Parashat Nasó con comentarios del Rabino Jonathan Sacks

Parashat Naso
Nos encontramos en la segunda lectura de este cuarto y anteúltimo libro. La semana pasada nos situábamos “en el desierto” donde emprendíamos un viaje por nuestros desiertos en busca de nuevas construcciones y espacios de introspección personal.  Entender el mundo que nos rodea como un gran desierto y salir a buscar nuestros lugares y convertirlos en propios nos va a ayudar con la lectura de esta semana, donde recibimos las Brikat Cohanim.

“Habla a Aharón y a sus hijos diciendo: Así habreis de bendecir a los hijos de Israel diciéndoles.”  Bamidbar 6:23

Dios habló a Moshé pidiéndole que enseñe a su hermano y sus hijos a bendecir. ¿Cómo se bendice? ¿Cuál es la forma correcta? ¿Hay personas designadas para bendecir a otras?

Los sabios nos piden que lo hagamos preferentemente de pie, concentrados en lo que estamos haciendo y diciendo y en caso de bendecir a nuestros hijos poniendo una mano sobre su cabeza. Todos podemos bendecir, y para esto no se necesita tener la capacidad de hablar, de ver o de escuchar, simplemente necesitamos sentir.  Mientras las bendiciones salgan desde lo más profundo de nosotros, van a llegar a destino.

 “Iebarejeja Adonai Veishmereja”
“Iaer Adonai panav eleja vijuneka”
“Isa Adonai panav eleja veiase leja shalom”

Bamidbar 6:24-25-26

Quiera Dios bendecirte, guardarte y cuidarte, quiera Dios entregarte toda su luz para que así puedas descubrir la luz propia y quiera Dios entregarte toda su paz.

Podamos encontrar nuestros propios santuarios donde sepamos detenernos un momento, poner un freno a la rutina, a lo cotidiano para transformar un momento aunque sea a la semana en distinto y especial. Podamos mirar a los ojos, concentrarnos, entendernos, y de esa forma bendecir, guardar y cuidar, compartir luz a través de la mirada y encontrar y transmitir nuestra paz interior.

Brian Bruh


Dos versiones de la Vida Moral por el Rabino Jonathan Sacks Z´L´

La parsha Naso contiene las leyes relacionadas al nazareo – un individuo que toma, usualmente por un periodo limitado de tiempo, a observar reglas especiales de santidad y abstinencia: no beber vino u otros intoxicantes (incluyendo cualquier hecha de uvas), no cortarse el cabello y no contaminarse por contacto con los muertos.

La Torah no hace una evaluación directa del nazareo. De un lado lo llama “sagrado a Dios” (Num. 6:8). Por otro, reglamenta que cuando el periodo llega a su fin el nazareo debe llevar un sacrificio expiatorio (Num 6: 13-14), como si hubiera hecho algo malo.

Esto lleva a un desacuerdo fundamental entre los rabinos en los tiempos de la Mishna, el Talmud y en la Edad Media. De acuerdo a Rabbi Elazar, y después a Nahmanides, el nazareo es digno de alabanza. Él ha elegido voluntariamente un nivel superior de santidad. El profeta Amos (2:11) dice “He levantado a algunos de tus hijos para profetas, y a tus hombres jóvenes como nazareos”, sugiriendo que el nazareo, como el profeta, es una persona especialmente cercana a Dios. La razón que tenía de llevar un sacrificio expiatorio era que él ahora estaba regresando a la vida ordinaria. El pecado estaba en dejar de ser un nazareo.

Rabbi Eliezer ha-Kappar y Shmuel tomaron la opinión contrario. El pecado estaba en convertirse en nazareo en primer lugar, negándose algunos de los placeres del Mundo que Dios creó y declaró bueno. Rabbi Eliezer agregaba: “De esto podemos inferir que si uno que se niega a sí mismo el gozo de vinos es llamado pecador, aún más si uno se niega a sí mismo los placeres de la vida”. (1)

Claramente el argumento no es meramente textual. Es substantivo. Es sobre ascetismo, la vida de la auto-negación. Casi cada religión conoce el fenómeno y personas que, en búsqueda de una purificación espiritual, se retiraron de los placeres y tentaciones del mundo. Vivían en cuevas, retiros, ermitas, monasterios. La secta Qumran conocida por los Rollos del Mar Muerto pudo haber sido un movimiento así.

En la Edad Media había judíos que adoptaron una forma similar de auto-negación – entre ellos el Hassidei Ashkenaz, los Pietistas del Norte de Europa, así como muchos judíos en tierras islámicas. En retrospectiva es difícil no ver estos patrones de comportamiento o al menos alguna influencia del ambiente no judío. El Hassidei Ashkenaz que floreció durante el tiempo de las Cruzadas vivía entre cristianos que se auto-mortificaban. Sus contrapartes del Sur pudieron haber estado familiarizadas con el sufismo, el movimiento místico del islam.

La ambivalencia de los judíos hacia la vida de la auto-negación puede estar entonces en la sospecha que entró desde afuera. Había movimientos ascéticos en los primeros siglos de la Era Común, tanto en el Oeste (Grecia) y en el Este (Irán) que veían al mundo físico como un lugar de corrupción y lucha. Ellos eran, de hecho, dualistas, sosteniendo que el verdadero Dios no era el creador del universo. El mundo físico era el trabajo de una deidad mucho menor. Los dos movimientos mejor conocidos en tomar esta visión fueron los gnósticos en el Oeste y el maniqueísmo en el Este. Entonces al menos algunas de las evaluaciones negativas del nazareo pudieron haber sido motivadas por un deseo de desalentar a los judíos de imitar prácticas no judías.

Lo que es aún más misterioso es la posición de Maimónides, que toma ambos puntos de vista, positivo y negativo, en el mismo libro, su código de leyes Mishneh Torah. En Las Leyes del Carácter Ético, adopta la posición negativa de R. Eliezer ha-Kappar: “Una persona puede decir: ‘Deseo, honor y el gusto son malos caminos para seguir y remueven a una persona del mundo, de ahí que me separaré completamente de ellos y me iré al otro extremo’. Como resultado, él no come carne o bebe vino o toma una esposa o vive en una casa decente o usa ropas decentes….Esto también es malo, y está prohibido elegir este camino.” (2)

Sin embargo en Las Leyes del Nazareo el regula de acuerdo con la evaluación positiva de Rabbi Elazar: “Quien sea que haga votos a Dios (de convertirse en nazareo) por un camino de santidad, hace bien y es digno de alabanza….Sin duda la Escritura lo considera el igual de un profeta.” (3) ¿Cómo hace cualquier escritor para poder adoptar posiciones contradictorias en un solo libro, y mucho menos uno resolutivamente lógico como Maimónides?

La respuesta está en uno de las más originales ideas de Maimónides. Él toma la idea que hay dos formas bastante diferentes de vivir la vida moral. El las llama respectivamente la forma del santo (hassid) y el sabio (hakham).

Los sabios siguieron el “justo medio”, “la mitad del camino”. La vida moral es un asunto de moderación y balance, mapear un curso entre demasiado mucho y demasiado poco. El coraje, por ejemplo, está a medio camino entre la cobardía y la imprudencia. La generosidad está entre el despilfarro y la avaricia. Esto es muy similar a la visión de la vida moral sentada por Aristóteles en Ética a Nicómaco.

El santo, por contraste, no sigue el medo camino. Él o ella tiende a extremos, ayunando en lugar de simplemente comer con moderación, abrazando la pobreza más que adquirir una modesta riqueza, y así.

En varios puntos de sus escritos, Maimónides explica por qué la gente puede abrazar extremos. Una razón es el arrepentimiento y la transformación del carácter (4). Entonces una persona puede curarse a sí misma del orgullo practicando, por un tiempo, la auto-degradación. Otra es la asimetría de la personalidad humana. Los extremos no ejercen una tracción igual. La cobardía es más común que la imprudencia, y la avaricia es más común que la sobre-generosidad, que es por lo que el hassid se inclina a la dirección opuesta. Una tercera razón es el señuelo de la cultura circundante. Esta puede ser opuesta a valores religiosos que hacen que las personas piadosas elijan alejarse de una sociedad más amplia, “vistiéndose a ellos mismos con lanas y vestidos peludos, viviendo en las montañas y vagando en áreas silvestres”, diferenciándose a ellos mismos por su comportamiento extremo.

Esta es una presentación muy matizada. Hay momentos, para Maimónides, cuando la auto-negación es terapéutica, otras cuando se cuenta en la misma ley de la Torah, y aún otras cuando es una respuesta a una era excesivamente hedonista. En general, la normativa de Maimónides es que estamos comandados a seguir el medio camino, mientras el camino del santo es lifnim mi-shurat ha-din, más allá de lo estrictamente requerido por la ley. (5)

Moshe Halbertal, en su reciente, impresionante estudio de Maimónides (6), lo ve como afinando la tensión fundamental entre el ideal cívico de la tradición política griega y el ideal espiritual de los religiosos radicales quienes, como el Kotzker Rebbe dijo: “El medio camino es para caballos”. Para el hassid, el sabio de Maimónides puede verse como un “burgués satisfecho de sí mismo”.

Esencialmente, estas son dos formas de entender la moral de la vida misma. ¿Es el objetivo de la moral de la vida alcanzar perfección personal? O ¿es crear una sociedad decente, justa y compasiva? La respuesta intuitiva para casi todas las personas sería decir: ambas. Eso es lo que hace a Maimónides un pensador tan agudo. Él se da cuenta que no puedes tener ambas. Son de hecho empresas diferentes.

Un santo puede dar todo su dinero a los pobres. ¿Pero qué hay sobre los miembros de la familia del santo? Un santo puede rehusarse a luchar en batalla. ¿Pero qué hay sobre el propio país del santo? Un santo puede perdonar todos los crímenes cometidos contra él. ¿Pero qué hay sobre el gobierno de la ley y la justicia? Los santos son personas supremamente virtuosas, consideradas como individuos. Aun así no puedes construir una sociedad sólo de santos. Ultimadamente los santos no están realmente interesados en la sociedad. Su preocupación es la salvación del alma.

Esta profunda idea llevó a Maimónides a sus aparentes contradictorias evaluaciones del nazareo. El nazareo ha elegido, al menos un periodo, adoptar una vida extrema de auto-negación. Es un santo, un hassid. Ha adoptado el camino de la perfección personal. Eso es noble, encomiable y ejemplar.

Pero no es el camino del sabio – y tú necesitas sabios si vas a buscar la sociedad perfecta. El sabio no es un extremista, porque él o ella se dan cuenta que hay otras personas en juego. Están los miembros de la familia de uno y los otros dentro de la comunidad de uno. Hay un país que defender y una economía que sostener. El sabio sabe que él o ella no pueden dejar todos estos compromisos atrás para buscar una vida de virtud solitaria. Pues nosotros estamos llamados por Dios a vivir en el mundo, no a escapar de él; en sociedad, no en exclusión; esforzarse para crear un balance entre las presiones en conflicto con nosotros, no enfocarnos en algunos siendo negligentes con otros.

Por lo tanto, mientras de una perspectiva personal el nazareo es un santo, de una perspectiva social él es, al menos figuradamente, un “pecador” que tiene que traer un sacrificio expiatorio.

Maimónides vivía la vida que predicaba. Sabemos de sus escritos que el añoraba reclusión. Hubo años que trabajó día y noche para escribir su Comentario a la Mishnah, y después la Mishneh Torah. Aun así él también reconoció sus responsabilidades a su familia y a su comunidad. En su famosa carta al que sería su traductor Ibn Tibbon, él le da una cuenta de su día típico, de su semana típica, en la que debía llevar la doble carga como médico reconocido y como un sabio y halajista internacionalmente buscado. Él trabajó hasta el agotamiento. Hubo tiempos cuando él estaba casi demasiado ocupado para estudiar de una semana a la siguiente. Maimónides era un sabio que añoraba ser un santo – pero sabía que no podía serlo si quería honrar sus responsabilidades a su pueblo. Eso me parece a mí un juicio profundo, y uno aún relevante a la vida judía de hoy.

 

 

(1) Taanit 11a; Nedarim 10a.

(2) Hilkhot Deot 3:1.

(3) Hilkhot Nezirut 10: 14.

(4) Ver Ocho Capítulos (la introducción a su comentario sobre Mishnah, Avot), ch. 4 y Hilkhot Deot, capítulos 1,2,5 y 6.

(5) Hilkhot Deot 1: 5.

(6) Moshe Halbertal, Maimonides: Life and Thought, Princeton University Press, 2014, 154-163.

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