Israel, una encrucijada histórica

Thomas Friedman suele decir que hay tres verdades fundamentales sobre Israel que nunca se pueden olvidar: 1) Israel es un país extraordinario que ha hecho y sigue haciendo cosas maravillosas; 2) Israel también ha hecho y sigue haciendo cosas muy malas; y 3) Israel se encuentra en uno de los sitios más complejos, violentos e inestables del planeta, donde muchas personas se hacen cosas terribles entre sí y, a menudo, a Israel.

Mirar la realidad desde este trípode es esencial para comprender este momento absolutamente único.

Oriente Medio está experimentando actualmente una reconfiguración histórica. Hezbolá se ha visto sacudido como nunca antes. Irán ha revelado vulnerabilidades que parecían impensables. Hamás, como fuerza militar, prácticamente ha dejado de existir. Y, quizás lo más sorprendente, el régimen de Bashar al-Asad ha caído. Un nuevo gobierno, liderado por Ahmed al-Julani, se está apoderando de Siria, abriendo un escenario completamente nuevo que podría significar tanto la posibilidad de acuerdos y estabilidad como la continuación del conflicto, bajo nuevas formas y líderes.

Nunca el tablero regional ha sido tan abierta. Nunca ha habido una oportunidad tan concreta para una reorganización que, si se lleva a cabo adecuadamente, puede transformar décadas de confrontación en una nueva arquitectura de seguridad –y, tal vez, de paz.

Sin embargo, Israel no lidera este proceso. Al contrario, está paralizado, atrapado en una crisis interna, secuestrado por los intereses personales de Benjamín Netanyahu, quien ha priorizado su supervivencia política sobre los intereses estratégicos del país. Sabe que cualquier gesto serio de negociación, ya sea con la Autoridad Palestina, con los países árabes o con posibles líderes moderados en Gaza, significará el colapso inmediato de su gobierno.

El actual gobierno de Israel no solo es disfuncional. Es peligrosamente destructivo para Israel, sus ciudadanos, su democracia y toda la región. Alimenta las divisiones internas, debilita alianzas históricas y proyecta una imagen profundamente tóxica del país en el escenario internacional.

Es fundamental afirmar, sin ambigüedades, que la población palestina también es víctima de esta tragedia. Así como Israel sufrió una atrocidad indescriptible el 7 de octubre, es imposible ignorar el dolor, el sufrimiento y la destrucción que hoy azotan a los civiles de Gaza. Hay miles de muertos, decenas de miles de heridos, millones de personas desplazadas viven una catástrofe humanitaria de proporciones devastadoras.

Este sufrimiento no es solo consecuencia de la brutalidad de Hamás, que ha secuestrado a su propia población y la ha utilizado como escudos humanos. También es consecuencia directa de las decisiones políticas y militares del actual gobierno israelí, que necesita comprender urgentemente que ninguna seguridad puede construirse sobre ruinas, hambre, desesperación y falta de esperanza.

Israel necesita comprender – profunda y honestamente– que su seguridad a largo plazo depende inexorablemente del reconocimiento de la dignidad de los derechos y las esperanzas del pueblo palestino. Derrotar a Hamás no puede ni debe significar castigar colectivamente a dos millones de civiles que son rehenes de este ciclo de violencia.

Hay otra lección fundamental que el 7 de octubre dejó brutalmente clara: el destino de Israel y las comunidades judías de la diáspora están más entrelazados que nunca. Lo que sucede en Israel repercute directamente en la seguridad, la imagen y la vida de las comunidades judías de todo el mundo. Asimismo, el apoyo, la solidaridad y el compromiso de la diáspora son partes esenciales de la propia resiliencia de Israel. Esta conexión nunca ha sido más evidente ni más ineludible.

Nadie —ni en el gobierno, ni en las Fuerzas de Defensa, ni en la sociedad israelí actual— tiene una propuesta clara para el futuro. Ni para Gaza, ni para Cisjordania, ni para la nueva Siria. Pero existe un consenso creciente en la sociedad israelí: los rehenes deben regresar, y esta guerra, en esta forma, debe terminar.

Los últimos 70 días, desde el fin del último alto el fuego, han sido los más oscuros. Los avances militares han sido mínimos comparados con los costos humanos, diplomáticos y estratégicos. Sobre todo, porque está absolutamente claro que no hay solución militar para la liberación de los rehenes.

Por lo tanto, nuestras críticas deben hacerse con responsabilidad, valentía y humanidad. Criticar a Israel, especialmente a este gobierno, no solo es legítimo, sino necesario. Es un acto de compromiso con Israel y sus valores más esenciales. Pero estas críticas deben hacerse con rigor, honestidad y coherencia, para no ser cooptadas por quienes nunca alzan la voz ante las masacres perpetradas por otras potencias, ya sean drones rusos o iraníes que destruyen vidas en Kiev, o los propios actores regionales que perpetúan la violencia y el autoritarismo en nombre de cualquier causa.

Israel es infinitamente más grande que Netanyahu. Su vibrante democracia, su sociedad creativa y resiliente, su singular capacidad de reinventarse, siguen vigentes. Pero es hora de exigir un liderazgo que mire más allá del corto plazo, un liderazgo que comprenda claramente que ninguna victoria militar será real si no allana el camino hacia un futuro en el que israelíes y palestinos puedan finalmente vivir en seguridad, dignidad y paz.

 

 

Eduardo Wurzmann

Vicepresidente del Instituto Brasil-Israel.
San Pablo, viernes 30 de mayo de 2025