La madrugada del 13 de junio marcó un punto de inflexión histórico en Medio Oriente. Israel lanzó una ofensiva militar sin precedentes contra Irán, cruzando por primera vez en décadas la línea entre la guerra encubierta y el conflicto directo. Más de 200 aviones israelíes descargaron alrededor de 330 bombas sobre 100 objetivos estratégicos, entre ellos instalaciones nucleares clave en Natanz, centros de mando en Teherán y bases militares en Kermanshah.
En paralelo, el Mossad ejecutó una operación secreta de alto nivel dentro del propio territorio iraní, estableciendo una base de drones y desplegando misiles de precisión que lograron desactivar defensas antiaéreas críticas. La maniobra, calificada como una acción de “pensamiento revolucionario”, permitió el éxito del bombardeo inicial y dejó a Irán temporalmente ciego ante la ofensiva.
El golpe fue demoledor: murieron altos mandos del régimen iraní, entre ellos el jefe de la Guardia Revolucionaria, Hussein Salami, el jefe del Estado Mayor, Mohammad Bagheri, y dos científicos vinculados al programa nuclear. En respuesta, Irán lanzó más de 100 drones hacia territorio israelí, todos interceptados sin causar daños. Desde Teherán ya se habla abiertamente de “guerra” y se promete una represalia sostenida en el tiempo.
Aunque Estados Unidos no participó directamente, fue informado antes del ataque. Donald Trump negó haber intervenido, pero destacó que “Israel no necesita permiso para demostrar su fuerza”. Mientras tanto, el mundo asiste a una escalada que podría redibujar el mapa político regional. A pesar de la violencia, Washington mantiene abierta la agenda de negociaciones nucleares con Irán, y se sospecha que Omán participó en una estrategia de distracción diplomática previa al ataque.
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Conducen: Jonathan Meta, Jesica Neuah y Edy Junovich.