Mientras crece la tensión bélica en Oriente Medio, el bloque europeo se muestra dividido y sin capacidad de influencia real
En medio de la creciente confrontación entre Israel e Irán, la Unión Europea queda reducida a un papel testimonial. A pesar de sus llamados a la moderación y la diplomacia, el bloque europeo observa con impotencia cómo se acentúa una espiral de violencia que lo excluye de las decisiones claves.
La reciente ofensiva israelí contra instalaciones nucleares iraníes ha elevado el riesgo de una guerra abierta. Aunque Washington, bajo la administración de Donald Trump, había mostrado inicialmente cautela, ahora amenaza con una intervención directa. Esta posibilidad ha desatado una nueva ola de declaraciones desde Bruselas, sin que ninguna logre alterar el rumbo de los acontecimientos.
Un portavoz de la Comisión Europea fue tajante al declarar que el cambio de régimen en Irán “no forma parte de la posición acordada por la UE”, mientras la jefa de la diplomacia europea, Kaja Kallas, subrayó que “solo la vía diplomática puede garantizar una seguridad duradera”. Sin embargo, estas voces se diluyen ante la movilización militar estadounidense y las advertencias de Teherán, que ha amenazado con infligir “daños irreparables” a Estados Unidos si decide sumarse al conflicto.
Una estrategia que no cuaja
La falta de una política clara hacia Oriente Medio se ha convertido en una de las mayores debilidades del liderazgo europeo. A casi dos años del brutal ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la respuesta militar israelí en Gaza, la UE no ha conseguido articular una postura coherente que la sitúe como actor relevante en la región.
El bloque se encuentra dividido. España y otros países de línea propalestina chocan con gobiernos como el alemán, que mantienen un fuerte respaldo a Israel, basado en razones históricas y morales. Esta fractura interna impide una acción conjunta, dejando a Bruselas con escaso margen de maniobra.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, intentó adoptar una postura común al calificar como “profundamente preocupante” la escalada entre Israel e Irán, pero el comunicado emitido el 14 de junio sigue siendo la única declaración consensuada de los Veintisiete. Más allá de la evacuación de ciudadanos europeos, la UE permanece como observadora pasiva del conflicto.
Un legado diplomático en ruinas
La impotencia europea resulta aún más evidente al recordar el papel central que jugó Bruselas en el acuerdo nuclear con Irán. Hace una década, la UE lideró, junto a seis potencias mundiales, la negociación del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), destinado a evitar que Teherán desarrollara armamento nuclear. El pacto establecía limitaciones precisas en el enriquecimiento de uranio, restringido al 3,67 %.
Pero tras la retirada unilateral de Estados Unidos del acuerdo en 2018, durante la presidencia de Trump, Irán comenzó a incumplir sus compromisos. Los informes más recientes del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) indican que Teherán ha reanudado el enriquecimiento por encima de los niveles permitidos.
A pesar de sus advertencias reiteradas, Bruselas no ha logrado que Irán regrese a los términos del acuerdo. “La UE sigue convencida de que no se puede permitir que Irán obtenga armas nucleares”, reiteró Kaja Kallas al cierre de una reunión de embajadores, sin que sus palabras surtieran efecto alguno.
Conclusión: un actor desplazado
Mientras Israel y Estados Unidos reconfiguran el mapa de poder en Oriente Medio y Teherán reacciona con amenazas, la Unión Europea queda desdibujada, atrapada entre sus divisiones internas, la falta de herramientas coercitivas y una diplomacia que ya no logra imponerse. En un escenario que avanza hacia una confrontación directa, el rol europeo parece haberse reducido al de espectador preocupado.

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