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La Parashá
En esta parasha Hashem le ordena a Noaj quien era un hombre justo a construir un arca ( Teivá), porque va a haber un diluvio en toda la faz de la tierra. Hashem eliminará toda Vida existente, pero el arca flotará en el agua, resguardando a Noaj y su familia junto a dos miembros ( nacho y hembra) de cada especie animal. La lluvia cae por 40 días y noches y las aguas fluyen por 150 días más antes de comenzar a retroceder. El arca se reposa sobre el Monte Ararat, cuando la tierra se secó completamente, exactamente un año solar ( 365 días). Luego del comienzo del diluvio, Hashem manda a Noaj a salir de la Teivá a repoblar la tierra. Para poder sobrevivir al diluvio, Hashem le mando a Noaj a entrar a la Teivá. El Baal Shem Tov explica que la palabra Teivá “arca” también quiere decir “ Palabra”. La orden de “entrar a la Teivá” implica entonces tanto “ entrar al arca” como “ entrar a la palabra” refiriéndose a las palabras de Torá y Tefilá.
Cada palabra de Torá tiene su aspecto externo como también su aspecto interno. La traducción literal de la palabra vendría a ser como el “ Cuerpo” de la palabra, mientras que el contenido viene a ser como el “Alma” de la palabra. Para poder reforzar la flotabilidad del alma, neutralizar el lastre del cuerpo, hace falta conectarse con la dimensión espiritual de la existencia “ Entrar a la Palabra” y conectarse con su aspecto interior, más allá de su apariencia externa superficial. Una vez que uno se conecta con la dimensión interior, adquiere el poder de manejar las cosas con otra solvencia, en lugar de amenazas ve desafíos y oportunidades de crecimiento.
Este es un hecho, uno de los objetivos de las plegarias matutinas, recargar la fuerza espiritual cada mañana antes de enfrentar las “ aguas turbulentas “ de la vida cotidiana.
Al terminar el diluvio Hashem le manda salir a Noaj de la Teivá. La pregunta es:
¿Por qué tuvo que mandarlo a salir?
No sería natural que al terminar el diluvio y la tierra estuviera seca Noaj saliera solo sin la necesidad de la orden de D”s? Siguiendo con la interpretación de la palabra Teivá como “Palabra” se puede entender cuando uno entra al mundo espiritual de las palabras de Torá y de la Plegaria, puede llegar a un punto de elevación espiritual tal que pierde sus ganas de bajar a “ ensuciarse “ en el mundo material. Ahí debe recordarse de la segunda orden divina que la finalidad de la existencia no es escudarse en la Torre de Marfil del estudio de la Torá, sino salir a conquistar el mundo e imbuirlo, activar su potencial y sensibilidad divina.
Shabat Shalom Umeboraj
Marcelo Mann
Estudiando la Parashá con el Rabino Jonathan Sacks Z´L´
El coraje de vivir en la incertidumbre
A cada uno de nosotros se nos presenta en alguna instancia un hito en nuestro viaje espiritual que cambia el curso de nuestra vida y nos impulsa por un camino nuevo. A mí ese momento me llegó cuando era estudiante rabínico en el Jews College y tuve el privilegio de estudiar con uno de los sabios rabínicos más grande de nuestro tiempo, el Rabino Dr. Najum Rabinovitch zt”l.
Era un gigante: fue uno de los estudiosos modernos más profundos de Maimónides, que se sentía cómodo con prácticamente cualquier disciplina secular además de la totalidad de la literatura rabínica, y fue uno de los más audaces e independientes poskim, como lo demuestran sus volúmenes de Responsas publicados. Asimismo, demostró lo que significa tener valentía espiritual e intelectual, algo que, en nuestro tiempo, lamentablemente, falta.
La ocasión en sí no tenía nada de particular. Nos estaba compartiendo uno de sus habituales comentarios sobre la Torá y la parashá era la de Noaj. Pero el midrash que nos citó era sin duda extraordinario, y bastante difícil de ubicar. Apareció en el libro conocido como el Tanhumá de Buber, publicado en 1885 por Shlomo Buber, el abuelo de Martín Buber, y extraído de manuscritos antiguos. Es un texto que algunos ubican en el siglo quinto y se superpone a un midrash más antiguo aún, del cual no tenemos el texto completo, conocido como el midrash Yelamdenu.
El texto se divide en dos partes, y es un comentario sobre las palabras de Dios a Noaj: “Luego Dios le dijo a Noaj ‘sal del arca’” (Gen. 8; 16). Sobre esto dice el midrash:
“Noaj se dijo a sí mismo, ¿cómo, si sólo entré en el arca con su permiso (de Dios), podré salir sin Su permiso? El Santo, Bendito Sea le dijo:” ¿Estás esperando mi permiso? En ese caso, te lo daré”, como está dicho, “Entonces Dios le dijo a Noaj, sal del arca”
El midrash luego agrega: “Dijo Rabí Yehuda bar Ilai: si yo hubiera estado allí habría destrozado las puertas del arca y habría salido de él”[1]
La conclusión a la que llegó el Rab. Rabinovitch – en realidad la única posible – era que cuando existe la oportunidad de reconstruir un mundo destrozado, no se debe pedir permiso. Dios nos da ese permiso, Él espera que sigamos hacia adelante.
Esto era, por supuesto, parte de una antigua tradición mencionada por Rashi en su comentario (a Gen. 6: 9) que es fundamental para la comprensión de los sabios de por qué Dios creó al pueblo judío a partir de Abraham y no de Noaj. Noaj, dice la Torá, “caminó con Dios” (6: 9). Pero Dios le dijo a Abraham “Camina delante de mí…” (Gen. 17: 1). Así que el tema no era nuevo, pero el drama y la fuerza del midrash resultaban impactantes.
Ahí, comprendí que ésta era una parte importante de lo que es la fe en el judaísmo: tener el coraje de ser pionero, de hacer algo nuevo, de ir por el camino menos transitado, de aventurarse a lo desconocido. Eso fue lo que hicieron Abraham y Sara cuando dejaron su tierra, su hogar y la casa de su padre. Es lo que hicieron los israelitas en los días de Moshé cuando transitaron por el desierto, guiados solo por una columna de nube de día y por el fuego de noche.
La fe es el coraje de asumir un riesgo, sabiendo que “Aunque camine por el valle de la sombra de la muerte, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo” (Salmo 23: 4). Se necesitó fe para desafiar las religiones de la antigüedad, especialmente cuando estos representaban a los grandes imperios de su época. Se necesitó de esa fe para mantenerse en el judaísmo en la época helénica cuando los judíos y el judaísmo parecían pequeños y parroquiales frente a la cultura cosmopolita de la antigua Grecia y la del imperio alejandrino.
Se necesitó de la fe del Rabí Yehoshua ben Gamla para crear, ya en el primer siglo, el primer sistema en la historia de educación obligatoria (Baba Batra 21a), y de la fe del Rab. Yohanan ben Zakkai para entender que el judaísmo podía sobrevivir a la pérdida de su independencia, de su tierra y de su Templo, mientras conservara una academia de estudiosos y la cultura del estudio.
En la era moderna, aunque muchas de las mentes más distinguidas del judaísmo han perdido o abandonado su fe, ha perdurado sin embargo un antiguo destello. Si no, no se comprende el fenómeno de que una pequeña minoría de Europa y Estados Unidos fuera capaz de generar tantos forjadores del pensamiento moderno, cada uno de ellos pioneros a su manera: Einstein en física, Durkheim en sociología, Levi-Strauss en antropología, Mahler y Schonberg en música, y una larga lista de economistas desde David Ricardo (la ley de la ventaja comparativa), John von Neumann (la teoría de los juegos) Milton Friedman (teoría monetaria) hasta Daniel Kahneman y Amos Tversky (economía del comportamiento).
También, dominaron los campos de la psiquiatría y el psicoanálisis desde Freud y su círculo, Viktor Frankl (logoterapia) Aaron T. Beck (terapia cognitiva del comportamiento) hasta Martin Seligman (psicología positiva). Los pioneros de Hollywood y el cine eran casi todos judíos. Hasta en la música popular norteamericana los logros fueron impactantes, desde Irving Berlin y George Gershwin, maestros del género, hasta Bob Dylan y Leonard Cohen, poetas supremos de la música popular del siglo veinte.
En muchas ocasiones, – ése es el destino de los innovadores – las personas en cuestión tuvieron que afrontar innumerables críticas, desdén, oposición y desprecio. Debían estar preparados para sufrir la soledad, en el mejor de los casos, la no comprensión en otros y en el peor, la denigración y difamación. Como dijo Einstein, “Si mi teoría de la relatividad resultara exitosa, Alemania me reivindicaría como alemán y Francia, como ciudadano del mundo. Pero si fuera un fracaso, Francia diría que yo era alemán y Alemania, que era judío”. Para ser pionero – como los judíos que hemos conocido en nuestra historia – hay que estar preparado para pasar un largo período en el desierto.
Esa también era la fe de los primeros sionistas. Ellos se dieron cuenta desde el principio, algunos en 1860, otros después de los pogroms de 1880, y también Theodor Herzl luego del juicio de Dreyfus en Francia, de que el Iluminismo y la Emancipación europea habían fracasado y que a pesar de los inmensos avances científicos y políticos, seguía sin haber lugar para el judío en toda Europa. Algunos sionistas eran religiosos, otros seculares, pero sobre todo sabían lo que el midrash Tanhuma había mostrado tan patentemente: que cuando llega el momento de la reconstrucción de un mundo destrozado, o de un sueño frustrado, no hay que esperar el permiso del Cielo. El Cielo te está autorizando a que sigas adelante.
Esto no significa que tengamos carta blanca para hacer cualquier cosa. No toda innovación es constructiva, y al contrario; algunas pueden ser sumamente dañinas. Pero a partir del principio que dice “Camina adelante…”, la idea es que el Creador quiere que nosotros, su más grande creación, seamos creativos. Y eso es lo que hace que el judaísmo sea tan singular, por el elevado valor que le asigna a la persona y a la condición humana.
La fe es el coraje de asumir un riesgo por el bien de Dios o por el del pueblo judío; de comenzar una travesía hacia un destino distante, sabiendo que se encontrarán obstáculos a lo largo del camino, pero también sabiendo que Dios está con nosotros, dándonos fortaleza si decidimos alinear nuestra voluntad con la Suya.
La fe no es una certeza, es el coraje de vivir con incertidumbre.
- El midrash parece estar basado en el hecho de que es la primera vez en la Torá que se emplea el verbo d-b-r (hablar). La raíz a-m-r (decir) tiene un significado parecido pero hay una pequeña diferencia entre ambos. D-b-r generalmente implica juzgar, afirmar enfáticamente. Ver también Ibn Ezra ad loc, que percibe en el texto que Noaj era reacio a abandonar el arca.
Traductores
Carlos Betesh
Editores
Michele Lahan