A los cohanim les fue otorgado la mitzvá de t´rumat hadeshen, recoger las cenizas de las olot (ofrendas consumidas) diarias. También se les encargó mantener el fuego del altar encendido permanentemente. Aharón, el Cohén Gadol, recibió instrucciones de llevar diariamente una ofrenda de comida en la mañana y otra al anochecer.
Se promulgaron otras leyes que detallaban los deberes de los Cohanim y las partes de ofrendas que debían recibir. Debían comer de las ofrendas en lugar puro y dentro del atrio del Santuario.
El Todopoderoso dijo a Moshé que Aharón y sus hijos fueran puestos en sus cargos con sus vestiduras, con todos los elementos ubicados en el Santuario (el Arca, la mesa del pan de proposición, los candelabros, el altar del incienso, etc.), y que convocara a toda la congregación a la puerta del Tabernáculo.
Los Cohanim se bañaron y Moshé vistió a Aharón su túnica, el manto, el efod, el pectoral; le colocó en la cabeza el turbante que tenía en el frente una lámina de oro. Tomó Moshé aceite de unción y lo vertió sobre la cabeza de Aharón y lo santificó. Luego vistió a los hijos de Aharón, con sus ropas especiales.
Moshé llevó luego, la ofrenda de expiación, un novillo, y posteriormente la ofrenda quemada, un carnero. Durante siete días Aharón y sus hijos moraron en el Tabernáculo y se repitieron durante esos días los mismos rituales.
Violencia y lo Sagrado
Rabino Sacks:
Editor: Michelle Lahan Traductor: Carlos Betesh
¿Por qué los sacrificios? Para estar seguros, no habían sido parte de la vida judía desde la destrucción del Segundo Templo, hace casi 2000 años. Pero, ¿por qué si son un medio para alcanzar un fin, Dios eligió este fin? Esto es, desde luego, una de las preguntas más profundas del judaísmo, y hay muchas respuestas. Aquí quiero explorar sólo una, la primera dada por un pensador judío del siglo XV, R. Joseph Albo (España, 1380-1444), en su Sefe ka-Ikkarim (El Libro de los Principios, 1425) (1).
La teoría de Albo tomó como punto de inicio, no los sacrificios sino dos otras preguntas intrigantes. La primera: ¿Por qué, después del diluvio, permitió Dios que los seres humanos comieran carne? (Gen. 9: 3-5). Inicialmente, ningún ser humano ni los animales habían sido carnívoros (Gen. 1: 29-30). ¿Qué causó que Dios, por así decirlo, cambiara de parecer? La segunda: Qué estuvo mal con el primer acto de sacrificio – la ofrenda de Caín de “algunos de los frutos de la tierra” (Gen. 4: 3-5). El rechazo de Dios de esa ofrenda llevó directamente al primer asesinato, cuando Caín mató a Abel. ¿Qué estaba en juego en la diferencia entre Caín y Abel en cuanto a cómo traer un regalo a Dios?
La teoría de Albo es esta. Matar animales por comida es inherentemente malo. Involucra tomar la vida y el sentimiento de un ser para satisfacer nuestras necesidades. Caín sabía esto. Caín creía que había un parentesco fuerte entre el hombre y los animales. Por eso es que él ofreció no un sacrificio animal, sino un sacrificio vegetal (este error, de acuerdo a Albo, es que él – Caín – debió de haber traído fruta y no vegetales – el producto más alto y no el más bajo, de los productos no cárnicos). Abel, en contraste, creía que había una diferencia cualitativa entre el hombre y los animales. ¿No le había dicho Dios a los primeros humanos: “Reina sobre los peces del mar y los pájaros del cielo y sobre cada criatura viva que se mueva en la tierra”? Por esto es que él trajo un sacrificio animal. Una vez que Caín vio que el sacrificio de Abel había sido aceptado mientras que el suyo no lo fue, así razonó. Si Dios (que nos prohibió matar animales como comida) permite e incluso acepta favores matando animales como sacrificio, y si (creía Caín) no hay una diferencia última entre los seres humanos y los animales, entonces yo debo ofrecer al ser vivo más alto como sacrificio a Dios, a saber, mi hermano Abel. Caín mató a Abel como sacrificio humano.
Por eso es que Dios permitió comer carne después del diluvio. Antes del diluvio, el mundo se “había llenado con violencia”. Quizá la violencia es una parte inherente de la naturaleza humana. Si iba a haber una humanidad después de todo, Dios tuvo que bajar las demandas al ser humano. Dejen que maten animales, dijo Dios, en lugar de que maten seres humanos – la única forma de vida que no es sólo creación de Dios sino también la imagen de Dios. De ahí la secuencia casi ininteligible de versos después de que Noé y su familia emergieran en tierra firme:
Entonces Noé construyó un altar al Señor y, tomando algunos de todos los animales limpios y pájaros limpios, sacrificó ofrendas quemándolas sobre el altar. El Señor olió el aroma placentero y dijo en su corazón, “Nunca más maldeciré la tierra a causa del hombre, incluso si toda la inclinación de su corazón es malo desde su juventud……”
Entonces Dios bendijo a Noé y a sus hijos diciéndoles…..
“Todo lo que vive y se mueve será comida para ustedes. Así como Yo les di las plantas verdes, ahora les doy todo…
Quien sea que derrame la sangre de un hombre, por un hombre su sangre será derramada; porque a la imagen de Dios, Dios ha creado al hombre”. (Gen. 8: 29 – 9: 6)
De acuerdo a Albo la lógica del pasaje es clara. Noé ofrece animales en sacrificio en acción de gratitud por haber sobrevivido al diluvio. Dios ve que los seres humanos necesitan esta forma de expresarse a sí mismos. Los seres humanos están predispuestos a la violencia (“si toda la inclinación de su corazón es malo desde su juventud”). Si, entonces, la sociedad ha de sobrevivir, los seres humanos necesitan ser capaces de dirigir su violencia hacia los animales no humanos, ya sea como comida o como ofrenda en sacrificio. La línea ética crucial a ser dibujada es entre lo humano y lo no humano. El permiso de matar animales está acompañado de una prohibición absoluta de matar seres humanos (“porque a la imagen de Dios, Dios a creado al hombre”).
No es que Dios apruebe la matanza de animales ya sea para sacrificio o como alimento, pero de eso a prohibir esto a los seres humanos, dada su predisposición genética a la violencia, es utópico. No es por el ahora, sino hasta el final de los tiempos. En mientras tanto, la solución menos mala es dejar que las personas maten animales en lugar de matar a sus compañeros humanos. Los sacrificios animales son una concesión a la naturaleza humana (2). Los sacrificios son un sustituto de violencia dirigida contra la humanidad.
El pensador contemporáneo que ha hecho más para revivir este entendimiento (sin embargo, sin referencia a Albo o a la tradición judía) es René Girard, en libros como Violencia y lo Sagrado, El Chivo Expiatorio, y Cosas escondidas desde la Fundación del Mundo. El común denominador en los sacrificios, él argumenta, es:
…la violencia interna – todas las disensiones, rivalidades, celos y disputas dentro de la comunidad que los sacrificios están diseñados para suprimir. El propósito del sacrificio es restaurar la armonía de la comunidad, fortalecer la fábrica social. Todo lo demás deriva de eso (3).
La peor forma de violencia dentro y entre las sociedades es la venganza, “un interminable, infinitamente repetido proceso”. Hilel (a quien Girard tampoco cita) dijo, viendo un cráneo humano florar sobre el agua, “Porque tu ahogaste a otros, ellos te ahogarán a ti, y aquellos que te ahogaron a ti, serán ahogados al final” (Avot 2:7).
Los sacrificios son una forma de desviar la energía destructiva de la venganza. ¿Por qué entonces las sociedades modernas no practican el sacrificio? Porque, argumenta Girard, hay otras formas de desplazar la violencia:
La violencia es un círculo vicioso cuyo efecto en sociedades primitivas puede ser solamente conjeturado. Para nosotros el círculo se ha roto. Debemos nuestra buena fortuna a una de nuestras instituciones sociales por todas: nuestro sistema judicial, que sirve para desviar la amenaza de la venganza. El sistema no suprime la venganza; más bien, se limita efectivamente a un solo acto de represalia, decretado por una autoridad soberana especializada en esta función particular. Las decisiones del poder judicial se presentan invariablemente como la palabra final sobre la venganza (4).
La teoría de Girad no solo reafirma el punto de vista de Albo. También nos ayuda a entender la visión profunda de los profetas del judaísmo como un todo. Los sacrificios no son fines en sí mismos, sino parte del programa de la Torah de construir un mundo redimido de lo que de otra forma sería un círculo interminable de violencia. La otra parte de ese programa, y el más grande deseo de Dios, es un mundo gobernado por la justicia. Eso, recordemos, fue el primer cargo que otorgó a Abraham, “instruir a sus hijos y a su familia después de él a mantener las formas del Señor haciendo lo que es bueno y justo” (Gen. 18:19).
¿Hemos avanzado más allá de esa etapa de la historia humana en la que los sacrificios de animales tienen un sentido? ¿Se ha convertido la justicia en una realidad suficientemente poderosa que no necesitamos más de los rituales religiosos para desviar la violencia entre seres humanos? Que sería así. En el libro El Honor del Guerrero (1997) Michael Ignatieff intenta entender la ola de conflictos étnicos y la violencia (Bosnia, Kosovo, Chechenia, Ruanda) que ha marcado la cara de la humanidad desde el final de la Guerra Fría. ¿Qué pasó al sueño liberal “del final de la historia”? Sus palabras van al mismo corazón del nuevo orden mundial:
El principal obstáculo moral en el camino de la reconciliación es el deseo de venganza. Ahora, la venganza es comúnmente vista como una emoción baja e indigna, y por ser considerada como baja e indigna, su profundo dominio moral es raramente comprendido. Pero la venganza – moralmente considerada – es un deseo de mantener la fe con los muertos, el honor de su memoria tomando su causa donde la dejaron. La venganza mantiene la fe entre las generaciones…
Este ciclo intergeneracional de recriminación no tiene un final lógico…Pero es en la misma imposibilidad intergeneracional que la venganza cierra comunidades a la compulsión a repetir…
La reconciliación no tiene una oportunidad contra la venganza a menos que respete las emociones que sostienen la venganza, a menos que pueda reemplazar el respeto que implica la venganza con rituales en los que las comunidades que una vez estuvieron en guerra aprendan a llorar juntos a sus muertos (5).
Lejos de hablar de una era ya pasada y olvidada, las leyes del sacrificio nos dicen tres cosas que eran importantes entonces y que son importantes ahora: primera, la violencia es parte de la naturaleza humana, nunca más peligrosa que cuando se combina con una ética de venganza; segunda, más que negar su existencia, debemos encontrar maneras de redirigirla para que no reclame más sacrificios humanos; tercera que la única alternativa definitiva a los sacrificios, animal o humano, es la primera propuesta hecha milenios atrás por los profetas del antiguo Israel. Nadie lo pone mejor que Amos:
Aunque me traigas sacrificios y ofrendas de grano,
No los aceptaré. . .
Pero dejemos que la justicia ruede como un río,
Y la rectitud como una corriente que nunca falla. (Amos 5: 23-24)
(1) Rabbi Joseph Albo, Sefer HaIkkarim III:15.
(2) Sobre por qué Dios nunca elige cambiar la naturaleza del ser humano, ver Maimónides, Guía de los Perplejos, Libro III, capítulo 32.
(3) René Girard, Violencia y lo Sagrado – Violence and the Sacred, 8.
(4) Ibid., 15.
(5) Michael Ignatieff, El Honor del Guerrero: Ética de Guerra y la Consciencia Moderna – The Warrior’s Honour: Ethnic War and the Modern Conscience, 188-190.