Por el Profesor Hillel Frisch
No apoyar a Israel en sus enfrentamientos con Irán y sus apoderados [proxies] como desenlace podría significar la diferencia entre un Oriente Medio estable liderado por los aliados de Estados Unidos o una región controlada por Irán e incorporada al eje rival.
Voces cada vez más estridentes tanto dentro como fuera de Israel exigen que los líderes israelíes definan el desenlace en Gaza tras la destrucción de Hamás como fuerza gobernante y terrorista. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, así como ex generales israelíes, muchos de los cuales han reconocido las doctrinas y conceptos erróneos que sostenían antes de la masacre del 7 de octubre, han unido fuerzas para exigir respuestas a esta pregunta.
Focalizarse en Gaza como un problema independiente que enfrenta Israel y que exige reparación en un futuro próximo es un grave error geoestratégico que amenaza no sólo la existencia misma de Israel sino el bienestar de los Estados democráticos mucho más allá de las fronteras del conflicto.
Tres acontecimientos siniestros han surgido desde el ataque del 7 de octubre y la posterior campaña militar israelí en Gaza destinada a desmantelar la amenaza de Hamás. Estos acontecimientos dejan a Israel frente a una situación precaria, como no la había enfrentado desde la Guerra de los Seis Días en 1967.
Por primera vez desde el renovado surgimiento del fundamentalismo islámico en Egipto hace cincuenta años y su consiguiente proliferación, los fundamentalismos suníes y chiíes han unido fuerzas operativamente contra Israel e indirectamente contra la alianza más amplia de Estados democráticos.
El ataque de Hamás contra la región israelí fronteriza con Gaza fue seguido por una ofensiva militar de Hezbollah en la frontera norte de Israel. Se trata de una guerra desde cualquier punto de vista: por el número de misiles lanzados contra objetivos civiles y militares, los intensos bombardeos de proyectiles mortero a lo largo de la frontera, el uso de vehículos aéreos no tripulados [drones] que transportan explosivos y el uso aún más amplio de estos vehículos con fines de inteligencia como posible preludio de una guerra total. Como resultado de los ataques de Hezbollah, un mayor número de civiles israelíes ha sido evacuado del norte, o ha abandonado la zona por su propia voluntad, que lo que ocurrió en el sur.
Esta unidad suní-chií no prevaleció durante ni después del ataque del 11 de septiembre de 2001 por parte de Al Qaeda o en el ataque del ISIS [Estado Islámico] que vio al movimiento ocupar la mayor parte del norte de Irak y el sur y el este de Siria, borrando la frontera entre estos dos estados: dos acontecimientos que fueron percibidos con razón como amenazas estratégicas para Occidente y provocaron una respuesta proporcional por parte de Estados Unidos y sus aliados.
En ambos encuentros, las fuerzas chiíes y suníes se enfrentaron entre sí. Después del ataque del 11 de septiembre, Irán atacó duramente a su minoría sunita y reprimió a los grupos yihadistas suníes.
La respuesta chií fue aún más pronunciada y decisiva: con la expansión de ISIS, Irán y su principal apoderado [proxy], el chiíta Hezbollah, se apresuraron a acudir a la Siria de Assad para evitar la caída del régimen y la posible toma del país por parte de ISIS [Estado Islámico]. En Irak, Teherán estableció apoderados [proxies] terroristas chiítas, que actualmente atacan a las fuerzas estadounidenses, para salvar a Bagdad del destino de la tercera ciudad más grande de Irak, Mosul, que cayó fácilmente en manos de las fuerzas de ISIS.
Los ataques con misiles crucero hutíes y vehículos aéreos no tripulados [drones] desde Yemen a Eilat, el puerto más austral de Israel, son el segundo acontecimiento que contribuye a la precaria situación de Israel. Como apoderados [proxies] chií de Irán, los hutíes son un reflejo de la unidad fundamentalista suní y chií. Pero también representan una amenaza que va mucho más allá. Eilat es la única puerta de entrada de Israel al sur y este de Asia. Esta ruta comercial, esencial para el bienestar y el crecimiento económico de Israel, se ha visto amenazada por el reciente secuestro por parte de los hutíes de un buque comercial de propiedad parcial, pero no gestionado, de una empresa israelí. Esto rememora el cierre del Estrecho de Tirán, en la desembocadura del Mar Rojo, a la navegación israelí en mayo de 1967. Este acto fue una de las razones detrás del ataque preventivo de Israel contra Egipto y era parte de la soga que se apretaba alrededor del cuello de Israel antes de la Guerra de los Seis Días. Hoy, una soga similar amenaza a Israel.
Finalmente, ambos acontecimientos amenazantes están orquestados por una potencia regional, Irán, que se está convirtiendo rápidamente en una potencia nuclear con capacidades balísticas para atacar a Israel y más allá.
Este triángulo devastador, con un Estado fundamentalista e imperialista en su vértice, flanqueado por la unidad fundamentalista sunita-chiita, por un lado, y vastos apoderados [proxies] terroristas iraníes en el Líbano, Siria, Irak y Yemen, por el otro, no tiene paralelos con la amenaza de al Qaeda de 2001 o la que representó para Estados Unidos o sus aliados el Estado Islámico en 2014. Tanto Al Qaeda como el Estado Islámico se enfrentaron a un mundo dispuesto contra ellos, incluidos rivales como Estados Unidos y Rusia.
No se debe obligar a Israel a abordar el futuro de Gaza antes de cortar la soga cada vez más estrecha que la rodea. Obviamente, esto no sólo redunda en el interés de Israel. Si se impide a Israel liberarse de esta soga, no sólo se verá amenazada su propia existencia, sino que los aliados de Estados Unidos en la región enfrentarán un destino aún peor.
La ocupación iraquí de Kuwait en 1990 demostró cuán vulnerables son estos estados. A Irak le tomó sólo un día apoderarse del país del Golfo. Difícilmente se puede creer que Irán, envalentonado por un Israel debilitado y obligado a focalizarse en el juego final en Gaza -difícilmente el frente principal de Israel- no se sienta tentado a hacer lo mismo que Saddam Hussein en 1990 -y tal vez mucho más-.
Estamos en una tormenta geoestratégica. Una estrategia inteligente que permita a Israel ocuparse de sus frentes inmediatos y más amenazantes como el final de la guerra con Hamás podría significar la diferencia entre un Oriente Medio estable liderado por aliados de Estados Unidos o una región controlada por Irán, un país fuertemente arraigado en el eje global de estados que operan contra la alianza estadounidense.
Fuente: JISS – The Jerusalem Institute for Strategy and Security