Riad / Damasco / Washington. La reciente gira del presidente estadounidense Donald Trump por Oriente Medio marcó un drástico giro en la estrategia regional de Washington, alejándose del intervencionismo clásico y del alineamiento automático con Israel. En su primera visita oficial desde su regreso a la Casa Blanca, Trump sorprendió al mundo con gestos audaces y decisiones inesperadas que podrían alterar el equilibrio geopolítico de la región.
La imagen que resumió la visita fue el histórico apretón de manos entre Trump y el presidente sirio Ahmed al-Sharaa, un exyihadista vinculado a Al-Qaeda y al Estado Islámico. El encuentro, que rompió con 25 años de distanciamiento diplomático entre Washington y Damasco, fue precedido por el anuncio del levantamiento de sanciones a Siria. Esta decisión, impulsada por los líderes de Arabia Saudita y Turquía, fue aclamada en un foro de inversión en Riad y celebrada por el propio Trump como una oportunidad para “mostrar algo muy especial”.
La caída del régimen de Bashar al-Assad en diciembre, tras años de guerra civil, abrió una nueva etapa en Siria. Trump ha optado por integrar al nuevo liderazgo sirio en una arquitectura regional alternativa, marginando la tradicional prioridad estadounidense de garantizar la seguridad israelí como eje central.
Durante su discurso en Riad, Trump criticó con dureza a los neoconservadores e intervencionistas de anteriores administraciones: “Las relucientes maravillas de Riad y Abu Dabi no fueron creadas por constructores de naciones; al contrario, destruyeron más de las que construyeron”. Su tono elogioso hacia las autocracias del Golfo contrastó con la retórica democrática de sus predecesores.
Uno de los cambios más significativos fue el desplazamiento de Israel del centro de la agenda regional. Mientras Netanyahu intensificaba su ofensiva en Gaza, Trump optó por no involucrarse directamente. Apenas mencionó a Israel en su discurso y se limitó a alentar a Arabia Saudita a considerar su adhesión a los Acuerdos de Abraham “a su propio ritmo”. La normalización con Israel dejó de ser una condición para avanzar en otros frentes.
En paralelo, Trump ha iniciado conversaciones directas con Irán y Hamás, algo impensable en su primer mandato. La liberación del soldado israelí-estadounidense Edan Alexander, capturado por Hamás, marcó un hito en la historia diplomática de EE. UU. La tregua alcanzada con los hutíes en Yemen también fue un signo de pragmatismo, aunque excluyó a Israel del proceso y generó tensiones internas en la administración estadounidense. El despido de Mike Waltz como asesor de seguridad nacional, tras intentar coordinar en secreto un ataque con Netanyahu, reflejó esta pugna entre la visión “America First” de Trump y los sectores neoconservadores.
Arabia Saudita, por su parte, aprovechó la visita para cerrar acuerdos comerciales por valor de hasta 600.000 millones de dólares, muchos de ellos simbólicos o a largo plazo. También busca el respaldo estadounidense para un programa nuclear civil, que ya no está condicionado a la normalización con Israel.
La gira expuso la voluntad de Trump de redibujar las alianzas en Oriente Medio con base en intereses mutuos, transacciones concretas y sin imposiciones ideológicas. A pesar de su historial volátil y contradicciones -como su reciente bombardeo a los hutíes-, el presidente apuesta por una nueva etapa en la que Estados Unidos actúe como facilitador y no como gendarme regional.
El gran interrogante es si esta estrategia tendrá continuidad o será una más de las muchas reinvenciones del mandatario. Por ahora, el mensaje es claro: Washington está dispuesto a hablar incluso con sus antiguos enemigos si eso significa estabilidad y nuevas oportunidades en una región en constante transformación.
Agencias colaboraron con este artículo de Aurora
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