Amalec

La porción de la Torá que leeremos este Shabat, “Beshalaj” tiene, como todo el libro de “Éxodo”, una fuerte impronta fundacional. Especialmente sugerente en estos tiempos aciagos para Israel. Porque todavía entonces no éramos “los judíos” sino que éramos “hijos de Israel”.

En 13:17 dice que el pueblo “no fue conducido por el Eterno por el camino de la tierra de los filisteos que estaba cerca, porque se dijo Dios: Que el pueblo no se arrepienta al ver guerra y quiera volver a Egipto”.

Cualquier similitud con la situación actual no es casualidad: la “tierra de los filisteos” incluye Gaza y todos sus derredores, precisamente de dónde surgió la invasión, la masacre, y la guerra desde el 7 de octubre pasado. Israel no quiere volver a Egipto, más bien todo lo contrario, pero su población y todos los judíos del mundo estamos sumidos en una pesadilla inacabable.

Lo que sería un momento Entebbe, al decir de Yossi Klein-Halevi, sería la apertura del mar en 14:21 (“puso el mar en seco, siendo divididas las aguas”); un momento milagroso, inesperado, y terminante. El tema de la persecución del faraón y sus huestes queda atrás para siempre. El pueblo y Moshé podrán atender otros asuntos (ver “Yitro” la semana próxima).

Nada es tan simple: ni ahora ni entonces. Bordeando el desierto en la dirección contraria, procurando evitar la guerra, los hijos de Israel se cruzan en Refidim con el pueblo de Amalec, el enemigo judío genérico de todos los tiempos. La batalla no es fácil, no queda claro si los filisteos eran un enemigo más formidable que Amalec, aunque la propia Biblia así lo confirma, libro tras libro. La batalla es ganada, como todo lo que sucede en Génesis, por la intervención de Dios y la intermediación de Moshé.

Dios le dice a Moshé “borraré la memoria de Amalec de debajo del cielo” (17:14), propósito que evidentemente no ha podido cumplir desde entonces porque siempre hay amalecitas contra quien combatir. El triunfo de Israel sobre Amalec, forzando a Moshé a sentarse sobre una roca y que sus brazos sean sostenidos por Arón y Jur tampoco es precisamente un triunfo tipo Entebbe; si Moshé está cansado, ¿qué esperar de sus dos soportes? ¿Qué esperar del pueblo que lucha y muere en el campo de batalla?

La posición de Moshé y sus colaboradores Arón, Jur, y Iehoshua alude al tema del liderazgo. En “Yitro” se profundizará el asunto con la intervención de Yitro, suegro de Moshé, y culminando con la entrega de la Torá en el Monte Sinaí, durante el cual el liderazgo de Moshé parece esplendoroso cuando, no obstante, el pueblo obliga a Arón a construir el becerro de oro. Años más tarde, ya en las puertas de la Tierra de Canaán, será Koraj quien dispute el liderazgo de un Moshé todavía más entrado en años (Números 16). En suma, no hay faraones en Israel. Ni hubo ni los habrá.

Entre la guerra, la supervivencia en el desierto (el maná, los manantiales), la resistencia al cambio, y los enemigos de turno desde Amalec a los “gigantes” que habitan la tierra según diez de los doce espías (Números 13), y la sucesión de muertes que marca el paso de una nueva generación que nació libre, el texto se explaya en leyes y normas para la nueva vida en la tierra prometida. En la medida que Dios deja de hacer milagros en forma portentosa, salvo excepciones, instruye a su pueblo sobre conductas, ética, y valores morales de hombres libres. A tal punto, que el último libro de la Torá es la voz de Moshé la que resume todo; Dios ha callado.

Hace mucho que Dios no interviene y este año 5784 encuentra al pueblo cansado y la mayoría de los líderes reacios a sostener los brazos en alto del líder de turno, salvando las diferencias. No se gana ni se pierde, o resulta difícil decir qué es ganar y qué es perder. Los hijos de Israel llevaron en aquel entonces el cuerpo de Iosef para ser sepultado definitivamente en su tierra; hoy estamos enterrando difuntos cada día, algunos con mucha dificultad, y hay más de cien mil israelíes en “estado de Sucot”, deambulando por Israel en busca de sustento, hogar, y seguridad.

Ya nadie piensa en volver a Egipto. Ya nadie piensa en otra opción que el Sionismo. Pero todos estamos debatiéndonos acerca de que valores abrazar, cuáles son nuestras prioridades, y tratando de aceptar que no hay forma de borrar la memoria de Amalec de la faz de la tierra. En términos hartmanianos, estamos intentando encontrar una nueva Torá, aun dentro del canon.