Y salió al segundo día, y he aquí que dos varones hebreos reñían. Dijo al malvado:
“¿Por qué habrías de golpear a tu compañero?” Él dijo: “¿Quién te ha puesto como hombre, ministro y juez sobre nosotros?” ¿Hablas tú de matarme como mataste al egipcio?
Moshé temió, y dijo: “Así que el asunto se ha sabido”.
Éxodo capítulo 2- versículos 13,14.
Desde Moisés hasta el presente.
La Torá es el Emet o verdad, y es una enseñanza confiable acerca de las grandezas y las miserias de toda persona y aún del colectivo en el pueblo judío.
La tendencia a la confrontación impresiona venir de fábrica. Y grabada en nuestro ADN ancestral nos persigue en todas las generaciones y hasta la actualidad.
De pleitos, discusiones, etc.
Es famoso el dicho: “dos judíos, tres ideas”. Y podríamos seguir exponiendo, pero todos intuimos el resto.
Llegados a este punto, la idea de este escrito es, intentar reflexionar sobre una de nuestras mayores debilidades. Obvio con el fin de poder trabajar sobre ésta.
Repensar y reflexionar, sobre un punto que se distingue por ser un defecto reflejo y casi automático a lo largo de nuestra historia. Y un peligroso rasgo, que ha facilitado la tarea de nuestros enemigos, y casi siempre abierto las puertas del infierno, de la destrucción de Jerusalén, la pérdida de los dos Sagrados Templos, y la pérdida de la soberanía nacional y el inició de una interminable diáspora tan oscura como peligrosa.
La previa al 7-10.
Una previa llena de enfrentamientos, donde se evidenciaba una profunda grieta, en marchas y contramarchas.
Bloqueos de calles y muchos que buscan sumar a soldados y reservistas a una desobediencia civil y militar.
Insultos, amenazas y falta de respeto de los unos para con los otros (mutuamente), derecha contra la izquierda, y laicos versus religiosos.
El palestino lo vio.
El árabe-palestino espera y reconoce ciertas contradicciones que anclan en la sociedad israelí y judía.
Se aprovecha y lastima, y si puede matar lo ejecuta con mucha crueldad.
Discusión y desunión.
Una constante en la historia de los hebreos. Y el recurso divino desde la antigüedad, y explicitado en todos los discursos proféticos, es el palazo y el golpe que lastima hasta el tuétano de los huesos, y a la vez rectifica y endereza al pueblo. Y despierta a los dormidos y acerca a los alejados. Y también une y reúne, y borra diferencias, no más sea transitoriamente.
Moisés, la vara y el bastón.
Moisés entendió que todo efecto tiene una causa y todo defecto requiere ser subsanado. Que nada es gratuito, y si nos pasaron una factura “es por algo o alguna transgresión sea por pecado cometido o por una falta por omisión”.
No cabe duda, que el Pastor Fiel comprendió el problema y el enorme esfuerzo emocional, espiritual y físico de poder conducir a un pueblo donde la obediencia y la subordinación no es justamente el factor preponderante. Y solo un alma muy elevada es capaz de poder amar para el bien común de un conjunto que, por momentos tiene el comportamiento de un caballo cimarrón.
Final: poder trabajar una sociedad que tantas veces nos hace hervir la sangre, es el desafío y el deseo divino. Para muchos, una tarea ciclópea, o enfrentarse Don Quijote contra los molinos de viento.
El padre de todos los profetas, se ve solo como un esclavo frente a su amo.
Y reitero, aún en medio de generadores de estragos (daños) y peleas, agacha la cabeza y se limita a cumplir solo el deseo divino.
Y si bien, y, por otro lado, en guerras y bajo tormentos, aflora esa veta de heroicidad y entrega judía sin límites. Reitero, mejor que alardear de aquello que tenemos, cuanto mejor pulir nuestras rugosidades, y reforzar nuestros puntos débiles, o lo que comúnmente denominamos nuestro “talón de Aquíles”.
En ciertas ocasiones, las reprimendas también actúan como verdaderas bendiciones.
Esto último, dicho por la boca de nuestros sabios y exégetas.
Y viene a mi mente (como broche final), el dicho:
“porque te quiero te aporreo”.
¡Shavua Tov!
Dr. Natalio Daitch
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