Beatriz W. de Rittigstein
Hace dos meses, la universidad de Columbia decidió suspender al grupo Estudiantes por la Justicia en Palestina (SJP) y Voz Judía por la Paz (JVP), ambos organismos sumamente hostiles a los judíos.
El presidente del Comité Especial de Seguridad del Campus de Columbia (en Nueva York), Gerald Rosberg, dijo en un comunicado que la universidad suspende a SJP y JVP hasta el próximo otoño, afirmando que “los dos grupos violaron repetidamente las políticas de la Universidad relacionadas con la celebración de eventos no autorizados en el campus. La suspensión significa que ni SJP ni JVP pueden realizar eventos en el campus ni recibir financiación universitaria… Estamos comprometidos a brindar espacio a los estudiantes para participar en los debates. Esto implica que respeten las reglas y cooperen con los administradores de la Universidad que tienen el deber de garantizar la seguridad de todos en nuestra comunidad”.
Sin embargo, a mediados de este diciembre, SJP realizó protestas violentas, sosteniendo varias quejas, por ejemplo: que META (Facebook) les había cerrado su cuenta de la Universidad de Columbia. Convocaron a marchas “en solidaridad con Palestina y por un cese al fuego”. Al mismo tiempo, exigieron que Columbia desinvierta “en empresas que se benefician de la ocupación israelí”; de esta manera, acusan a Columbia de financiar a Airbnb, Amazon, Google, Microsoft, Lockheed Martin, Boeing, Caterpillar, etc.
Los profesores y alumnos judíos de Columbia emplazaron a las autoridades universitarias, pues estos eventos, en los cuales se hicieron llamados a la violencia contra los judíos, no habían sido autorizados; los anfitriones fueron los grupos SJP y JVP, que rompieron las reglas de la suspensión. En las redes hay videos que difunden esas manifestaciones animadas con los gritos: “Intifada, intifada, ¡Viva la intifada!” y “Del río al mar, Palestina será libre”. La universidad ratificó que entiende los cánticos como llamados al genocidio y van en contra de su política, pero seguimos esperando una efectiva reacción.
Sin duda, los grupos SJP y JVP incumplieron con la suspensión impuesta por las autoridades de la Universidad de Columbia y los desafiaron con sus marchas bajo lemas instigadores y antisemitas, alentados por el triste espectáculo que días antes dieron las presidentas de la Universidad de Pensilvania, Elizabeth Magill, de Harvard, Claudine Gay y del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Sally Kornbluth, ante un comité de la Cámara de Representantes, en el que, perceptiblemente coordinadas y con arrogancia, se negaron a condenar los llamados al genocidio contra los judíos, mostrando un vergonzoso relativismo moral que las inhabilita para los cargos que ejercen. De hecho, la permisividad de las autoridades universitarias ha prohijado el aumento exponencial y sistemático del antisemitismo que, si bien era inmenso, se incrementó aún más tras las masacres del 7 de octubre.
Otro asunto a tomar en cuenta es el de las ingentes donaciones de países como Catar (además financia y protege a los líderes de Hamás), a diferentes universidades de EEUU, constituyéndose en su mayor contribuyente extranjero y con esa magnanimidad, el emirato catarí se garantiza una notable influencia en la toma de decisiones, en los contenidos de los programas, publicación de libros, admisión de estudiantes extranjeros (especialmente del Medio Oriente) y hasta en la empatía de los medios de comunicación, debilitando su independencia, calidad y objetividad.
Resulta obvia la persuasión del dinero catarí en la educación superior estadounidense y, en este caso, estamos viendo su efecto sobre la percepción que logró acerca del Estado de Israel, en beneficio de un movimiento palestino, terrorista, yihadista y anti occidental como Hamás.