Fue un golpe inesperado y doloroso. El ataque del 7 de octubre pasado fue directo al plexo. Falta el aire. Ponerse de pie. Asirse de algo para no perder el equilibrio. Hacer un esfuerzo de inspiración para que el aire vuelva al cuerpo. Luego mirar alrededor. Rodearse de abrazos. Llorar juntos. Tomarse las manos para emerger y caminar. El tsunami asesino nos revela vulnerables, frágiles e impotentes. La irrupción del odio antijudío nos sobrecoge, nos sorprende, nos indigna y abre preguntas que creíamos ya respondidas. Esta vez no callamos. Reaccionamos a viva voz. Explicamos. Mostramos. Difundimos. Reclamamos. Manifestamos. Nos unimos en grupos, foros, organizaciones y potenciamos nuestra voz exponiendo engaños, tergiversaciones, noticias falsas e intentos de torcer la comprensión de lo que sucede.
Israel responde. Miramos expectantes. Nos angustia y lastima ver que el ejército, en su inclaudicable objetivo de terminar con el terrorismo, a pesar de todos los cuidados que pone para evitarlo, produce víctimas en la población civil de Gaza. Duele cada muerte, cada gota de sangre, cada herida. Sin embargo sabemos que de la aniquilación de este terrorismo depende Israel, la vida de sus 7 millones de judíos y la de sus 3 millones de musulmanes, kurdos y cristianos. Incluso, si a este terrorismo no se le pone freno su gesta destructiva se hará extensiva al mundo entero en su objetivo de instalar un califato universal.
Por eso no hay otra salida. Los judíos sabemos que “resisto, luego existo”.
“¿Por qué estás mal, acaso tenés algún familiar en Israel?”, “Sí, respondemos, diez millones”.
Y recuperamos la vivencia de tribu, de que me lo hacen a mí. Y en lugar de recibir al abrazo contenedor y el apoyo por defendernos y defender al mundo libre, nos caen misiles verbales y puñales envenenados acusando a Israel -¿los judíos?- de ser el rey en el juego cuando es uno de los peones.
Veamos el juego. El ataque de Hamás contaba con la lógica reacción israelí. Según las evidencias su objetivo sería impedir el pacto con Saudi Arabia que competía en el flujo y provisión de gas y petróleo con la rusa Gazprom, aliada a Irán. El plan habría sido iraní. Las armas y los recursos iraníes. Los líderes de Hamás instruidos en Irán. Tal vez hasta las drogas que “liberaron” de frenos morales de los terroristas fueron administradas por los iraníes. La jugada fue “magistral”. Al forzar la respuesta defensiva israelí aseguró que habría víctimas civiles para ser exhibidas como evidencia de un ejército agresor. Las imágenes de los heridos y muertos gazatíes, editadas y difundidas a granel encienden, lógicamente, la indignación de cualquiera y borran casi de un plumazo esas otras imágenes de la barbárica y cruel incursión terrorista de Hamás. Si solo se ven las víctimas de Gaza, se pierde la perspectiva más amplia que le da sentido a todo. Las imágenes difundidas, crudas y sangrientas, sublevan y conmueven tanto que nublan la lente y empañan la mente. El cuadro completo es otro. No se trata de la “causa palestina” como creen los que defienden al pueblo palestino. La entente Rusia-Irán-Hamás (y otras organizaciones terroristas de la zona) habría orquestado esta jugada distractiva en el tablero de negocios para mantener su monopolio petrolífero. La diabólica codicia es indiferente a las víctimas de ambos lados y las usa con maestría. Igual al ajedrecista avezado que sabe cómo incomodar al adversario, sacarle ventaja emocional y perturbar su razonamiento, así los rusos e iraníes contaron segúramente con la ancestral judeofobia europea de las ““buenas conciencias” ”, ese prejuicio altamente combustible que enciende la mecha anti israelí -¿anti judía?- y produce este estallido indignado contra la única democracia de medio oriente. Tiraron la piedra y escondieron la mano. La trampa fue perfecta, obligado a defenderse, el acusado es Israel. ¡Perdida la batalla cultural! ¡Jaque al pacto con Saudi Arabia!!
Los tentáculos empetrolados rusos invaden Ucrania y ahora mueven sus piezas en el tablero endiablado de medio oriente.
Lo primero ahora es destruir la potencia de fuego y el poder de Hamás. Solo lo primero.
El futuro, -de Israel, de oriente medio y tal vez del mundo entero-, depende de cómo siga la partida.
Fuente: La Nación