Parasha Jukat con comentarios del Rabino Jonathan Sacks

jukat

 

Precepto

Libro Bamidbar / Números (19:1 a 22:1)

 

Resumen de la Parashá

El Todopoderoso ordenó el precepto de que los Hijos de Israel debían traer una vaca bermeja (pará adumá) sin defecto alguno que sería presentada a Eleazar (el Cohén) para cierto rito de sacrificio para la purificación de aquél que haya estado en contacto con un cadáver.  Todo el ritual finalizaba el séptimo día en que quedaba purificado.  Este día debía lavarse sus ropas e introducirse en la mikvé. 

El Pueblo de Israel llegó al desierto de Tzin, acampando en Kadesh, y en ese lugar murió Miriam, hermana de Moshé y Aharón, y allí fue sepultada.  A su muerte dejó de manar el agua del pozo que había acompañado milagrosamente, a los Benei Israel, durante su travesía.  Nuevamente comenzaron a protestar contra Moshé por la falta de agua.  El Todopoderoso dijo a Moshé y a Aharón que reunieran a la congregación y hablaran a una determinada roca, que de ella manaría agua para todos, gente y animales. 

Así cumplieron lo dispuesto por el Eterno, pero ante la impaciencia del Pueblo, Moshé golpeó con su vara, dos veces a la roca y así fluyó agua.  Pero eso disgustó al Todopoderoso ya que Él había ordenado hablarle y no golpearla, lo que significó no haber creído en Su palabra y así decretó que ese pueblo no entraría a la Tierra Prometida como tampoco Moshé y Aharón, ya que habían deshonrado al Eterno frente al Pueblo.

Comenzaron las etapas finales de la travesía del Pueblo hacia Eretz Israel.  Era necesario atravesar la tierra de Edom al sur del Mar Muerto, por lo que Moshé envió mensajeros desde Kadesh hasta el rey de Edom, solicitando permiso para transitar únicamente por el camino real.  Pero la respuesta fue negativa y amenazando enfrentar con su ejército al Pueblo de Israel.

Así los Benei Israel se vieron obligados a cambiar su rumbo, llegando al monte Hor, lugar donde el Eterno designó a Eleazar como Cohén Gadol, sustituyendo a Aharón quien murió en ese lugar y sepultado allí.  Durante treinta días el Pueblo hizo duelo por él.

Cuando los israelitas continuaron desplazándose por el camino de Atarim, enfrentaron un ataque del rey cananita de Arad, al que vencieron, exterminándolos.  Nuevamente se quejaron por la falta de agua y alimentos, pero Hashem envió como castigo una plaga de serpientes.  El pueblo reconoció su error y el Eterno indicó a Moshé hacer una serpiente de bronce sobre una vara, para que aquel que hubiera sido mordido, al mirarla se curaría y así viviría. 

Continuaron marchando por el sur, el este y hacia el norte, y acamparon en junto al río Arnón, frontera entre Moab al sur y Ermón al norte.  Sijón, el rey de Emor, no les permitió pasar por su tierra y los atacó con su ejército, pero éste fue derrotado por los israelitas.

Posteriormente, debieron enfrentarse al ejército de Og, rey de Basan, a quien también derrotaron y tomaron sus tierras.

Las tierras al este del río Jordán quedaron conquistadas por el Pueblo de Israel y allí acamparon, cerca de Jericó.    


El error de Descartes

Rabino Sacks

En su reciente bestseller, The Social Animal, el columnista del New York Times David Brooks escribe:

            Estamos viviendo en medio de la revolución de la conciencia. A lo largo de los últimos años los genetistas, neurocientíficos, psicólogos, sociólogos, economistas, antropólogos y otros, han hecho grandes avances en la comprobación de los fundamentos del florecimiento  humano. Y un elemento central de sus trabajos es la evidencia de que no somos producto del pensamiento consciente. Somos primariamente resultantes del pensamiento que trascurre debajo del nivel de nuestra percepción.

            Demasiadas cosas ocurren en nuestra mente para que seamos capaces de percibirlas. Timothy Wilson de la Universidad de Virginia estima que la mente humana puede absorber once millones de elementos de información en cualquier momento dado. Podemos tener conciencia de sólo una pequeña fracción de todo esto. La mayor parte de lo que ocurre en nuestra mente queda debajo del umbral de la percepción.

Una de las conclusiones de la nueva neurociencia es que estamos percibiendo la enorme significación de la emoción en la toma de decisiones. El Iluminismo francés enfatizó el rol de la razón, y veía a la emoción como una distracción y una distorsión. Ahora sabemos científicamente cuán equivocado es esto.

Antonio Damasio, en su Descartes’ Error, cuenta la historia de un hombre que, a raíz de un tumor, sufrió el deterioro de los lóbulos frontales del cerebro. Tenía un alto nivel de inteligencia, muy buena información y una excelente memoria. Pero después de la cirugía para remover el tumor, su vida entró en caída libre. No podía organizar sus tiempos. Hizo malas inversiones que le llevaron todos sus ahorros. Se divorció de su esposa, se volvió a casar divorciándose nuevamente casi de inmediato. Podía aún razonar perfectamente, pero había perdido la capacidad de emocionarse. Como resultado, fue incapaz de elecciones razonables.

Otro caso, un hombre con una patología similar, al que le resultó imposible la toma de decisiones. Al final de la sesión, Damasio le sugirió dos fechas posibles para el próximo encuentro. El hombre sacó una libreta y calculó los pro y los contra de cada una. Comentó sobre las posibles condiciones climáticas, potenciales conflictos con otros compromisos y así, durante media hora, hasta que Dalmasio lo interrumpió y tomó él la decisión. El hombre dijo inmediatamente, “Perfecto”, y se fue.:

Nuestras elecciones están definidas más por la emoción que por la razón, y se requiere tener inteligencia emocional para elegir correctamente. El problema es que gran parte de nuestra vida emocional yace bajo la mente consciente.

Esa es la lógica de los jukim, los estatutos del judaísmo, las leyes que parecen no tener sentido en términos de racionalidad. Las leyes como la prohibición de sembrar mezclas de granos juntos (kelayim); o vestir telas hechas con mezcla de lana y lino (shaatnez); o comer carne con leche. La ley de la vaca roja con la que comienza nuestra parashá describe a la jok por excelencia:

“Este es el estatuto de la Torá”  (Num. 19:2).

Se han hecho muchas interpretaciones de los jukim a través de los tiempos. Pero a raíz de los nuevos descubrimientos de la neurociencia, podemos sugerir que son leyes destinadas a evitar la corteza prefrontal, la mente racional, y crear formas instintivas de conducta para contrarrestar algunas de las pulsiones emocionales oscuras que entran en juego en la mente humana.

Sabemos por ejemplo – según el relato de Jared Diamond en su libro Collapse – que en cualquier lugar que se haya establecido el ser humano a través de la historia ha, dejado tras de sí un desastre del medio ambiente, eliminando especies enteras de aves y animales, destruyendo bosques, dañando los suelos por producción excesiva, etc.

Las prohibiciones de sembrar mezclas de semillas, mezclar carne con leche o lana con lino, crean un respeto intelectual por la integridad de la naturaleza. Señalan fronteras. Fijan límites. Establecen el concepto de que no podemos hacer con animales, plantas o el medio ambiente, lo que querramos. Algunas cosas están prohibidas – como el fruto del árbol del centro del Jardín del Edén. Toda la historia del Paraíso, fijada en los albores de la historia del hombre, es una parábola cuyo mensaje podemos comprender hoy más que cualquier generación anterior. Sin el concepto de límite, destruiremos la ecología y descubriremos que hemos perdido el paraíso.

En cuanto al ritual de la vaca roja, está dirigida al instinto pre-racional más destructivo de todos: lo que Freud llamó Thanatos, el instinto de muerte. Lo describió como algo “más primitivo, más elemental, más instintivo que el principio del placer, al que supera”. (2) En su ensayo El Malestar en la Cultura, escribió que “una parte del instinto de muerte es conducido al mundo exterior y aparece como instinto de agresividad”, que consideró como “el principal impedimento de la civilización.”

El ritual de la vaca roja es una fuerte afirmación de que lo sagrado puede hallarse en la vida, no en la muerte. Cualquiera que hubiera estado en contacto con un cadáver debía purificarse antes de entrar al santuario o al Templo. Los sacerdotes debían obedecer reglas estrictas y el Sumo Sacerdote más aún.

Esto hizo que el judaísmo bíblico fuera altamente singular. No contiene ningún culto a antepasados muertos, ni busca contactarse con sus espíritus. Probablemente estaba destinado a evitar que la tumba de Moshé se convirtiera en lugar sagrado, como dice la Torá: “hasta este día nadie sabe dónde está su tumba” (Deut. 34:6).  Dios y lo sagrado se encuentran en la vida. La muerte impurifica.

El tema es – y lo que la neurociencia actual ha demostrado con claridad fehaciente – que esto no se puede lograr sólo con la razón. Freud estaba en lo cierto al sugerir que el instinto de muerte es poderoso, irracional y en gran parte inconsciente, pero en determinadas condiciones puede conducir a la gente a realizar acciones devastadoras.

El término hebreo jok proviene del verbo que significa “grabar”. Así como un estatuto se graba en una piedra, un hábito de conducta se graba en nuestro inconsciente y altera nuestras respuestas instintivas. El resultado es una personalidad entrenada para ver la muerte y la santidad como estados completamente opuestos – así como lo son la carne (muerte) y la leche (vida).

Los jukim son la manera que tiene el judaísmo de entrenar nuestra inteligencia emocional, sobre todo un condicionamiento para asociar la santidad con la vida, y la impurificación con la muerte. Es fascinante ver cómo esto ha sido reivindicado por la neurociencia moderna. La racionalidad, vitalmente importante de por sí, es sólo la mitad de la historia de por qué somos como somos. Debemos modelar y controlar la otra mitad si queremos conquistar exitosamente el instinto de agresión, violencia y muerte que yace apenas bajo nuestra mente consciente.

 

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