Entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934, el régimen nazi ejecutó una de las purgas políticas más impactantes del siglo XX: la llamada Noche de los Cuchillos Largos. Bajo el nombre clave Operación Colibrí, Adolf Hitler ordenó el asesinato de decenas de figuras clave dentro y fuera de su propio movimiento para consolidar su poder absoluto y eliminar toda disidencia interna.
El blanco principal fue Ernst Röhm, líder de las SA (Sturmabteilung), un cuerpo paramilitar de más de tres millones de miembros que había sido fundamental en el ascenso del nazismo. Röhm pretendía fusionar las SA con el ejército regular, una iniciativa que alarmó a las élites conservadoras, al alto mando militar y al propio Hitler.
Rivalidades internas y el temor al poder de las SA
Las SA, con su base en excombatientes de la Primera Guerra Mundial y trabajadores desempleados, representaban un poder popular dentro del nazismo que chocaba con la aristocracia militar y los sectores empresariales aliados a Hitler. Röhm, crítico con las concesiones del partido al ejército y a los grandes capitales, se convirtió en una figura incómoda. En círculos privados, incluso expresó su voluntad de controlar al propio Führer.
Alarmado por la creciente influencia de Röhm, Hitler encontró el pretexto para actuar cuando sus aliados Heinrich Himmler, Hermann Göring y Reinhard Heydrich comenzaron a difundir rumores sobre un supuesto golpe de Estado planeado por las SA. La Gestapo fabricó pruebas que lo vinculaban con una conspiración internacional y presuntos sobornos del gobierno francés.
Ejecuciones masivas y restructuración del poder
La madrugada del 30 de junio, Hitler viajó a Múnich y supervisó personalmente la detención de Röhm y otros altos mandos de las SA en Bad Wiessee. Röhm fue trasladado a la prisión de Stadelheim y ejecutado tras negarse a suicidarse. Las SS, junto con la Gestapo, extendieron la represión a otras ciudades como Berlín. En total, se estima que al menos 85 personas fueron asesinadas, aunque algunas fuentes elevan la cifra a 400.
Entre las víctimas destacaron líderes de las SA, antiguos rivales del nazismo como Gregor Strasser, el ex canciller Kurt von Schleicher y críticos del régimen, incluidos líderes religiosos y periodistas. La purga también sirvió para lanzar un mensaje a la población: el Estado tenía derecho a eliminar sin juicio a quienes considerara enemigos.
Legalización de la violencia y propaganda
El 3 de julio de 1934, el régimen promulgó una ley retroactiva que legalizaba las ejecuciones como “autodefensa de emergencia”. Hitler se presentó ante el Reichstag como “juez supremo del pueblo alemán”, justificando la violencia en nombre de la estabilidad nacional.
La maquinaria propagandística de Joseph Goebbels moldeó la narrativa pública, retratando la operación como una medida necesaria contra la traición. El uso del código “Colibrí” para iniciar la operación fue una idea del propio Goebbels.
Consecuencias: de milicia aliada a fuerza marginada
Tras la purga, Viktor Lutze fue nombrado jefe de las SA, que quedaron relegadas a funciones simbólicas. En contraste, las SS se convirtieron en el principal aparato represivo del Tercer Reich. La lealtad del ejército fue asegurada mediante un juramento personal a Hitler, completando la transformación del régimen en una dictadura totalitaria.
Este episodio marcó el inicio de una política sistemática de asesinatos selectivos que precedió al genocidio, la represión ideológica y racial, y la destrucción del Estado de derecho. Como advirtió el Nobel de la Paz Elie Wiesel: “El mal puede desencadenarse. El odio racial, la violencia y las idolatrías todavía proliferan”.
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