Barcelona: cuando la solidaridad con Palestina se convierte en antisemitismo urbano

N. T. – Barcelona – Especial para Aurora

En pleno acceso al célebre Parc Güell, uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad condal, la escena es difícil de ignorar: las escaleras mecánicas que suben por el barrio de Gràcia están pintadas con los colores de la bandera palestina. A un costado, colgando de un edificio con fachada de piedra, flamea otra bandera palestina junto a un enorme mural de estética antifascista. Un mensaje político claro, enmarcado dentro de una tendencia preocupante que crece en ciertas zonas de la ciudad: una supuesta “solidaridad con Palestina” que, en la práctica, se ha transformado en una forma sofisticada y persistente de antisemitismo.

Barcelona, una ciudad conocida por su historia de resistencia republicana y su vocación progresista, ha visto cómo en los últimos años ciertos sectores del activismo han instrumentalizado esa herencia para difundir una narrativa unilateral del conflicto árabe-israelí. La identificación automática entre “antifascismo” y causa palestina se ha convertido en una excusa para demonizar sistemáticamente a Israel y, por extensión, a los judíos.

Una escalera hacia la intolerancia

La fotografía de las escaleras en Gràcia es más que simbólica. No se trata de una expresión artística aislada, sino de una muestra más del paisaje urbano colonizado por mensajes de corte antiisraelí. En barrios como este es habitual ver murales, grafitis o banderas palestinas en edificios públicos, centros sociales autogestionados y festivales locales. Todo esto bajo un discurso que muchas veces reproduce narrativas alineadas con grupos terroristas como Hamás, sin espacio para la complejidad del conflicto ni para el reconocimiento del derecho de Israel a existir.

La comunidad judía local ha alertado sobre esta situación. Organizaciones como la Comunidad Israelita de Barcelona (CIB) y el Centro de Estudios Judaicos han denunciado el aumento de incidentes antisemitas en la ciudad, así como la exclusión de voces judías o israelíes de espacios culturales y académicos. Según un informe del Observatorio Europeo del Antisemitismo, Cataluña ha registrado el mayor número de actos antisemitas de toda España en los últimos dos años.

¿Crítica legítima o doble estándar?

Mientras algunos defensores de estas expresiones alegan que “criticar a Israel no es antisemitismo”, lo cierto es que muchas de estas manifestaciones cruzan límites claros: se utilizan símbolos religiosos judíos para caricaturizar al Estado hebreo, se niega su legitimidad como Estado-nación y se promueve el boicot a artistas, intelectuales y productos israelíes. Todo ello contradice los principios recogidos en la definición de antisemitismo adoptada por la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA), que España ha suscrito oficialmente.

No se trata de silenciar la crítica política, sino de desenmascarar cuándo esa crítica se transforma en odio. Como señaló recientemente el escritor y filósofo francés Bernard-Henri Lévy en su paso por Madrid: “Lo que se vive hoy en algunas ciudades europeas no es solidaridad con Palestina, es antisemitismo de izquierda con rostro progresista”.

Complicidad institucional

Lo más grave, sin embargo, es la tolerancia -cuando no promoción- por parte de algunas instituciones. El Ayuntamiento de Barcelona, liderado hasta hace poco por sectores afines al movimiento BDS, rompió relaciones institucionales con Israel en 2023. Si bien la medida fue luego revertida por presión diplomática y social, el clima en los barrios no ha cambiado. Espacios municipales acogen conferencias y exposiciones abiertamente hostiles a Israel, y algunas escuelas han incorporado relatos sesgados sobre el conflicto.

Paradójicamente, en nombre de la diversidad y los derechos humanos, se está marginando a una comunidad judía que ha sido parte activa del tejido histórico y cultural de Barcelona.

Un llamado desde Israel y la diáspora

Desde Jerusalén, Tel Aviv y comunidades de la diáspora en Francia, Argentina o Estados Unidos, se observa con creciente preocupación lo que sucede en ciudades como Barcelona. La escalada verbal y simbólica no es inofensiva: es un caldo de cultivo para agresiones, aislamiento y miedo. Y no debería tolerarse bajo ninguna circunstancia.

En una Europa donde el antisemitismo vuelve a hacerse visible con nuevas máscaras, la sociedad civil, las autoridades y los medios tienen una responsabilidad urgente: rechazar la demonización del pueblo judío, venga de donde venga, y defender el principio elemental de que ninguna causa política justifica el odio.

Barcelona puede ser una ciudad abierta al mundo o una ciudad atrapada por prejuicios del pasado. Hoy, la elección está en sus manos.

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