Porque te quiero te aporreo?

Los celos y la envidia al servicio de la pulsión de muerte, intentan en su telón de fondo aniquilar aquello a lo que van dirigidos. La imbecilidad homicida y suicida a la vez atacan en ideas falaces todo aquello que se le interponga.

Son los discursos del odio.

Son “ellos o nosotros”. Comienzan con matar el avance de toda posibilidad de diálogo. La palabra amorosa el la primera en morir. El decir es un decir que ahora se hace insulto.

La acción por el odiador es constante y dañina. No frena. No le interesa frenar porque en su germen lleva y necesita la destrucción. Una tarea que no descansa. Sólo perturbada para anidar una nueva arremetida mientras se le permita o sin permiso gestarse.

El principio de realidad se esfuma tras la envestida de un sentimiento oscuro. Cubre toda situación fantaseada o real en donde discernir no es una opción. Hay convicción en la idea del lado del odiador. Hecho que fuerza a actuar al odiado.

La representación del otro es tan contundentemente amenazante que necesita destruirlo. Aniquilarlo.

Ese otro lo interpela. Le muestra en un especial espejo lo que no tiene, lo que no ha sabido por ignorancia, por falta de recursos o por cobardía, etc , intentar conseguir.

Quien lo ha intentado y no lo consigue, puede experimentar la frustración pero jamás odiará. Y si tiene empeño buscará nuevos caminos para conseguir sus ideales sin dañar a lo diferente.

La envidia puja por hacerse escuchar. Es el ladrón que espera agazapado la oportunidad para dar el golpe. Es la destructora de todo diálogo. Con la envidia y el odio no se negocia.

Los profetas del odio imponen sus creencias y pretenden con ello ocupar todos los lugares.

Las creencias son una herramienta cómoda para la descalificación de lo diferente.

La única creencia valida para todo ser humano debería ser la del amor con todo lo saludable que conlleva.

Sabemos que no es así. Nuestra especie ama con la misma intensidad con la que odia.

El odio siempre se atribuye el derecho a dañar pretendiendo no recibir consecuencias por el mal que hace. Justifica sus acciones en méritos falsos o en concesiones que dicen provenir de actos de amor.

Es el discurso del amo. “Te doy abrigo, techo y comida. No tienes derecho a pedir no ser azotado”.

El odio esconde en sus entrañas junto con la envidia y los celos a su gran hacedor: “el miedo”.

Miedo de saberse menos, por ende la desvalorización del semejante es indispensable. El ataque inevitable. La defensa imperativamente necesaria.

Se castiga al lobo para que reaccione y cuando lo hace se lo condena por defenderse.

El componente psicopático no está ausente. El odiador es muy sutil. Es “una cuestión territorial”. Efectivamente lo es. No por tema de metros mas o menos. El odiador no puede vivir en paz con la sola existencia del otro. Rechaza todo lo que le muestre su precariedad, y va por todo. Su territorio interno está amenazo por su propio odio y necesita ponerlo en otro.

El odio arrastra tras de sí todo vínculo.

Revela en lo individual como en lo social un rasgo de primitivismo e inmadurez psíquica. La frustración y el resentimiento se instalan contaminando e invadiendo todo de mal olor.

En los vínculos individuales tomar distancia es lo apropiadamente saludable. No es tarea sencilla.

En los movimientos sociales es más complejo aún y la puesta de límites conlleva el sacrificio de vidas y bienes.

Imposible eludir el conflicto.

Ningún dictador como toda persona que actúa por odio tiene en su foro intimo una vida sexual satisfactoria. Su satisfacción se descarga en este maso-sádico sentimiento.

La idea que permita justificar esas acciones serán enarboladas en ideales forzados.

“Asistimos a un espectáculo infame. Para proclamar la inocencia de hombres cubiertos de vicios, deudas y crímines, acusan a un hombre de conducta ejemplar. Cuando un pueblo desciende a esas infamias, está próximo a corromperse y aniquilarse.” Emile Zola.

La relación del odio con el odiador lleva a que encarne en el semejante, familiarmente próximo, en ciertos sentidos, pero con alguna diferencia, el objeto a ser destruido. Mediante la proyección de los propios demonios que justifiquen las acciones. Otro que a la vez que se lo admira en lo secreto, le espeja el núcleo traumático a que se debe dañar y hacer desaparecer.

Finalmente, una idea que nos ayuda a reflexionar sobre un sentimiento tan oscuro.

El enojo es una reacción emocional que nos protege frente a lo que notamos como un agravio, frustración o desilusión. Nos hace retirar la atención del afuera para proteger un adentro. En cambio el odio que como dije implica una conducta destructiva hacia otro, no va mucho más allá de saber que existe una diferencia, que pone al odiador en un lugar de inferioridad. Esa diferencia se transforma en el mismo acto en una competencia que intenta proyectar sobre el otro el veneno que se porta.

Como diría Borges “…con esa lógica peculiar que da el odio”

Lic Rodrigo Reynoso

@reynosorodrigo IG