Por Jonathan Spyer
La muerte de Raisi no pondrá fin al ascenso de los mediocres en el sistema iraní. Su sucesor temporal, el ex oficial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) Mohammed Mokhber, es un producto del mismo proceso.
En 1942, el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht escribió un breve poema titulado «Ante la noticia de la enfermedad de un poderoso estadista». El poema reza: «Si el hombre imprescindible frunce el ceño, tiemblan dos imperios planetarios.
Si el hombre imprescindible muere, el mundo mira a su alrededor como una madre sin leche para su hijo. Y si el hombre imprescindible volviera una semana después de su muerte, no se le encontraría en el país ni un puesto de portero».
Recordé de este poema al enterarme de la muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi. El extinto presidente fue el afortunado beneficiario de un proceso, en desarrollo durante la última década, en el que el Líder Supremo, Ali Khamenei, aseguró el avance de ideólogos de línea dura como Raisi, a expensas de tecnócratas más capaces pero menos entusiastas.
La intención de este esfuerzo, como se describe en el documento «Segunda Fase de la Revolución Islámica» publicado en 2019, es garantizar la continuación y el rejuvenecimiento de la perspectiva ideológica y religiosa subyacente a la Revolución Islámica de 1979. Como me dijo Saeid Golkar, un académico iraní radicado en Estados Unidos, Khameneí «quiere que su régimen ideológico le sobreviva».
Sin embargo, el resultado ha sido el ascenso de individuos con habilidades mediocres cuya única calificación para ocupar sus altos cargos es su inquebrantable compromiso ideológico con el régimen. Raisi ejemplificaba este proceso y fue quizás su principal beneficiario.
El rol del presidente iraní Ebrahim Raisi
La principal reivindicación del extinto presidente para ocupar un cargo de alto nivel se basaba en su reputación como celoso fiscal general a fines de los años ochenta. En aquel momento, Raisi se ganó una reputación como miembro entusiasta de un equipo de cuatro hombres cuya tarea era firmar sentencias de muerte para opositores del régimen detenidos en las prisiones. El equipo participó en las ejecuciones de más de 8.000 presos políticos.
Esta actividad no requería habilidades especiales y con ella se ganó el apodo del «Carnicero de Teherán». Esto también condujo a su posterior nombramiento como fiscal general y luego a su «elección» como presidente.
El principal resultado del ascenso de individuos de línea dura como Raisi, que carecen de habilidades ejecutivas, ha sido el caos y la disfunción en el sistema iraní.
El cargo de «presidente» en la República Islámica del Irán contiene mucha menos autoridad de la que podría suponerse. Las cuestiones de seguridad nacional y política exterior están en manos del Líder Supremo, Ali Khamenei.
Sin embargo, en la medida en que Raisi podía tomar decisiones y ejercer autoridad, los resultados estuvieron en línea con lo que cabría esperar.
Tras haber hecho campaña con una serie de promesas en el ámbito social y económico (abordar el desempleo, reducir la inflación y fortalecer la moneda); Raisi abandona la escena en un momento en que el desempleo está en el 9%, la inflación en el 38,5% y el rial cotiza frente al dólar el mínimo de todos los tiempos.
La partida de Raisi no pondrá fin al ascenso de los mediocres en el sistema iraní. Su sucesor temporal, el ex oficial del IRGC Mohammed Mokhber, es un producto del mismo proceso.
El Líder Supremo dispone de un conjunto intercambiable de ideológos de línea dura dependientes del régimen para ocupar este puesto a largo plazo: Mohammad Bagher Ghalibaf, Saeed Jalili y algunos otros.
Sin embargo, un aspecto significativo de la desaparición de Raisi es que bien pudo haber sido el candidato preferido de Khamenei para su sucesión en el puesto de Líder Supremo.
Raisi provenía de la misma región que Khamenei, la provincia Razavi Khorasan, tenía opiniones similares y era un Sayed, portador del turbante negro que significa que descendía de Mahoma, el profeta del Islam.
Su desaparición, me dijo Golkar, aumenta las posibilidades de que Mojtaba Khamenei, el hijo del actual Líder Supremo, suceda a su padre, convirtiendo a la República Islámica en un ejemplo más de la mayoría de los sistemas del Oriente Medio: una monarquía republicana.
El ministro de Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian, también se benefició del avance de los intransigentes a través de las instituciones que produjeron a Raisi.
Este último, sin embargo, puede resultar un poco más difícil de sustituir que Raisi. Amir-Abdollahian era un ministro de Exteriores enérgico y activista, profundamente incrustado y conectado con las redes de milicias proxies [apoderadas] que son el principal instrumento de proyección del poder regional de Irán.
Había desarrollado conexiones personales con personalidades claves en ese nexo, incluidos los líderes del Hezbollah libanés y Hamas.
La desaparición de Abdollahian no representa un golpe grave a esa estrategia o esas estructuras; pero su sucesor, Ali Bagheri Kani, no tiene esas conexiones y necesitará desarrollarlas.
Entonces, ¿qué se puede aprender del avance de los ideólogos mediocres hacia los altos puestos del régimen iraní, en un momento en que Irán apenas está saliendo de un período de gran inestabilidad interna?
En primer lugar, es un testimonio del estado muy diferente de las capacidades y fortunas del régimen iraní externa e internamente. Aunque han pasado cuatro años desde el asesinato del comandante de la Fuerza Quds del IRGC, Qasem Soleimani, el proyecto del general de construcción del poder mediante el uso de proxies [apoderados] políticos y militares está floreciendo.
Como resultado, Irán ha consolidado su control sobre el Líbano e Irak, domina gran parte del Yemen y tiene libertad de acción en la mayor parte de Siria.
Ha utilizado el despliegue de milicias para lanzar una guerra limitada contra Israel y sus aliados occidentales que se libra en cinco frentes: Gaza, Líbano, Siria, Irak y Yemen/Golfo de Adén. Los enemigos de Irán aún no han ideado una estrategia para hacer retroceder el avance de los ejércitos islamistas aliados del IRGC en todo el Oriente Medio de habla árabe.
Resulta que, contrariamente a algunas predicciones, el edicto de Brecht sobre el «estadista imprescindible» se aplica incluso a Soleimani. Las estructuras y el enfoque en las que él fue un pionero eran lo suficientemente fuertes y desarrollados en el momento de su muerte como para poder funcionar incluso en su ausencia.
Sin embargo, al mismo tiempo que la República Islámica avanza de manera impresionante a través del quebrantado Oriente Medio; el régimen permanece en un estado de desorden sin precedentes dentro del país.
La mala gestión de la economía por parte de las mediocridades de Khamenei está produciendo un descontento efervescente en una amplia franja de la sociedad.
Esto se refleja en la bajísima participación en las elecciones, las protestas a nivel nacional de 2022-23 y la evidencia de celebraciones por la desaparición de Raisi y del ministro de Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian.
El ascenso de los partidarios de línea dura no ha llevado a un renovado fervor por parte del régimen, sino más bien al afianzamiento de una elite decidida a preservar la República Islámica a toda costa porque debe su poder financiero y político a la continuidad del régimen.
Un analista radicado en Teherán con el que hablé estimó que esta élite probablemente no representa más del 10-15% de la población iraní.
Esto se suma a un régimen que es en el ámbito externo exitosamente agresivo y, sin embargo, profundamente vulnerable en lo interno. Si aquellos elementos que se oponen al avance de la República Islámica quieren desarrollar una estrategia para explotar esa debilidad interna, la dirección, los objetivos y el camino a seguir son muy claros.
La pérdida de Ebrahim Raisi, el estadista eminentemente prescindible, supone muy poca diferencia en este sentido.
Pero la cuestión de si los oponentes del régimen formulan o no esa estrategia sigue siendo la variable más importante a la hora de considerar el futuro del régimen iraní y, dados sus éxitos externos, posiblemente también el de la región en su conjunto.
Fuente: The Jerusalem Post