El pasado 29 de noviembre, el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, la figura que marcó un hito en la diplomacia estadounidense, falleció a los 100 años, según confirmó su firma consultora.
Con una presencia brusca pero imponente, Kissinger dejó una huella indeleble en la política mundial, especialmente durante las administraciones de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford. Su influencia única en los asuntos globales le valió tanto la difamación como un cuestionado premio Nobel de la Paz.
Kissinger es recordado principalmente por su papel en las Guerras del Sudeste Asiático y las negociaciones entre Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética, así como por su participación en la diplomacia del ping pong con China y su respaldo a la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.
Sin embargo, es crucial destacar el papel menos discutido de Kissinger en la política exterior estadounidense en América Latina. Su desprecio aparente por la región le permitió ejercer una influencia notable, especialmente en los países centroamericanos y del Cono Sur. También respaldó activamente a dictaduras anticomunistas, alentando prácticas como asesinatos y torturas para mantener el orden en Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay.
Nacido en Alemania el 27 de mayo de 1923, Kissinger, un refugiado judío, huyó de la Alemania nazi con su familia en 1938. Destacándose académicamente, se graduó en la Universidad de Harvard en 1950 y obtuvo títulos de maestría y doctorado en 1951 y 1954 , respectivamente.
El legado de Henry Kissinger es complejo y controvertido, recordándonos la necesidad de reflexionar sobre su impacto tanto en la política mundial como en la historia de Estados Unidos y América Latina.