La lluvia de misiles hutíes: ¿Es un mandato del cielo?

Por Yehoshua Kalisky

Con el estallido de la guerra denominada “Espadas de Hierro”, los hutíes comenzaron a atacar objetivos en Israel utilizando vehículos aéreos no tripulados (drones) y misiles balísticos, principalmente en solidaridad con los habitantes de Gaza y con el objetivo de aliviar su situación desviando la atención de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).

Los hutíes adoptaron la táctica de lanzar misiles balísticos o drones aleatoriamente y las 24 horas del día.

Además, impusieron un bloqueo a los barcos israelíes o a los buques vinculados con Israel que cruzaban el Mar Rojo por el estrecho de Bab al Mandab, paralizando así el puerto de Eilat e interrumpiendo el comercio marítimo mundial.

El fuego de los hutíes hacia Israel es un acto de terrorismo.

Al carecer de la capacidad de atacar objetivos de alto valor, la intención de los lanzamientos es dañar, acosar y atemorizar a los civiles israelíes.

Los hutíes se jactan de su capacidad para enviar a millones de “sionistas aterrorizados” a refugios, causando así también daños económicos.

Hasta el momento, la respuesta de Israel ha incluido ataques de la Fuerza Aérea contra puertos, el aeropuerto de Saná y la infraestructura.

Los daños, según los líderes hutíes, se estiman en 1.400 millones de dólares.

Sin embargo, esto no ha detenido el continuo bombardeo de misiles balísticos y vehículos aéreos no tripulados hacia el territorio israelí.

Un estado soberano no puede tolerar un bombardeo diario de misiles balísticos y un asedio marítimo.

El reto reside en vencer a un enemigo sigiloso y fortificado, ubicado a unos 2.000 kilómetros de las fronteras de Israel.

El principio de esta confrontación es crear un equilibrio de disuasión en el que el daño infligido a los líderes y ciudadanos de Yemen supere cualquier beneficio derivado de lanzar ataques contra Israel.

Actualmente, no existe tal equilibrio, y la actual estrategia de ataque es ineficaz, ya que Yemen es uno de los países más pobres del mundo.

Los ataques a la infraestructura civil tienen un impacto mínimo en su ya bajo nivel de vida y no disuaden a sus líderes.

Para establecer un equilibrio de disuasión, las amenazas potenciales deben eliminarse mediante ataques preventivos.

Esto debería lograrse mediante la implementación de una estrategia de contraataque dirigida a activos estratégicos, utilizando armas innovadoras como bombas antibúnkeres pesadas y misiles balísticos de largo alcance, llevando a cabo ataques desde direcciones diferentes e inesperadas, y utilizando plataformas navales de ataque.

Posteriormente, debería lanzarse una campaña de ataques sostenidos y focalizados contra depósitos de armas, instalaciones de almacenamiento y centros de mando y control.

Simultáneamente, deberían llevarse a cabo ataques selectivos contra símbolos de gobierno: sedes gubernamentales, funcionarios del régimen, centros de comunicación y centros económicos que sirven como palancas de control y motores financieros para financiar el terrorismo.

Las operaciones continuas deberían tener como objetivo impedir la rehabilitación de los sitios dañados, y deberían ejecutarse ataques contra puertos y aeropuertos para imponer un bloqueo marítimo y aéreo.

Es razonable suponer que las escenas de destrucción resonarán en todo Yemen (y Oriente Medio) y obligarán a los líderes hutíes a reevaluar la ecuación coste-beneficio de acosar a los ciudadanos israelíes.

Entonces, las palabras del difunto Moshe Dayan podrían hacerse realidad:

“Tenemos el poder de fijar un alto precio por nuestra sangre, un precio demasiado alto para que los gobiernos árabes lo puedan permitir”.

Fuente: INSS – The Institute for National Security Studies

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