Raquel Markus – Finckler @escritora.creativa.
Difuso dibuja el arcoíris su perfil
sobre la montaña recién bañada
de agua y luz,
de canto y baile,
de muerte y alarido.
Difusa la promesa de no repetir otro diluvio
se queda flotando en el aire,
a la vista de todos.
Noé ya no está.
¿Quién entonces podrá exigir el cumplimiento
de esa alianza tan añeja?
El arcoíris queda fundido en el paisaje,
cual aviso de neón que se apaga
en una carretera vieja que ya pocos circulan
sin un escalofrío en la espalda,
sin una lágrima en la mejilla,
sin un luto en el alma.
Vuelve el diluvio universal a mis ojos
cansados de otear el horizonte, exhaustos de buscar un acto de bondad,
un poco de cordura, un gesto de gentil humanidad hacia los míos,
hacia los muertos, los heridos, hacia los que aún siguen vivos.
Me pregunto si los colores luminosos
del arco iris perfilado
en el cielo vespertino
de este país insomne
también sueñan,
también añoran,
también extrañan…
el tiempo de la utopía,
la paz que nunca anidó,
la sequía de lágrimas
y el silencio de los cañones.
A lo lejos el aullido de mi manada recita oraciones olvidadas.
Mis lobos se lamen entre ellos las heridas recién sembradas,
se sacuden la furia que le clavan las miradas ajenas
y hunden sus pisadas aún más profundo en nuestra tierra.
Como pueblo nos toca seguir soñando con que, algún día,
volverá a adivinarse la promesa de Dios en el cielo.
Llegará dibujada entre las gotas traslucidas
de un renovado arcoíris de luminosos colores.
Por ahora, no vislumbro un arca de madera que nos soporte a todos,
ni a esa paloma mensajera que nos salve del dolor.
Por ahora sigo andando con el diluvio en los ojos.