Los diagnósticos de la educación dependen de quién los hace

En días recientes he escrito varias columnas confrontando el “pensamiento único PISA” señalando que es imposible que una sola prueba, escrita-digital, descontextualizada, resuelta en un par de horas, sirva de diagnóstico de la educación de un país y menos aún que se consideren como universales las recomendaciones para mejorar la calidad de la educación.

Quisiera abordar este tema ahora desde otras dos miradas: la importancia de quién (quiénes) hacen el diagnóstico y la aplicabilidad de sus recomendaciones y conclusiones.

Eso ocurre porque la expresión “ya hay suficientes diagnósticos de la educación peruana por lo que es hora de implementar las acciones remediales o progresistas” tiene serias limitantes: dependen de quién hizo o lideró el diagnóstico. Cada profesional que se formó sobre la base de alguna disciplina tiene un sesgo intelectual, cognitivo y emocional que se desprende de allí y por lo tanto usa anteojos distintos para explicar los problemas y señalar interpretaciones y recomendaciones. Les doy algunos ejemplos de estos sesgos:

Un psicólogo probablemente se centrará en aspectos como el desarrollo cognitivo y emocional de los estudiantes, la eficacia de diferentes metodologías de enseñanza, y la salud mental en el entorno educativo. Podría evaluar cómo las políticas educativas afectan el bienestar psicológico de los estudiantes y maestros.

Un economista abordaría la educación desde un punto de vista de recursos, eficiencia, indicadores estándar y resultados. Podría analizar cómo la inversión en educación afecta el desarrollo económico, evaluar la relación costo-beneficio de diferentes políticas educativas, y examinar la equidad en el acceso a la educación.

Un ingeniero podría enfocarse en la infraestructura educativa, la integración de tecnologías en el aula, y la preparación de los estudiantes para carreras de ciencias o técnica. Podría evaluar la eficacia de la educación en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) y proponer mejoras en estas áreas.

Un filósofo examinaría la educación desde un punto de vista ético y conceptual. Podría cuestionar los objetivos fundamentales de la educación, la naturaleza del conocimiento y del aprendizaje, y los principios morales que guían las políticas educativas.

Un físico podría interesarse en cómo se enseña la ciencia y en el grado en que el currículo refleja los conocimientos y métodos científicos actuales. Podría abogar por un mayor énfasis en el pensamiento crítico y el método científico y las experiencias concretas.

Un pedagogo se enfocaría en las teorías y prácticas de enseñanza y aprendizaje y el desarrollo curricular. Evaluaría la eficacia de diferentes métodos pedagógicos, la formación de maestros, y la inclusión y diversidad en las aulas.

¿Y qué pasa si cruzamos la profesión con la ideología política de quien diagnostica y propone soluciones? Tendríamos algo así:

Desde una perspectiva conservadora, el diagnóstico de la educación se centraría en preservar y transmitir los valores y tradiciones culturales establecidos, abogando por un sistema educativo que refuerce los principios de autoridad y responsabilidad individual, con un énfasis en la disciplina y el rendimiento académico. Preferirían un enfoque educativo que promueva la competencia y la preparación para el mercado laboral, con una mayor autonomía para las escuelas y opciones para los padres. En términos de política educativa, tenderían a favorecer el financiamiento privado o modelos basados en el mercado, con menos intervención gubernamental en el currículo y la administración escolar.

Los liberales, en su diagnóstico de la educación, pondrían un gran énfasis en la igualdad de acceso y oportunidades para todos los estudiantes. Abogarían por una educación inclusiva y holística que no solo se centre en los resultados académicos, sino también en el desarrollo emocional, social y cívico de los estudiantes. Apoyarían una mayor inversión en la educación pública, programas de apoyo para estudiantes desfavorecidos y una reforma curricular que incluya temas contemporáneos como la sostenibilidad ambiental, la justicia social y la integración de la tecnología en la enseñanza. Promoverían la idea de que la educación debe ser una herramienta para el cambio social y la igualdad, con un fuerte enfoque en los derechos y necesidades de las comunidades marginadas.

Los comunistas enfocarían el diagnóstico de la educación en cómo el sistema educativo puede servir para eliminar las desigualdades de clase y promover los ideales de igualdad y justicia social. Enfatizaría la educación gratuita y universal como un derecho fundamental, dirigida hacia la eliminación de las barreras socioeconómicas y la promoción de una sociedad más equitativa. La educación sería vista como un medio para cultivar la conciencia de clase y preparar a los estudiantes para participar activamente en una sociedad socialista. En este marco, esperarían que el currículo y la administración escolar estén alineados con los principios comunistas, enfocándose en la colaboración colectiva, la crítica al capitalismo y la promoción de valores colectivistas y solidarios.

Como se observa, cada uno de estos sesgos vocacionales y enfoques ideológicos ofrece perspectivas muy diferentes sobre los sistemas educativos. Por ello, idealmente un diagnóstico integral de la educación de un país demanda una colaboración interdisciplinaria que integre estas diversas perspectivas, y un alineamiento con la política general del gobierno que marca el norte en función de las grandes metas nacionales. Sin embargo, como los gobiernos son efímeros y cambiantes, es preferible lograr acuerdos de mediano y largo plazo que no estén sujetos a los caprichos del poder de turno y que aterricen en un alto nivel de operatividad.

Quien logre eso, de seguro estará varios pasos por delante frente a quienes insistan en que hay unos que son los dueños de la verdad y todos los demás están equivocados.