Beatriz W. de Rittigstein.
En estos días, más precisamente el 29 de noviembre se cumplen 77 años de un día histórico para el pueblo judío; se trata de la Resolución 181 de la Asamblea General de la ONU, votada en dicha fecha, en 1947, la cual establece un plan de partición de la región conocida como Palestina en dos estados, uno judío, otro árabe y un estatuto internacional para Jerusalén, con el designio de resolver el conflicto entre árabes y judíos.
El plan fue celebrado por los judíos, quienes valoraron el renacimiento de Israel en su propia tierra ancestral. Sin embargo, el Alto Comité Árabe, la Liga Árabe y sus gobiernos lo rechazaron de plano, manifestando que no aceptan ninguna división territorial y anunciaron su intención de tomar medidas para impedir la aplicación de esa resolución, incluyendo una guerra de exterminio contra los judíos. Otra vez dejaron escapar la posibilidad de crear un estado árabe más que, con el tiempo podría haberse convertido en Palestina. Tal como años más tarde, el destacado diplomático y político israelí Abba Eban dijo: “los árabes nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad”.
Ese legendario 29 de noviembre de 1947, un 58%, es decir la mayoría de los países reunidos en la ONU, votaron a favor; entre esos 33 países a los que estamos inmensa y eternamente agradecidos, hubo 13 países latinoamericanos: Bolivia, Brasil, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, Guatemala, Haití, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Un 23% equivalente a 13 países votaron en contra, entre los que vergonzosamente se cuenta a Cuba. Y el 18% se abstuvo, es decir 10 países.
Este aniversario nos anima a esclarecer dos puntos cruciales que explican varias situaciones confusas con las que se pretende dejar de lado al pueblo judío. Uno de ellos: La Resolución 181 se refiere claramente a un estado árabe, no menciona un estado palestino. En ese entonces no se hablaba del pueblo palestino, pues los árabes de la zona se consideraban eso: árabes; aún no habían desarrollado la identidad palestina, asunto que se iniciaría mucho después, a partir de 1960. De hecho, en las décadas previas a 1948, a los judíos que vivían en lo que sería Israel se les llamaba palestinos y así se puede ver en los documentos de la época; el periódico The Palestine Post luego se transformó en The Jerusalem Post. Otro de los tantos ejemplos lo vemos en el equipo de fútbol de los años 30 que representó a Palestina, donde todos los jugadores eran judíos. Irónicamente, en el presente, múltiples cuentas de las redes sociales pretenden mostrar el arraigo del pueblo palestino a la zona, colocando fotos de una selección palestina cuyos jugadores vestían una camiseta azul y blanca, con una Estrella de David. Igual, la filarmónica, la universidad y el hospital de los primeros años del siglo XX tenían bases judías y sus símbolos eran judíos.
El segundo punto a destacar se refiere a una primera partición de lo que fue la Palestina histórica. Tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial y su desmembramiento, el área palestina pasó a ser administrada por los británicos, mandato encomendado por la Sociedad de Naciones. En 1922, Gran Bretaña creó el Emirato de Transjordania, en la parte oriental del río Jordán, entregándola a la dinastía Hachemita (que había perdido su poder frente a la casa Saúd), ocupando el 75% del territorio de la zona palestina. En 1946, se convirtió en el Reino Hachemita de Transjordania y para 1950, se le renombró como el Reino Hachemita de Jordania, pues se reconoció que administraba territorios en la costa occidental del Jordán, tras la guerra del 48, cuando cinco países árabes, entre ellos Transjordania, atacaron al naciente Israel y le arrebataron ese borde.
Sectores del mundo árabe y musulmán, junto a la dirigencia palestina han venido rechazando cualquier propuesta que los conduzca a la creación de su estado. En la memoria tenemos “los 3 no de Jartum”, cuando en 1967, la Liga Árabe emitió: “No a la paz con Israel. No al reconocimiento de Israel. No a las negociaciones con Israel”. También recordamos que Arafat solía tener alocuciones relativamente serenas en inglés, pero al disertar en árabe, frente a una audiencia musulmana, arengaba con un léxico violento; vimos que, tras firmar los Acuerdos de Oslo, en un discurso de mayo de 1994, en una mezquita de Johannesburgo, llamó a una yihad para liberar Jerusalén y señaló que el acuerdo de paz era solo un paso táctico.
Tras la masacre perpetrada por terroristas gazatíes, el nefasto 7 de octubre de 2023, en el sur de Israel, se advierte con certeza que, para distintos movimientos palestinos, ya sean seguidores del islam radical como Hamás y la Yihad Islámica palestina, u otros con tendencias políticas de izquierda como Fatah o el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), la única alternativa válida es quedarse con todo; no les interesa un estado que conviva al lado de Israel, sino la total destrucción del Estado judío, con lo cual se comprueba que el problema palestino no es por territorio, sino por odio religioso.