Una nueva exposición presentada en el Centro Pompidou sobre el artista franco-ruso desvela los bastidores de esa magna obra gracias a una reciente donación de sus dos nietas.
Aunque «Chagall à l’oeuvre, Dessins, céramiques et Sculptures (1945-1970)» abarca otros temas y episodios de la vida del artista, el «making-of» de los frescos de la Ópera Garnier tienen un papel preponderante.
Una buena parte del centenar de bocetos y maquetas exhibidos desde este miércoles hasta febrero de 2024 describen la concepción de estos icónicos frescos, y ofrecen al espectador una reflexión acerca del proceso de su creación artística.
«Cuando pinta la cúpula de la Ópera, sabemos que escuchaba música y él mismo dice que escuchó a Mozart durante todo ese trabajo», explica Anne Montfort, una de las curadoreas (comisarias) de la muestra.
Melómano y violinista, Chagall (1887-1985) necesitaba la música para poder crear.
«Concibía su trabajo en términos de ritmo musical, veía en los colores sonidos», afirma Montfort, mientras se refiere a la serie de croquis y bocetos en los que el artista primero juega con los colores, antes de pasar a la elección de las figuras.
Una elección condicionada -según la curadora- por las marcas que le dejó su cultura judía y sus orígenes rusos (reflejados, por ejemplo, en las formas de las muñecas katchinas).
En el caso de los frescos de la Ópera Garnier, la exposición deja patente el revuelo social que provocó el entonces ministro de Cultura, el escritor e intelectual André Malraux, al encargar los frescos de un edificio decimonónico a un pintor moderno.
«Las críticas iban dirigidas sobre todo a Malraux. A Chagall lo que se le reprochaba es ser moderno. La que más criticaba era la prensa conservadora», cuenta Montfort.
Debido a la notoriedad que le dieron estos frescos, el pintor ruso de origen judío fue también diana de insultos antisemitas y de cierto prejuicio por su edad. Tenía 75 años cuando pintó la cúpula.
«En aquella época las críticas eran tan feroces como las que vemos hoy en las redes», advierte.
Frente a los que afirmaban entonces que Chagall ganó mucho dinero por los frescos, la comisaria desvela además que en realidad no fue remunerado. «Él solo pidió que se le rembolsase el material utilizado», asevera.
La exposición, que ha visto la luz gracias a la donación de las dos nietas de Chagall, Bella y Meret Meyer, también incluye cinco cerámicas, siete esculturas, además de bocetos sobre los vestidos y las cortinas del ballet «El Pájaro de Fuego» de Igor Stravinsky, representado en 1945 en el Ballet Theater de Nueva York. EFE
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