Denby, escribe TabletMag, celebra a sus protagonistas sin caer en hagiografías, destaca sus grandezas y debilidades, su genio y sus obsesiones, y parece consciente de todas esas contradicciones que hacen que su huella sea tan profunda en la cultura estadounidense del siglo XX.
Mel n Kaminsky, en el Lower East Side de Manhattan, es capaz de encarnar esa parábola de la comedia judía que se convierte en venganza posmoderna al desactivar el horror con la parodia. Con The Producers, cuyo título original era Primavera para Hitler, Brooks se atreve a ridiculizar el mal absoluto, a exorcizarlo. Su comedia excesiva y anárquica y su risa que araña y libera, son hijas de una tradición reinventada en la América de la abundancia. Junto a él se encuentra la figura de Betty Friedan, que con La mística femenina da voz al malestar de las mujeres americanas relegadas al conformismo doméstico de la segunda posguerra. Denby esboza su perfil sin ocultar sus zonas grises: una personalidad difícil, una relación conflictiva con otras exponentes del feminismo y una vida privada marcada por las tensiones.
Sin embargo, es precisamente en Brooks, nacido Melvi, esta complejidad donde reside la fuerza de su mensaje: el feminismo es una forma de redención personal de los roles impuestos y los silencios interiores.
Norman Mailer, enfant terrible de la literatura judeoamericana, pensó en perturbar aún más la paz burguesa: autor de novelas polémicas, ensayos y panfletos, encarnó una masculinidad inquieta y provocadora que se debatía entre el narcisismo y la necesidad de trascendencia. Denby lo cuenta como el prototipo del “chico judío malo”: brillante, autodestructivo, impredecible. Sus excesos, sin embargo, no oscurecen la importancia de una obra que ha redefinido los límites entre la ficción y el reportaje, entre el arte y la vida.
Por último, Leonard Bernstein (en la foto durante un concierto en Holanda en 1985), escribe de nuevo TabeltMag: músico extraordinario, director carismático, hombre de muchas contradicciones. Con West Side Story dejó una huella imborrable en el mundo de los musicales americanos, pero su trabajo en los campos de la música clásica y su papel como mediador cultural son aún más significativos. El retrato de un momento histórico en el que la cultura judía-estadounidense no solo se integró en la corriente principal, sino que se convirtió en su motor creativo. Brooks, Friedan, Mailer y Bernstein no solo eran famosos, sino que dieron forma a una nueva identidad: audaces, irreverentes y conscientes de sí mismos. Generación que ha sido capaz de transformar la memoria de la exclusión en un arma de Cultura.