Parashat Vayakel- La relación con Dios es personal

Y dijeron a Moshé: “El pueblo trae más de lo que se necesita para la obra de construcción que .A. nos ha ordenado que se haga.”  Entonces Moshé dio una orden, y se pasó una proclama por todo el campamento y dijo: “Ningún hombre ni mujer haga más trabajo para las contribuciones del santuario”. Así el pueblo dejó de traer más. Porque el material que tenían era abundante, y más que suficiente para hacer toda la obra”. (Shemot 36:5-7)
“Y todo aquel a quien le impulsó su corazón y todo aquel a quien su espíritu le movió a la generosidad trajeron la ofrenda de .A., para la obra del tabernáculo de reunión, para todo su servicio y para las vestiduras sagradas”. (Íb. 35:21)
El principio de la sabiduría es el temor de .A. Buen entendimiento tienen todos los que ponen esto por obra. Su encomio permanece para siempre” (Tehilim 111:10).

Fue la generosidad la que hice posible la construcción del mishcán y no ninguna imposición superior. Así pudo ser compensación por el error del Becerro de Oro. Y, ello no es casualidad. La relación de las personas con Dios no es mágica ni se puede conseguir por órdenes superiores. Es personal. Íntima. Por lo tanto, la construcción del santuario no puede ser llevada a cabo con los dineros obtenidos de gravámenes impuestos arbitrariamente. Sólo se puede hacer con lo que el corazón decide.

Así siguiendo este precedente, a través de las generaciones, nuestro pueblo supo asociarse generosamente y brindar lo mejor de sus bienes, para levantar otros santuarios que sirvieron para suplantar al Templo destruido, hasta la construcción del nuevo y definitivo en Jerusalén reconstruida.

En este caso, el de nuestra parashá, aprendemos que el pueblo “traía más de lo que se necesitaba”. Pero, no fue todo el pueblo, sino quien lo podía hacer desde su propia decisión y esplendidez.  Tal era el espíritu. Casi todos tomaron parte de la construcción pero, entre todo el pueblo se pudo notar el empeño y la generosidad de las mujeres. La Torá lo destaca especialmente, creando celos en los hombres que siempre pensaron que tenían derechos exclusivos en el Servicio Divino. “Todas las mujeres hábiles hilaron con sus manos, y trajeron lo que habían hilado, de tela azul, púrpura, escarlata y lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las llenó de habilidad, hilaron pelo de cabra” (Íb 35:25).

El texto hebreo original del versículo ha dado lugar a distintos comentarios de nuestros sabios que no desarrollaremos aquí, pero de ellos se desprende también que fueron las mujeres las que tomaron la iniciativa ofreciendo sus joyas y luego los hombres siguieron ese gesto o que los hombres llevaron las ofrendas a pedido de sus mujeres. Fue una demostración del infinito amor que tenían las mujeres por la santidad. Amor que se expresa particularmente en el versículo que nos relata que: “Hizo también la fuente de bronce con su base de bronce, de los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión” (38:8).

Esas mujeres que donaron sus espejos, eran personas, “sabias de corazón” que ya no necesitaban de la vanidad de mirarse en los espejos para arreglarse, aburridas porque no tenían actividades en las que invertir sus tiempos. Ahora, podían prescindir de ese adminículo tan valioso, porque iban al tabernáculo de reunión para orar y estudiar. Habían encontrado la razón de sus vidas. Su objetivo. Su destino trascendente. Ya no más coquetería vana, ahora, hay sentido.

Esa participación femenina con toda su capacidad y su sabiduría, formó parte de un proyecto nacional que moldeó a todo el pueblo de Israel en su ruta desde el Éxodo hasta su ingreso a la Tierra Prometida. Los principales actores del mishcán fueron los descendientes de Miriam, y no los de Aharón, que había fracasado en la empresa de liderar al pueblo durante el becerro de oro, ni de Moshé que inexplicablemente quedaron apartado.

Así, es el midrash quien nos trae a Hur, el abuelo de Betzalel ben Orí. Fue el hijo de Hur quien se lanzó a luchar contra los pecadores del becerro de oro. Así nos volvemos a encontrar con Miriam, la que entonaba el cántico frente al mar, la que se encontraba entremezclada con el pueblo, la que cantaba y bailaba con las mujeres, la que insinúa un nuevo modelo de liderazgo, no visto hasta esos instantes. El mismo Moshé, según el midrash Tanjumá, sólo se integra al trabajo de levantar el mishcán cuando es llamado expresamente. Hasta ese momento, como que había quedado marginado. La creación y construcción del mishcán, como habíamos visto ya en comentarios anteriores, logra la reparación de los errores del liderazgo que fallara permitiendo o quizás contribuyendo al Becerro de Oro, cuando por su medio, se canaliza el entusiasmo de la masa para un ideal correcto y positivo. Para ello fue necesario el aporte de la sabiduría de Miriam y el acompañamiento que tuvo de las mujeres.  “El principio de la sabiduría es el temor de .A. su encomio permanece para siempre” (Tehilim 111:10), parece que es el secreto.

La gran obra no fue producto de los sacerdotes ni de los políticos sino de una parte del pueblo, que es la que guarda en sí la sabiduría capaz de conducirlo sana y creativamente.

Pero, quienes contribuyeron con sus medios según la generosidad de sus corazones, también fueron quienes luego se integraron al Servicio. Fueron los elegidos. No la turba de “col haam” que se fue al culto pagano. Según Pirké derabi Eliezer, esas mujeres se habían negado ser parte de la ola de contribuyentes al culto pagano, y por ello fueron compensadas con las normas de descanso especial de los novilunios – el rosh jodesh-, después de todo el día de la gran alegría fue el primero de nisán. Eran aquellas a las que les cantamos en la mesa del kabalat shabat que “Extienden sus manos a la rueca, y sus manos toman el huso”, sin importarles lastimarlas. Incluso las más ricas, aquellas que tienen más de un sirviente en su casa fueron personalmente a hacer el trabajo.  Contribuir con el trabajo manual y personal tiene más mérito que firmar el cheque.

Quizás este acento de la parashá sobre la sabiduría y entrega de las mujeres, se proponga darnos una lección: “El principio de la sabiduría es el temor de .A.”, también sirve para la construcción del mishcán que es nuestro hogar. Y, no menos importante, que debemos aprovechar su fuerza, su energía y su dedicación y permitirles tomar parte en la reconstrucción del mishcán más grande, el del templo de nuestros días para que nos conduzcan en la restauración del Gran Templo que ojalá y se produzca también frente a nuestros ojos.

 

Rabino Yerahmiel Barylka