Polisario: de mito revolucionario a amenaza terrorista, el Congreso de EE. UU. lo llama por su nombre

Ricardo Sánchez Serra – Perú*

Durante décadas, el Frente Polisario ha intentado presentarse ante el mundo como un movimiento de liberación. Pero la historia, los hechos y las víctimas cuentan otra cosa: el Polisario es, en esencia, una organización terrorista con un largo historial de violencia, secuestros, asesinatos y vínculos con redes extremistas internacionales. Ya es hora de que la comunidad internacional deje de mirar hacia otro lado.

Entre 1973 y 1986, el Polisario perpetró al menos 289 atentados contra ciudadanos españoles. Pescadores canarios, gallegos, andaluces y vascos fueron atacados en alta mar, y trabajadores de las minas de fosfatos en el Sáhara Occidental fueron secuestrados o asesinados. Uno de los episodios más atroces fue el ataque al pesquero El Junquito en 1985, que terminó con la muerte del contramaestre Guillermo Batista Figueroa y el secuestro de toda la tripulación. El gobierno español, entonces presidido por Felipe González, reaccionó expulsando al Frente Polisario de España y cerrando sus oficinas. Aún así, las víctimas -más de 300 según ACAVITE- siguen esperando justicia.

Pero el horror no se detuvo ahí. Hoy, el Polisario mantiene estrechos vínculos con Irán y Hezbollah. Combatientes saharauis han sido entrenados por la Guardia Revolucionaria iraní y enviados a Siria para luchar junto al régimen de Bashar al-Assad. En los campamentos de Tinduf, en Argelia, se han documentado actividades de adoctrinamiento, tráfico de armas y colaboración con redes yihadistas del Sahel. La conexión con Teherán no es una teoría: es una realidad confirmada por servicios de inteligencia y organismos internacionales.

En este contexto, la iniciativa del congresista estadounidense Joe Wilson merece un reconocimiento firme y sin ambigüedades. Su proyecto de ley, el Polisario Front Terrorist Designation Act, busca designar al Polisario como organización terrorista extranjera. Wilson, junto al demócrata Jimmy Panetta, ha dado un paso valiente y necesario. Como él mismo afirmó: “El Polisario es una milicia marxista respaldada por Irán, Hezbollah y Rusia, que ofrece a Irán una base estratégica en África y desestabiliza al Reino de Marruecos, un aliado de Estados Unidos desde hace 248 años”.

Este proyecto no es un gesto simbólico. Es una advertencia clara a quienes aún se dejan engañar por la propaganda separatista. El Polisario no lucha por la autodeterminación: lucha por mantener un enclave de inestabilidad, financiado por Argelia, armado por Irán y legitimado por el silencio cómplice de algunos sectores internacionales.

Perú, Venezuela, Bolivia y otros países han sido testigos de cómo células iraníes y movimientos radicales se infiltran en estructuras sociales y políticas. En Perú, por ejemplo, el grupo Inkarri Islam -fundado por Edwar Quiroga Vargas, aliado de Pedro Castillo y Antauro Humala- ha promovido una peligrosa fusión entre el islam chiita radical y el etnocacerismo. Esta red, con apoyo de Irán y Hezbollah, ha reclutado jóvenes peruanos para adoctrinamiento en Qom, y ha operado en regiones estratégicas como Apurímac, donde existen reservas de uranio y una población vulnerable a discursos extremistas.

La frontera sur del Perú, como la del Magreb, se ha convertido en un corredor sin ley, ideal para el tráfico de armas, drogas y personas. Hezbollah y el Polisario no son actores aislados: son piezas de una estrategia transnacional que busca socavar la estabilidad de nuestras democracias y erradicar los valores de la civilización occidental.

Resulta alarmante que, pese a las evidencias acumuladas, organismos como la ONU y la Unión Africana sigan otorgando al Frente Polisario un estatus diplomático que no se corresponde con su historial violento. La comunidad internacional no puede seguir legitimando a un grupo que ha atentado contra civiles, ha secuestrado ciudadanos europeos y ha colaborado con redes terroristas globales.

Los campamentos de Tinduf son utilizados por el Polisario como escudo humano y herramienta de propaganda. Miles de saharauis viven allí sin derechos básicos, sin libertad de movimiento y sin acceso a información independiente. Son rehenes de una causa que ya no busca una solución política, sino perpetuar el conflicto para justificar su existencia y seguir recibiendo fondos internacionales.

Argelia, por su parte, no es un actor neutral. Es el principal sostén político, financiero y militar del Polisario. Permite que su territorio sea utilizado para entrenamientos paramilitares, adoctrinamiento ideológico y operaciones de inteligencia. Cualquier solución duradera al conflicto del Sáhara pasa por exigir a Argelia que asuma su responsabilidad directa en la desestabilización regional.

Europa tampoco puede permitirse ignorar esta amenaza. El Sahel es hoy uno de los focos más peligrosos del terrorismo internacional, y el Polisario, con sus vínculos con Hezbollah e Irán, es parte activa de esa red. La inestabilidad en el Magreb tiene consecuencias directas sobre la seguridad europea, desde el tráfico de armas hasta la radicalización de jóvenes en barrios periféricos de ciudades europeas.

Es hora también de que periodistas, académicos y analistas dejen de repetir narrativas heredadas de la Guerra Fría. El Polisario no es un movimiento romántico de liberación: es una estructura opaca, autoritaria y violenta. Necesitamos una revisión crítica de su historia, sus alianzas y sus métodos. El periodismo libre y la investigación rigurosa tienen un papel clave en desmontar el mito.

El mundo debe despertar. El Polisario no es un actor político legítimo. Es el rostro del terror en el Magreb. Y como tal, debe ser tratado. La iniciativa del Congreso de EE. UU. debe ser respaldada por Europa, América Latina y todos los países que valoran la paz, la justicia y la verdad. No más indulgencia. No más silencio. El terrorismo no se negocia: se combate.

*Premio mundial de periodismo “Visión Honesta 2023”

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