alcanzar un acuerdo de paz con los palestinos. quienes por su parte veían los Acuerdos de Oslo como parte del Plan por Etapas de la OLP de 1974. A pesar de la controversia, parece que mirando hacia atrás se puede afirmar que el proceso de Oslo tuvo sus deficiencias, pero también ventajas que contribuyeron a la seguridad nacional de Israel.
En primer lugar, para Rabin, los Acuerdos de Oslo fueron un medio para separar a Israel de los palestinos que viven en Cisjordania y la Franja de Gaza, con el objetivo de superar la amenaza demográfica y evitar una situación en la que Israel pase de ser un Estado judío y democrático a convertirse en un estado binacional, un objetivo que la mayoría de los israelíes apoyan. Para Rabin, los Acuerdos de Oslo eran un instrumento para crear una separación política entre Israel y los palestinos y establecer un Estado de facto en las concentraciones de población palestina en Cisjordania.
Esta separación política, originada en los Acuerdos de Oslo, en los que el 95% de la población palestina estaría controlada principalmente por la Autoridad Palestina, se ha convertido en un hecho que ya dura tres décadas.
En segundo lugar, el proceso de Oslo dejó claro al público judío en Israel y a sus dirigentes que no hay posibilidad de resolver el conflicto palestino-israelí y alcanzar un acuerdo de paz con el movimiento nacional palestino en un futuro próximo. De manera similar a la posición de Netanyahu, Rabin no apoyó el establecimiento de un Estado palestino, sino más bien de “algo menos que un Estado”, donde Israel continuaría controlando el Valle del Jordán, en el sentido más amplio de la palabra, y los bloques de asentamientos.
Por otro lado, en las negociaciones sobre un acuerdo permanente, Barak y Ehud Olmert ofrecieron concesiones de gran alcance a los palestinos. Estas incluían, entre otros, el establecimiento de un Estado palestino en el 100% de Cisjordania y toda la Franja de Gaza con intercambios de territorios, la renuncia al control del Valle del Jordán, la aceptación limitada de refugiados y la división de Jerusalén.
Después de que las concesiones de Barak y Olmert –que nunca contaron con el apoyo de la corriente principal de la sociedad israelí– fueran rechazadas por los dirigentes palestinos; el público israelí se dio cuenta de que la brecha de posiciones entre las partes no permitía llegar a un acuerdo. Esto no habría sido posible sin el proceso de Oslo, en cuyo marco se puso de manifiesto la renuencia palestina a que Israel alcance la paz. En este aspecto, el proceso de Oslo fue una experiencia de aprendizaje para la sociedad judía de Israel y sus dirigentes, al hacerla madurar y deshacerse de las ilusiones optimistas de que la paz está cerca.
En tercer lugar, una lección clave que la sociedad judía israelí y sus dirigentes aprendieron del proceso de Oslo es que es mejor para Israel no depender de otros en lo que respecta a su seguridad. La expectativa del gobierno de Rabin de que Yasser Arafat y la Autoridad Palestina lucharan contra las organizaciones terroristas palestinas e impidieran ataques terroristas contra Israel resultó estar desconectada de la realidad. Los Acuerdos de Oslo otorgaron a la Autoridad Palestina, encabezada por Arafat, la autoridad para gestionar las vidas de los palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza, y la equiparon con armas para luchar contra las organizaciones terroristas palestinas.
Sin embargo, al final, las armas se volvieron contra los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y los ciudadanos israelíes cuando miembros de las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina, que supuestamente debían luchar contra las organizaciones terroristas palestinas como lo exige el acuerdo, participaron incluso en ataques terroristas contra israelíes. Además, la sugerencia de que una fuerza multinacional en el Valle del Jordán aislaría a Israel de las amenazas desde el este –una cuestión en la que Olmert y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, acordaron como parte de las negociaciones que llevaron a cabo sobre un acuerdo permanente– resultó ser una ilusión.
La lección clara es que Israel debe atenerse a su doctrina de seguridad, es decir, protegerse por sí mismo y no depender de otros. El público israelí y sus dirigentes se dieron cuenta, a un alto costo en sangre, de que el conflicto histórico debe gestionarse sabiamente y que la realidad demuestra una y otra vez que la lucha no puede resolverse en un futuro previsible.
El plan Trump es la mejor opción
En conclusión, a la luz de la experiencia acumulada después de tres décadas desde el inicio del proceso de Oslo y para frenar la amenaza del Estado binacional, sería mejor que el gobierno israelí buscara implementar unilateralmente elementos adicionales del “plan Trump”. Estos incluyen aplicar la soberanía al Valle del Jordán y a los bloques de asentamientos en Cisjordania, lo que señalaría el deseo de separación entre Israel y los palestinos, evitando al mismo tiempo asentamientos en áreas con densa población palestina.
Estas medidas deben llevarse a cabo con un amplio consenso nacional, al tiempo que se explica claramente al público israelí que cumplen la visión sionista y fortalecen la seguridad nacional del Estado judío.
Fuente: JISS The Jerusalem Institute for Strategy and Security
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