De posar en revistas de moda a pelear en la segunda guerra mundial, la historia de Lee Miller

Una pionera del fotoperiodismo, documentó la devastación del Holocausto, brindando al mundo algunas de las primeras imágenes de esos atroces hechos

Por Juan Manuel Godoy

A pesar de una infancia traumática, Miller forjó su destino en Nueva York y se convirtió en una influyente figura del fotoperiodismo.

La foto es tan inolvidable como improbable. Una mujer rubia, sentada en una bañera, se lava el sudor y la suciedad de semanas de batalla. Podría parecer una imagen más de alguien intentando recuperar su humanidad en medio del caos, si no fuera por un detalle escalofriante: la bañera pertenecía a Adolf Hitler. Esa mujer, con botas embarradas apoyadas junto a la alfombra de su enemigo, era Lee Miller, una de las más extraordinarias fotógrafas de guerra de la historia. Atrás había quedado su pasado como musa y modelo de las revistas más prestigiosas del mundo.

Miller, quien durante los años 20 había sido el rostro predilecto de Vogue y otros medios de alta costura, se convertiría años más tarde en una de las pocas mujeres acreditadas como corresponsal de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. De la mano de su cámara, capturó algunas de las imágenes más impactantes del holocausto, revelando el horror de los campos de concentración y el rostro devastado de Europa. La vida de Lee es la historia de una mujer que rompió moldes, que pasó de ser una cara bonita en las portadas de revistas a una testigo directa del mayor conflicto bélico del siglo XX.

La carrera de Lee Miller como fotoperiodista floreció en Londres durante los bombardeos de la Blitz

¿Cómo llegó Miller a esa bañera, en el corazón de la guarida nazi? Su viaje es tan fascinante como trágico, marcado por una infancia traumática, una carrera meteórica en el mundo de la moda, y un giro inesperado hacia el fotoperiodismo que la llevó a documentar los momentos más oscuros de la humanidad.

Un comienzo marcado por el trauma

Nacida en 1907 en Poughkeepsie, Nueva York, Lee Miller no tuvo una infancia fácil. A los siete años, fue violada por un amigo de la familia, un hecho devastador que le dejó cicatrices físicas y emocionales para toda la vida. Además, contrajo gonorrea como resultado de la agresión, y sufrió un tratamiento doloroso para una enfermedad que, en aquella época, era casi incurable. A lo largo de su niñez y adolescencia, su relación con su padre, Theodore Miller, también fue complicada. Theodore, un fotógrafo aficionado, la fotografiaba desnuda con la esperanza de que eso le ayudara a “recuperar su confianza”.

A pesar de este turbulento comienzo, Miller mostró un espíritu indomable desde joven. A los 18 años, decidió mudarse a Nueva York para forjar su propio destino. Su belleza, descrita como “impactante”, y su ambición pronto la llevarían a las puertas del éxito. Sin embargo, su gran oportunidad no fue fruto del azar, sino de lo que muchos creen que fue un acto de puro cálculo.

El glamur y el mundo de la moda

La leyenda cuenta que Condé Nast, el fundador de Vogue, la “rescató” de ser atropellada por un coche en las calles de Nueva York. Aunque hay quienes sugieren que Miller se colocó estratégicamente en el camino del vehículo para captar la atención de Nast, lo cierto es que ese encuentro cambió su vida para siempre. Poco después, Lee Miller se convirtió en una de las modelos más codiciadas de la década de 1920, trabajando con fotógrafos como Edward Steichen y George Hoyningen-Huene.

Su carrera en las revistas de moda iba en ascenso, pero un golpe inesperado casi la destruyó. En 1929, su rostro apareció en un anuncio de Kotex, siendo la primera vez que una mujer reconocida posaba para una publicidad de productos menstruales. La sociedad de la época lo consideró escandaloso, y su prometedora carrera como modelo convencional se vio abruptamente truncada. Decidida a reinventarse, Miller hizo lo impensable: se mudó a París para convertirse en fotógrafa.

De musa a fotógrafa

En París, Miller conoció al célebre fotógrafo Man Ray, quien se convertiría no solo en su mentor, sino también en su amante. Durante los años que trabajaron juntos, Miller fue mucho más que una musa. Aprendió de Man Ray las técnicas más avanzadas de la fotografía de vanguardia, incluyendo la solarización, un efecto visual que añade un halo surrealista a las imágenes, y que muchos atribuyeron erróneamente solo a Ray. La colaboración con otros artistas, como Pablo Picasso y Jean Cocteau, consolidó su lugar en el círculo artístico de la época.

A comienzos de la década de 1930, Miller regresó a Nueva York, donde abrió su propio estudio fotográfico. Sin embargo, su vida tomaría otro giro radical cuando conoció al coleccionista de arte británico Roland Penrose, con quien se mudaría a Londres justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Fue en Londres donde Miller encontró su verdadera vocación: el fotoperiodismo. La ciudad sufría los bombardeos de los nazis, y Miller capturó la devastación de la Blitz con una sensibilidad que pocas veces se había visto en una revista de moda. Fue entonces cuando la editora de VogueAudrey Withers, le encargó cubrir no solo la moda, sino también los aspectos más duros de la guerra. Así, Miller se convirtió en corresponsal de guerra para las ediciones británica y estadounidense de Vogue.

En su rol de fotógrafa de guerra, Miller desafió los prejuicios de la época, viajando al frente en numerosas ocasiones, desobedeciendo órdenes que prohibían a las mujeres estar en las líneas de combate. Uno de sus amigos y compañeros más cercanos durante la guerra fue David Scherman, fotógrafo de la revista Life, con quien compartió momentos que quedarían inmortalizados en la historia.

El horror de la guerra y la foto de Hitler

Después del Día D, Miller acompañó al ejército estadounidense a través de Europa, documentando batallas y la liberación de campos de concentración como Buchenwald y Dachau. Las imágenes de cuerpos apilados y prisioneros esqueléticos captadas por su lente fueron una de las primeras pruebas visuales del Holocausto para el mundo occidental.

Sin embargo, la imagen más famosa de su carrera sería otra: el 30 de abril de 1945, el día que Hitler se suicidó en su búnker de Berlín, Miller y Scherman entraron al apartamento del Führer en Múnich. Allí, Scherman capturó la ya legendaria fotografía de Miller bañándose en la tina de Hitler, con sus botas sucias de tierra proveniente de los campos de concentración. “Me limpiaba de la suciedad de Dachau”, fue el epígrafe que acompañó la foto en Vogue.

La vida de Lee Miller después de la guerra estuvo marcada por el estrés postraumático y el alcoholismo, pero nunca dejó de ser una mujer polifacética y activa. Tras casarse con Roland Penrose, se retiró a una granja en Sussex, donde se reinventó una vez más, esta vez como chef gourmet. Su legado fue redescubierto por su hijo Antony Penrose, quien dedicó su vida a preservar la obra de su madre.

Hoy, gracias a la película protagonizada por Kate Winslet y a las biografías que relatan su vida, el nombre de Lee Miller vuelve a resonar con fuerza, no solo como un ícono de la moda o una musa surrealista, sino como una de las fotógrafas más importantes del siglo XX.

Fuente: INFOBAE