Unidad o diversidad

En su tercer capítulo de ‘La Historia de los Judíos’ Paul Johnson escribe, en relación a la situación de éstos en el medioevo, la siguiente, un tanto confusa, frase:

‘El judaísmo tenía excesivo número de enemigos externos para arriesgar su armonía interna imponiendo una uniformidad que nadie deseaba realmente.’

Releyendo la abarcadora obra de Johnson, cosa que suelo hacer cada tanto tiempo, me topo con esta frase por la cual habré pasado ya decenas de veces desde que leí el libro por primera vez. Esta vez llamó mi atención: su actualidad salta a la vista.

Los buenos libros de Johnson (sus Historias de los judíos, del cristianismo, y de los EEUU, específicamente) tienen la cualidad de ser a la vez extensos y densos. Uno puede leerlos una y otra vez y con el paso de los años, sentir en carne propia el proceso del entendimiento. La acumulación de lectura no es redundante, sino exponencial.

Al mismo tiempo, se le puede criticar este tipo de frases un tanto ambiguas, a primera vista ingeniosas y complejas, pero que una vez que nos detenemos en ellas nos demandan un esfuerzo de comprensión y sentido.

A la luz de los acontecimientos de los últimos dos años, y a partir del 7 de octubre especialmente, el judaísmo ha vuelto a tener un ‘excesivo número de enemigos externos’. Cabe preguntarse si acaso un enemigo externo no es más que suficiente. Hitler, por ejemplo.

No es cuestión de cantidad sino de capacidad. Johnson está hablando de los siglos X a XII cuando la condición judía era muy frágil tanto en el mundo cristiano como en el musulmán. De hecho, describe a lo largo de sus páginas la instalación de un antisemitismo ‘moderno’ que lleva a los judíos al borde de la extinción.

De la frase citada se desprende que una cierta uniformidad hubiera sido un buen escudo pero de hecho nunca se dio en parte porque los judíos vivían en la diversidad. Johnson hace referencia a la división entre judíos ilustrados y judíos más afines a la superstición, entre eruditos y místicos, diferentes formas de afrontar la penuria de ser judío en la Edad Media.

En ese contexto, sugiere Johnson, ¿algún tipo de unidad sería realmente útil? En especial si consideramos que en aquellos tiempos toda la sociedad estaba muy fragmentada y precisamente, había un ‘exceso de enemigos’. No había un frente común sino un frente para cada pequeña comunidad judía, por insignificante que fuera.

No había unidad que hiciera frente a las cruzadas, por ejemplo. En realidad, la suerte de los judíos era una lotería.

Ahora hagamos el ejercicio de traer esta frase al presente. Hagámonos la siguiente pregunta: ¿un cierto grado de uniformidad arriesgaría nuestra armonía interna? ¿Existe tal armonía? En el fondo, ¿deseamos esa uniformidad, o la percibimos como un mal necesario?

La opinión pública judía tiene un doble discurso: por un lado vive y celebra su diversidad, pero al mismo tiempo demanda unidad. La unidad supone un liderazgo y un liderazgo supone un sacrificio a la diversidad. La semana pasada, ‘casualmente’, leímos parashat Koraj…

En realidad, creo que queremos ser diversos hacia la interna pero mostrarnos uniformes y unidos hacia el mundo exterior, en especial en tiempos como los actuales en que, sin compararnos con la situación de un milenio atrás, ha surgido nuevamente un antisemitismo basado en la ignorancia, el libelo de sangre, y el prejuicio más burdo. El antisemitismo de las masas, bien aprovechado por los antisemitas de elite. Ante este fenómeno, todos demandamos unidad. Parafraseando a Johnson: ¿realmente la queremos?

La comunidad judía en Uruguay es pequeña en número (unos quince mil) pero grande en instituciones: comunidades, movimientos juveniles, escuelas, fundaciones, y agrupaciones no formalizadas que surgieron a partir de Oct7.
La opinión pública mayoritaria, amparada por el partido político mayoritario en las últimas elecciones, tiene un sesgo antisemita muy marcado. Por el momento el Poder Ejecutivo, en la figura del Presidente Orsi, se ha mantenido equidistante y equilibrado respecto a la situación en Oriente Medio en general y Gaza en especial.

Al contrario de lo que sería lógico, las respuestas a estas amenazas y condenas abarcan un amplio espectro. La respuesta o reacción oficial generalmente llega tarde y por lo tanto se pierde en la marea de las reacciones sectoriales. Sectores que, vale aclarar, no adhieren a la aspiración de ‘uniformidad’ que exige la coyuntura.

La idea no es explicar las causas de este fenómeno sino llamar la atención sobre el mismo. A diferencia de nuestros antepasados hace mil años, y con todo lo fragmentado que está el mundo a nivel de identidades, hoy existen Estados y organizaciones de Estados con quienes dialogar, denunciar, e incluso confrontar. Precisamos un cierto criterio de uniformidad; no tenerlo es irresponsable.

De hecho, al no conseguir conformar un organismo central que cubra todo el abanico del mundo judío (sí, el abanico que nos da aire a todos en tiempos de ahogo), estamos ‘arriesgando nuestra armonía interna’. Como me dijera alguien recientemente: ‘parecería que competimos por demostrar a quién le duele más Israel’.

Como judío liberal soy acérrimo defensor del pluralismo. Como judío, hoy me siento desamparado. Todos tenemos derecho a expresarnos, opinar, apoyar causas y acciones, pero en última instancia, en ciertos niveles de la opinión pública, necesitamos UNA voz que sacrifique la diversidad y las luchas intestinas de visiones que quieren prevalecer, en aras de un frente unido frente a un enemigo formidable. De lo contario, ya sabemos qué puede pasar. Ya sucedió.

Del judaísmo chauvinista, mesiánico, y embriagado de poder al judaísmo pacifista, idealista, e ingenuo hay una enorme cantidad de variables. Todas esas voces resonando en lo que hoy son las redes sociales no aclaran; por el contrario, oscurecen. Abren flancos. Cuando estamos en modo supervivencia (así estamos desde Oct7), es tiempo de uniformidad. Aunque nadie realmente la desee.