Uruguay está movilizado por la historia, la difusión, el éxito, y un posible Oscar de la película española “La Sociedad de la Nieve” de Juan Antonio Bayona sobre el libro del uruguayo Pablo Vierci, publicado en 2008 y reeditado en 2022 con motivo del 50º aniversario del suceso que narra. Las asombrosas estadísticas en salas y Netflix hablan por sí solas, pero creo que amerita hablar por uno mismo. Por edad, por la época, cualquiera de nosotros pudo estar en aquel avión que cayó en los Andes con cuarenta y cinco personas de las cuales sobrevivieron dieciséis al cabo de setenta y dos días. Cualquiera pudo haber sido el narrador.
Anoche tuve el privilegio de escuchar a uno de los dieciséis: Roy Harley, uno de los últimos siete en salir de la montaña cuando el rescate finalmente llegó; fue el día setenta y tres. Fue el 23 de diciembre de 1972, dos días antes de la Navidad. Para personas que rezaban el rosario todas las tardes en voz alta, uno debe reconocer el fuerte simbolismo de las fechas, que además es sólo una punta de la madeja espiritual que seguramente los atravesó durante aquellos setenta y dos días “en el infierno” (cito a Harley literal).
Desde aquel diciembre de 1972, cuando supimos la noticia en medio de un majané (campamento) de nuestro movimiento juvenil, y después de escuchar su conferencia de prensa en torno al tema de la necrofagia, también con una fuerte asociación de fe religiosa (la Eucaristía de Jesús a sus apóstoles en la Última Cena), el tema pasó, en los personal, a un segundo plano. El libro “Viven” y su película en 1993 reflotó el tema por unas semanas. Nunca conocí a los sobrevivientes excepto un vuelo que compartí con Carlos Páez. En Uruguay existen códigos muy arraigados en torno a la vida privada de las personas; son famosos, pero cada uno es dueño de cómo administra su propia fama.
En este contexto, y a medio siglo de aquellos acontecimientos y sus repercusiones, el encuentro cara a cara con uno de ellos, lleno de vitalidad, entusiasmo, historia de vida (hijos, nietos, carrera profesional, vivencias de todo tipo) me permitió pensar, en primer lugar en mi propia vida (soy apenas cuatro años más joven), una vida que cumple con los amplios parámetros de la normalidad, mientras la suya es la excepción a la norma; en segundo lugar, y en la coyuntura que pasan muchos miles de israelíes desde el 7 de octubre pasado (los sobrevivientes de los Andes lo llamarían su “montaña”), me hizo pensar en cómo y cuándo los sobrevivientes de hoy en Israel volverán a la vida y cómo será su vínculo en relación a quienes no se salvaron.
Al principio de su exposición el invitado enumeró algunos de sus grandes aprendizajes, los cuales, no por obvios, merecen ser recordados una y otra vez. Del decálogo que traía consigo me conmovió especialmente su sensibilidad hacia el perdón. Asocié inmediatamente con el ritual judío en el cementerio, previa sepultura, en que familiares, amigos, y quienes los acompañan piden perdón al difunto y esperan, a su vez, su perdón, recitando la fórmula: slijá, kapará, mejilá.
Tal vez ayer, como judío, tomé cabal dimensión de lo que había sucedido entonces, hace cincuenta y un años. Cuarenta y cinco personas murieron y dieciséis “resucitaron”. Porque de hecho, todos, cada hora, cada día, sabían, como señaló Harley, que podía ser el último. Estos dieciséis “resucitados” (en el caso de uno de ellos, Fernando Parrado, la historia es real aunque roce lo místico, y el propio Harley estuvo desahuciado, a nivel pos Auschwitz, tras su rescate) tuvieron efectivamente la posibilidad de pedir perdón y ser perdonados. Tal vez en algún caso cincuenta años más tarde, pero la comunión llegó.
En ese sentido, y ahora focalizando en el libro y en la película, y tal vez una de las razones por las cuales ha calado tan hondo no sólo local sino internacionalmente, la principal virtud de la obra (a estos efectos y por la participación del autor Pablo Vierci en el proyecto los abordo como una unidad) está precisamente en la primer mitad de su título: “la sociedad”. “La nieve” es el elemento más exclusivamente cinematográfico; pero el concepto abstracto, amplio y ambiguo de “la sociedad” fija el tono y el mensaje de la obra y es su mayor virtud.
El principal hallazgo narrativo, sin duda, es el protagonismo del narrador, Numa Turcatti, que era, de alguna manera, un outsider del grupo, que viene a completar el cupo del vuelo chárter, que no jugaba al rugby, y que no pertenecía al grupo social de los demás. El personaje de Numa representa el mejor Uruguay mesocrático, humano, liberal, un Uruguay de valores y sacrificio.
Más allá que su actor ya se haya convertido en modelo internacional e ícono de la moda, él es la mejor imagen de un país que auto-minimiza a sus héroes. Numa es héroe por sí mismo pero sobre todo porque su personaje construye un relato heroico. Creo que es el gran aporte de Vierci a esta historia, un aporte que cierra para siempre una brecha imaginaria e ideológica que no permitía ubicar el hecho en su justa dimensión en la historia nacional.
Durante años los héroes de la montaña habían sido Fernando Parrado y Roberto Canessa, más la exposición mediática de Carlos Páez, hijo del artista Carlos Páez Vilaró; los apellidos de los otros trece sonaban, pero ellos tres, de diferente forma, eran los referentes, en especial los dos que caminaron seis días, “a morir”, para encontrar ayuda. “La Sociedad de la Nieve” permite ver la dimensión social de la supervivencia, los sutiles roles, los liderazgos que van quedando por el camino, los que surgen en forma progresiva, el respeto mutuo, la tolerancia, y la solidaridad.
Roy Harley afirmó anoche que sin duda él prefiere estar entre los vivos, ver su foto familiar con esposa, hijos, y nietos, que haber quedado en la montaña; pero al mismo tiempo, y sin ambages, sabe hasta el día de hoy que su suerte fue coyuntural: en qué asiento estaba en el avión, dónde dormía cuando la avalancha, y situaciones similares. El factor humano, definitivamente, fue colectivo.
Exceptuando aquellos que mueren instantáneamente en el accidente, todos y cada uno, quienes van muriendo y quienes siguen con vida, son parte imprescindible de ese rompecabezas que nadie imaginó. “La Sociedad de la Nieve” nos ofrece una imagen muy acabado del mismo; tal vez siempre falte alguna pieza, pero la foto está. Ahora, para siempre.
Los judíos no estamos a merced de la naturaleza sino a merced de la historia. Octubre 7, como la Shoá, son mojones dramáticos donde grandes mayorías mueren y algunos sobreviven. Todo Israel está atravesado por historias de muerte y heroísmo; siempre ha prevalecido la noción de destino colectivo, de muertos y sobrevivientes que a su vez vuelven a enterrar a sus muertos. La nuestra es una “sociedad de la soledad”, tal como padecieron los uruguayos que sobrevivieron a la montaña. Como ellos, somos nosotros los que nos hemos rescatado a nosotros mismos de los bordes del abismo. Sigamos en el empeño.