Colonia Barón Hirsch – Aires de Rivera

Por José Dujovne

Mirando el mismo horizonte que ellos, escribo estas palabras.

¿Qué significaba este paisaje para ellos? ¿Qué sentían en cada amanecer?

Destierro seguro. Contradicción también. Allá, el día se había vuelto oscuridad. Pero acá, lo desconocido también exhalaba sus miedos. En el Imperio Ruso la vida no era vida para quien tiene a la libertad como máximo valor. Enfrentarse a cruzar el mundo, en 1905, dimensiona lo trascendental que era para ellos.

Las restrictivas leyes zaristas, los ecos del pogrom de Kishinev, la guerra ruso-japonesa y la habitual búsqueda de chivos expiatorios, imponían buscar otros aires, y las noticias de las incipientes colonias agrícolas en Argentina, desarrolladas por el Barón Mauricio de Hirsch y su organización, la Jewish Colonization Association, parecían la esperanza que necesitaban.

Arribaron en distintos barcos al puerto de Buenos Aires. En tren llegaron hasta Carhué. La desorganización acentuaba las penurias que parecían no tener fin y que afrontaban sólo con el anhelo de una vida mejor. En caravana partieron. En carros rusos viajaron. Con todas las necesidades y escaseces que nos podemos imaginar.

Nueve días para recorrer 60 km hasta los campos de Leloir, atravesando la pampa seca, ventosa, inclemente, para llegar a un galpón de chapas. Porque nada más había. Sólo ese galpón usado para la esquila de ovejas. Pero el afán de libertad les posibilitaba sobreponerse a todo. Y es así que en él convivieron las 25 familias pioneras, hasta que construyeron o su zemlianka o su casita de adobe. La Colonia Barón Hirsch (tal su denominación hasta la llegada del ferrocarril y su renombramiento por Rivera) empezó a tomar forma.

Cada día era un desafío distinto. Alejados de todo, sus espíritus eran su salvación. A pesar de todo, observaban el Shabat, celebraban Rosh Hashana y Iom Kipur. A pesar de todo, representaban obras teatrales, estudiaban y leían. La valoración por la cultura atraviesa la historia de nuestro pueblo. Mientras se araba, Sholem Aleijem acompañaba. Mientras se terminaban de construir las viviendas, se levantaba un centro cultural. Mientras se padecía la sequía -o el granizo-, se imprimían diarios en Idish, se consolidaba la Biblioteca, se proyectaba cine. El agotamiento físico era mitigado por el desarrollo intelectual.

El ADN del pueblo judío latió y late en Rivera. La resiliencia, la cultura, el cooperativismo, la valoración de la vida y la libertad, el milagro…

Y es así como hoy es el Centro Cultural Israelita el estandarte del pueblo, y la gran Sinagoga aún alberga los oficios religiosos, las clases de la escuela hebrea, y pronto un Museo. En definitiva, la historia continúa.

Aún se respira ese aire por el que vinieron nuestros pioneros.

Qué aire.

Qué aire hay en este lugar.

 

José Dujovne

Bisnieto de inmigrantes.