¿De qué mujer es el día?

Por Diana Sperling
El hombre, trajeado elegantemente y con gran aplomo, explica a su entrevistadora en un programa de televisión cómo se debe golpear a las mujeres: “el puño del amado es dulce como las pasas”, argumenta, basándose en un versículo del Corán. “La paliza no debe ser vengativa sino terapéutica”, afirma. La intención, dice, no es dañar sino aleccionar, poner a la mujer en el camino correcto.
El alto dirigente de Hamás sabe de qué habla y, evidentemente, ni una sombra de duda o de pudor matiza sus palabras. Se cree condescendiente y compasivo…

Imposible saber qué piensa la periodista, ataviada como corresponde, es decir, como la religión islámica ordena. ¿Sentirá que eso que escucha es lo correcto? ¿Vive ella misma una situación así? ¿Habrá pasado alguna vez por su mente la fugaz e intrépida idea de que las cosas pueden ser diferentes, de que ella -su madre, sus hijas, sus hermanas, sus amigas- podrían y merecerían tener derechos y no estar necesariamente bajo el dominio de sus hombres?

Claro que en ciertos regímenes y culturas tal situación de sometimiento está naturalizada.
Lo raro, lo increíble, lo casi milagroso es que, cada tanto, alguna mujer logre romper ese cerco físico, mental y cultural para salir al mundo y rebelarse.

En tales sistemas la cosa es explícita; incluso tiene fundamentos textuales, cuya autoridad no se cuestiona: así se hizo siempre y así se seguirá haciendo. Los “líderes espirituales” que custodian la tradición autorizan y avalan ese accionar.
En otras sociedades no ocurre así: la violencia contra las mujeres no se apoya en un credo oficial, simplemente ocurre. Todos los días (hoy incluso) los medios informan sobre mujeres asesinadas, violadas, acosadas o golpeadas por sus parejas o exparejas, sus jefes o sus sacerdotes. A diario son desoídas denuncias de esposas o hijas que temen por sus vidas. En las grandes ciudades y en pueblos remotos del interior, en zonas acomodadas y en barrios de emergencia, en mansiones de countries y en viviendas precarias..

No es este el lugar para indagar en las siniestras causas de semejante flagelo, que hunde sus raíces en los más remotos tiempos de la historia. Sí en cambio, es ocasión para volver a poner a la vista el horror.

Diversas asociaciones feministas alzan la voz en defensa de las mujeres. ¿Cómo no coincidir con los reclamos? Hasta que leemos o escuchamos algunas de esas consignas: “Nuestro feminismo es internacionalista. Por eso pedimos por las mujeres de Haití, Irán, Palestina…”, ¡¡¡pero ni una sola mención a las israelíes!!! Claro que no se privan de agregar: “Palestina libre!”. A riesgo de repetir un tópico ya demasiado conocido, las invito a realizar esas manifestaciones en Gaza…

También yo pido por la libertad, la integridad y la dignidad de todas las mujeres: las de la Quiaca y las de Palestina, las de Afganistán y las de París, las de cada rincón del mundo donde, por “razones” religiosas, étnicas, políticas o, simplemente, por la sinrazón del impulso machista destructivo, ellas sean maltratadas y atacadas. Pido y clamo por la vida y los derechos de todas y cada una de las mujeres, niñas, adolescentes, mujeres en situación de vulnerabilidad, las que son víctimas de trata y prostitución, de encierro y violencia bajo cualquiera de sus formas.

Pero también ansío y espero que las supuestas feministas que marchan y protestan hagan un ejercicio de reflexión y de autocrítica y dejen de comprar mentiras, fake news y prejuicios arcaicos. Porque, si de autonomía y libertad se trata, la primera, más significativa y fundamental independencia es la del pensamiento. Me pregunto: ¿qué clase de disociación o deformación mental padece una mujer que no ve o no empatiza con Liri, Noa, Naamá, Eden, Esther y tantas otras israelíes, aún en cautiverio, y aquellas cuyos cuerpos fueron vejados y mutilados? ¿Cómo no llorar cuando ves los videos que los mismos perpetradores grabaron para mostrar, orgullosos, sus acciones criminales, sus “logros” asesinos, al exponer a esas chicas destrozadas, ensangrentadas y múltiplemente violadas? ¿Qué rara sombra nubla tu vista, amiga, hermana, que tu “sororidad” no alcanza a Carmel, Romi, Arbel?

¿O será que la tan cacareada autonomía no penetra en esas zonas mentales y afectivas? ¿Que quienes levantan las banderas del feminismo siguen siendo colonizadas por la propaganda y los medios? ¿Qué pasó con el “empoderamiento” y la libertad?

Te pregunto, hermana: ¿de qué modo piensas ayudar a la mujer palestina, golpeada y castigada “para ponerla en el buen camino”, si no combatís el terrorismo que la asesina, tanto a ella como a las israelíes? ¿En qué consiste tu lucha si no sos capaz de levantar la voz contra el espanto de un régimen que lapida a sus mujeres y a los homosexuales, a los disidentes de cualquier clase y condición?

Piensa, amiga. Sácate el corsé mental. Investiga, pregunta, averigua. No repitas mentiras como mantras. Así se nos sometió a las mujeres durante milenios. Es hora de ejercer la verdadera libertad, de acusar a los que ejercen el terror y de defender en serio la vida y los derechos de todas.

8 de marzo, 2024