Parashat Vaietzé

¿Qué fue lo que hizo que Jacob ‒y no Abraham, Isaac o Moisés‒ fuera el verdadero padre del pueblo judío? Somos la “congregación de Jacob”, los “hijos de Israel”. Llevamos el nombre de Jacob/Israel. Sin embargo, Jacob no inició el viaje del pueblo judío, Abraham fue quien lo hizo. Jacob no se enfrentó ningún juicio como el que enfrentó Itzjak durante el cautiverio. No sacó al pueblo de Egipto ni les dio la Torá. La verdad es que todos sus hijos se mantuvieron en el camino de la fe, a diferencia de Abraham o Itzjak. Pero esto, simplemente, coloca la pregunta en un nivel inferior. ¿Por qué Jacob fue exitoso donde Abraham e Isaac fracasaron?

Pareciera que la respuesta está en la parashá de esta semana y de la próxima. Jacob era el hombre cuyas visiones más grandes venían a él cuando estaba solo en la noche, lejos de casa, mientras escapaba de un peligro e iba hacia otro. En la parashá de esta semana, mientras escapa de Eisav, se detiene para descansar. Solo cuenta con algunas rocas sobre las cuales se recuesta, y luego, tiene una epifanía:

Tuvo un sueño en el cual vio una escalera sobre la tierra con la parte superior que llegaba hasta el cielo y vio que los ángeles de Di-s subían y bajaban de ella…

Cuando Jacob se despertó, pensó: “Estoy seguro de que el Señor está en este lugar y no me di cuenta de ello”. Tuvo miedo y dijo: “¡Qué maravilloso lugar! No es más que la casa de Di-s; esta es la puerta al paraíso”.

En la parashá de la semana próxima, mientras escapaba de Labán y temía al pensar que podría encontrarse con Eisav, nuevamente, Jacob lucha con un extraño en el medio de la noche.

Fue entonces que el hombre dijo: “Ya no será tu nombre Jacob, sino Israel, porque has luchado con Di-s y con los hombres, y has prevalecido”. Y Jacob le puso a aquel lugar el nombre de Peniel porque dijo: “He visto a Di-s cara a cara, y ha sido preservada mi vida”.

Estos son los encuentros espirituales decisivos en la vida de Jacob, que sin embargo suceden en un espacio liminal (el espacio que no es ni un punto de partida ni un destino), en un momento en que Jacob corre un riesgo en ambas direcciones, desde donde vino y hacia donde estaba yendo. Sin embargo, fue en esos momentos de máxima vulnerabilidad que Jacob se encontró con Di-s y con el coraje suficiente para seguir, a pesar de todas las dificultades que el viaje le había presentado.

Esa es la fuerza que Jacob le transmitió al pueblo judío. Lo que es sorprendente no es que este pequeño pueblo haya sobrevivido a tantas tragedias, que seguramente hubieran acabado con cualquier otro pueblo: la destrucción de dos templos, las conquistas por parte de Babilonia y Roma, las expulsiones, las persecuciones y los pogroms de la Edad Media, el auge del antisemitismo en la Europa del siglo xix y el Holocausto. Luego de cada cataclismo, el pueblo se renovó a sí mismo, y alcanzó nuevos niveles de superación.

Durante el exilio babilónico, profundizó su unión con la Torá. Luego de la destrucción de Jerusalém a manos del imperio romano, aparecieron los grandes monumentos literarios de la Torá oral: Midrash, Mishná y Guemará. Durante la Edad Media, se produjeron obras maestras de análisis, poesías y filosofía referentes a la ley judía y a la Torá. Apenas tres años luego del Holocausto, se proclamó el estado de Israel, el regreso judío a la historia luego de la noche de exilio más oscura.

Cuando llegué a ser Gran Rabino, tuve que someterme a un examen médico. El doctor me puso a caminar en una cinta a un paso muy enérgico. “¿Para qué es la prueba?”, le pregunté. “¿Quiere saber qué tan rápido puedo ir o qué tan lejos?”. “Ninguna de las dos”, me contestó. “Quiero saber cuánto tiempo le tomará a su pulso, una vez que abandone la cinta, regresar a la normalidad”.

Fue entonces cuando me di cuenta que la salud se mide a partir del tiempo de recuperación. Esta es una verdad que se aplica a todos, pero especialmente a los líderes y al pueblo judío, una nación de líderes profundamente estresados (ese es, a mi criterio, el significado de la frase “un reino de sacerdotes”).

Los líderes sufren crisis. Es una constante del liderazgo. Cuando se le preguntó a Harold Macmillan, primer ministro británico entre 1957 y 1963, cuál era el aspecto más difícil de su puesto, su respuesta fue “los eventos, muchachos, los eventos”. Siempre suceden cosas malas, y cuando ocurren, el líder debe soportar la presión para que los demás puedan dormir tranquilos en sus camas.

El liderazgo, especialmente cuando está relacionado con el espíritu, es profundamente estresante. Cuatro figuras del Tanaj ‒Moisés, Elías, Jeremías y Jonás‒ rezan para morir en lugar de para continuar. Esta realidad no solo se aplica al pasado distante. Abraham Lincoln sufría de profundos pozos depresivos. También, Winston Churchill, quien los denominaba sus “perro negro”. Tanto Mahatma Gandhi como Martin Luther King intentaron suicidarse durante su adolescencia y experimentaron la depresión durante su adultez. Grandes artistas como Miguel Ángel, Beethoven y Van Gogh sufrieron los mimos síntomas.

¿Es la grandeza la que lleva a momentos de desesperación? ¿O es la desesperación la que lleva a momentos de grandeza? ¿Acaso los líderes internalizan las tensiones de su tiempo? ¿O es que aquellos que están acostumbrados al estrés en sus vidas emocionales encuentran un descargo mediante sus vidas excepcionales? No existe en la literatura una respuesta satisfactoria a esta pregunta hasta este momento.

Pero Jacob era un individuo más volátil que Abraham, quien era habitualmente sereno, aun frente a grandes desafíos; o que Itzjak, quien era más bien retraído. Jacob tenía miedo, Jacob amaba, Jacob pasó más tiempo exiliado que el resto de los patriarcas. No obstante, Jacob resistió y persistió. De todas las figuras del Génesis, él es el gran sobreviviente.

La habilidad para sobrevivir y recuperarse es parte de lo que se necesita para ser un líder. Es la determinación de vivir una vida de riesgo lo que diferencia a estas personas de las demás. Esto fue lo que dijo Theodore Roosevelt en uno de los más grandes discursos sobre el tema:

“No es el crítico quien cuenta; no es aquel que muestra cómo el fuerte se tambaleó o dónde el bienhechor pudo haberlo hecho mejor. El crédito le pertenece al hombre que está en la arena, cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre; al que lucha valientemente; al que yerra y queda corto una y otra vez; al que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, y gasta su vida por una causa justa; aquel que conoce el triunfo en la cúspide de los grandes logros y que, en el peor de los casos, si falla, por lo menos lo hace atreviéndose a mucho, para que su lugar nunca esté entre aquellas frías y tímidas almas que no conocen ni la victoria ni la derrota Theodor Roosevelt, Discurso en la Sorbona, 23 de abril de 1910..

Jacob soportó la rivalidad de Eisav, el resentimiento de Labán, la tensión entre sus esposas e hijos, la muerte prematura de su amada Raquel y la pérdida de su hijo favorito, Josef, durante 22 años. Él le dijo al Faraón: “Pocos y malos han sido los años de mi vida” (Génesis 47: 47-49). Y sin embargo, “encontró” ángeles, quienes, ya sea que estuvieren luchando con él ya sea que estuviesen escalando la escalera al cielo, iluminaron la noche con el aura de la trascendencia.

Intentar, fallar, tener miedo, y aún así seguir adelante: eso es lo que se necesita para ser un líder. Ese fue Jacob, el hombre que, en los momentos más críticos de su vida, tuvo las más grandes visiones del cielo.