Tormenta perfecta y estado de situación

Un poco desesperadamente pero al mismo tiempo hastiado en mi paciencia he buscado en mi memoria versos que me ayuden a expresar, si no mis ideas, por lo menos mis sentimientos. No que yo no pueda explicarlos; no se trata de lo racional, sino de lo emocional. El lenguaje poético, en toda su vasta ambigüedad y surrealismo, seguramente encuentre su eco en la empatía de alguno.

También puedo citarme a mí mismo en una frase que recientemente usé como imagen de mi desesperación en un intercambio retórico sobre hechos e ideas; en relación a la actual coyuntura escribí en mi Facebook: “no quiero ni que me digan lo bueno que soy (aprobación) ni que me tiren ácido sobre las heridas y cicatrices morales que todo esto (la coyuntura) me provoca”. No es momento de equilibrio ideológico, es momento de claridad existencial.

Me viene a la mente la escena culminante de “La Tormenta Perfecta” (Wolfang Petersen, 2000) cuando la cabeza del personaje de Mark Wahlberg emerge entre las enormes y terminales olas para una última bocanada de aire antes de morir.
Esta introducción podría quedar así; sin desarrollo, sin conclusión, y sin esperanza. Tal es mi estado de ánimo pasados cuatro meses desde Oct7 y catorce meses desde la asunción de Netanyahu como PM de la coalición más fascista en la historia de Israel. El que nos protegía de Irán dejó abierta la puerta del fondo y nos mataron por “cientos de miles” (1 Samuel 18:7). Han “caído los héroes y se regocijan las hijas de los filisteos” (2 Samuel 1:19-20). Con ellos ha caído el sueño sionista, el relato que ha sostenido mi judaísmo durante sesenta y seis años y medio.

Todavía persigo el sueño y todavía encuentro aquí y allá signos y señales, pero la realidad los torna cada vez más oníricos. Yo ya no puedo esperar a que termine la guerra (¿alguien puede decir cuándo, qué otro frente se abrirá?) para empezar a pensar con un criterio tan judío como humanista, algo que este gobierno no puede hacer. Al mismo tiempo, no puedo pensar en actos de clemencia hacia el enemigo cuando en mi tierra de Israel todavía se camina entre cadáveres, ruinas, y desolación, y hay cientos de miles desplazados sin perspectivas ciertas. Por eso, es una tormenta perfecta.

Estamos en el día ciento treinta y uno de la guerra en Gaza. Cada día nos llegan más noticias de las que podemos digerir. Al principio no podíamos asimilar la tragedia; pasados cuatro meses queremos seguir creyendo que los rehenes son moneda de cambio, pero al mismo tiempo hemos aceptado que liberarlos y destruir a Hamas no es, nunca fue, una combinación razonablemente posible. Entre tanto han muerto rehenes en cautiverio, Gaza está destruida, y Sinwar sigue prófugo. En suma: reaccionamos al 7 de octubre pero estamos llegando al final del camino. Rafah, en la frontera con Egipto, el último bastión de Hamas, no puede ser geográficamente más simbólico.

Es difícil decir cómo empezamos a salir de esta pesadilla tan temida llamada “Gaza” (por algo durante veinte años nunca había sido invadida de este modo por Israel); o si quedará a espaldas de Israel como una espada de Damocles para siempre.

Creo que es momento de afrontar algunas verdades que muchos entre nosotros (la opinión pública judía, sionista, pro-Israel) se han negado a ver. No hay una realidad “Oct6” y otra realidad “Oct7”, sino un continuo quebrado por el mayor atentado perpetrado en territorio israelí en toda su historia. Cuando amanecimos el 7 de octubre desconcertados y aterrados por el desastre, Israel vivía en un contexto político y civil determinado. Hamas mató, violó, secuestró, y arrasó pero la realidad interna de Israel quedó, a lo sumo, en suspenso.

Hasta pasado el primer alto al fuego e intercambio de rehenes por prisioneros, el mundo dio “carta blanca” a Israel; desde entonces, en la medida que la guerra se hizo más real, profunda, y difícil, el mundo esgrimió su versión de un “libro blanco” al mejor estilo británico pre-1948.

En la medida en que “ganar”, “desmantelar a Hamas”, y “rescatar a los rehenes” no ha sido posible, el calendario de Israel también ha vuelto al 6 de octubre. Había temas sobre la mesa, una interna civil feroz, y valores existenciales en juego. Nada de eso ha desaparecido después del 7 de octubre; más bien, es su telón de fondo, las bambalinas donde transcurre todo aquello que queríamos ignorar durante estos cuatro meses. “La interna” nunca dejó de estar en la agenda.

Netanyahu está llegando a un punto culminante en su mandato: si cede a las demandas de Hamas, su gobierno cae; si no cede, su país sigue pagando con vidas. En definitiva, Israel está hoy tan embretado en lo interno como estaba hasta el 6 de octubre: el avance de “la Reforma” se había enlentecido o detenido, pero la coalición con su mayoría de sesenta y cinco bancas seguía intacta; hoy nada ha cambiado, excepto que el país recibió el peor golpe terrorista de su historia, tiene sus heridas abiertas, y se desangra. Como hasta Oct6, no aparecen los cinco políticos que dejen a Netanyahu en minoría.

Es difícil admitir que la confrontación civil debilitó al Estado y desgastó las instituciones. De hecho, la única unidad probada en estos cuatro meses ha sido la de los soldados y el pueblo de a pie. A nivel político electoral, nada ha cambiado. Todos postergan la caída de Netanyahu, pero tal como yo leo la realidad hoy, me temo que, pagando precios altísimos, conseguirá mantenerse en el poder. Le basta con matar a Sinwar y rescatar algunos rehenes Nunca subestimemos a Netanyahu.

(Al momento de esta publicación, han sido liberados dos rehenes en una exitosa operación militar en Rafah; en buena hora. No cambia mi tesis, en todo caso la refuerza)

Por todo esto, creo que Nov1, 2022, cuando Netanyahu gana las elecciones y se perfila a formar el gobierno de ultra-derecha que finalmente formó, es el punto de arranque de la mayor desgracia en la historia de Israel en la modernidad. Si uno quiere ser todavía más fatalistamente exacto, el momento se remonta al 30 de junio de 2022 cuando la diputada Idit Silman traiciona al interesante, experimental, y plural gobierno de Bennet-Lapid-Gantz obligando a elecciones anticipadas.

Israel no caerá, pero su naturaleza habrá cambiado para siempre y la era habrá parido una criatura que como judíos tendremos que volver a conocer. La que amábamos late muy tenue.
Estamos despertando a la realidad y ahogándonos, como en aquella tormenta citada al principio, en nuestras propias pesadillas, las que creíamos ir superando paso a paso desde la Shoá. El próximo Pesaj, cuando nos hagamos las cuatro preguntas de rigor, probablemente, muchos de nosotros habremos cambiado para siempre.