Por Ricardo López Göttig
Finalmente, Joe Biden anunció su retiro de la carrera por la reelección, tras casi un mes en el que recibió una fuerte presión para que lo hiciera, ya desde el Partido Demócrata ante la perspectiva de una derrota amplia, ya desde varios medios de comunicación. Jamás pudo remontar su calamitosa presentación en el debate frente a Donald Trump, expresidente y rival republicano. Ahora resta, nada menos, que resolver quién será su reemplazante, y la mejor colocada es la vicepresidente Kamala Harris.
Biden expresó su apoyo a su compañera de fórmula, lo que resolvería no sólo la cuestión del liderazgo político, sino también el destino de los fondos que se han acumulado para la campaña. Presurosos, también varios líderes demócratas han salido a apoyar a Harris como candidata presidencial, a un mes de la convención del Partido Demócrata, a celebrarse en Chicago. Otros, en cambio, hablan de una “primaria” rápida entre los delegados a esa convención para elegir la candidatura, o quizás algún otro mecanismo que no signifique organizar una gran elección a la que concurra la ciudadanía, por una cuestión de tiempo y recursos a menos de un mes de la proclamación.
Personajes influyentes entre los demócratas, como Nancy Pelosi, elucubran este tipo de competencias que por ahora no resultan claras en el alcance. También circulan varios nombres de gobernadores, como Gavin Newsom de California en primer lugar, poco conocidos por el electorado nacional ni han tenido tiempo para posicionarse. Kamala Harris, en cambio, ya salió a hacer campaña desde hace semanas, ante esta posibilidad que finalmente se está haciendo realidad.
Lo cierto es que Harris tiene ante sí un panorama sumamente complicado, ante la (casi) inevitabilidad del triunfo de Donald Trump. Porque el rival republicano no sólo aparece ahora con el aura de un sobreviviente a un atentado, sino porque además es quien mejor expresa el enojo y las frustraciones del electorado que hay en los “swing states”, esos estados en los que pueden cambiar sus preferencias de una elección a otra, y en las que pocos votos cambian el color ideológico de sus votos en el Colegio Electoral. Como en los Estados Unidos no gana la presidencia quien más votos populares tiene, sino de quien más electores tiene en las juntas electorales, lo importante es triunfar en esos estados de humor cambiante. Trump no lo tendrá tan fácil como con Biden, a pesar de sus dichos: Kamala Harris tiene un estilo incisivo y directo que aprendió como fiscal en California, antes de llegar al Senado; y tiene el conocimiento directo de la administración y las políticas de gobierno de los cuatro años en la vicepresidencia. En esa posición, expresó en reiteradas oportunidades su apoyo a Ucrania y al Estado de Israel a defenderse de las agresiones externas, su compromiso con la OTAN y a mantener las alianzas estratégicas que Estados Unidos fue tejiendo desde los inicios de la guerra fría. Necesitará diferenciarse de Biden con una campaña muy dinámica y, a la vez, defender los cuatro años de la gestión demócrata para imponerse a Trump, ofreciendo una visión de futuro.
¿Podrá dar ese vuelco en las preferencias? Para cualquier candidato demócrata, el desafío es mayúsculo, pero si lograra batir a Donald Trump en esta elección, su liderazgo dejará una fuerte impronta.