Cuando comenzaron a sonar las sirenas de ataque el 14 de junio y los misiles iraníes cruzaban el cielo israelí, miles de ciudadanos descendieron bajo tierra, buscando seguridad en los refugios conocidos como mamaks.
Para algunos, como Chaya Kaplan-Lester de Jerusalén, la experiencia fue un inesperado retorno al pasado. Seis años atrás, su hija Beriah, como parte de su proyecto de bat mitzvá, lideró la limpieza y renovación de su refugio vecinal. “Nunca soñamos que algún día realmente lo necesitaríamos”, escribió Kaplan-Lester en una publicación en redes sociales.
Ese mismo refugio en Nachlaot, un barrio densamente poblado con pocas viviendas fortificadas, se convirtió en salvavidas para decenas de familias. Como muchos otros en todo el país,
Los refugios subterráneos del Dizengoff Center y la Estación Central de Autobuses de Tel Aviv se convirtieron en campamentos humanitarios, gestionados por organizaciones como Brothers and Sisters in Arms.
En estaciones de trenes sin servicio, familias enteras pasaron las noches. En hospitales como el Rambam de Haifa o el Wolfson de Holon, unidades enteras se trasladaron bajo tierra para seguir operando.
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